viernes, 11 de noviembre de 2016

American nightmare

Salió el 45 y Trump cantó bingo pues tenía completo el boleto según el cual el mundo acababa de irse a la mierda. Se cumplía así el reverso tenebroso del american dream: cualquiera puede llegar a lo más alto si se lo propone. Y cualquiera es cualquiera, aunque hablemos de un espantajo fondón, ignorante, xenófobo, misógino, zafio, clasista, racista, sexista, hortera, imprudente, grosero, charlatán, histriónico, megalómano, reaccionario y delirante. Cualquiera es, por desgracia, Donald CThrump.

Y así, mientras la esperanza se despeñaba hacia el abismo de la incredulidad y las ilusiones se desvanecían como espectros, el simpar millonario ha ascendido al Olimpo estadounidense sobre una alfombra de mandíbulas desencajadas y bajo una lluvia de ojos escopetados de sus órbitas como corchos de champán. Hay gente que dice que tampoco es para tanto, que no podrá empeorar a Nixon, Reagan o Bush Jr pero ya sólo el mero hecho de que se compare a Trump con esos tres despropósitos es para que corran sudores fríos. Y no, tampoco es un consuelo que Mike Pence, su lugarteniente y considerado por algunos el Presidente en la sombra, sea aún más siniestro e inquietante.

En mi opinión, el triunfo de este extravagante y funesto tipo se explica en cuatro motivos: el hartazgo de la sociedad estadounidense, la eficacia del populismo, la política como show y el desmoronamiento de Hillary Clinton. Habría un quinto, la suerte, que no merece mayor comentario, al contrario que los demás:
  • Burnt in the USA. El desencanto, la frustración, el despecho, la indignación, el desafecto o el hartazgo suelen ser grandes dinamos sociales que, partiendo de una base no racional e íntima, acaban por cambiar el rumbo de un país, ya sea pacíficamente o no. Ejemplos de ello tenemos muchos a lo largo de la historia y el orbe: Francia y la archiconocida revolución del XVIII, Alemania y el triunfo electoral de Hitler en el XX y EEUU y la elección de Donald Trump como presidente en el siglo XXI. La sociedad, esto es, la ciudadanía tiene absolutamente todo el derecho a quejarse, a hartarse, a romper la baraja, a reclamar e, incluso a dispararse en el pie. El último ejemplo, como decía, lo encontramos en lo que canónicamente se ha considerado la quintaesencia de "lo occidental" y el gran referente de la democracia y las libertades: EEUU, cuya sociedad ha demostrado estar muy "quemada", tanto que ha encumbrado a la presidencia a Trump. La contraprestación a ese derecho es asumir las consecuencias, que, por lo general, suelen ser nocivas. Situaciones así por lo general se dan cuando se produce una desconexión entre gobernantes y gobernados, entre el mundo de las palabras y el mundo de los hechos, entre las promesas y los resultados, entre los intereses de unos y los intereses de otros, entre la cabeza y el cuerpo que conduce con frecuencia a un colapso y posterior implosión. ¿Las posibles causas de esa fractura? Tan diversas como inquietantes: carencia de ética, falta de sensibilidad, ausencia de ejemplaridad, manifiesta ineptitud gestora, incapacidad para afrontar contratiempos...pero siempre unos mismos culpables: los que gobiernan, los de "arriba", el "establishment", la casta (como dicen los populistas españoles). Así cualquier forma de hacerles daño o vengarse de ellos es bienvenida, aunque luego sea contraproducente para los intereses de los propios ciudadanos agraviados pero eso queda fuera del rencor cortoplacista de los indignados: primero me vengo y luego ya veremos.
  • Populismo: cuando el fin justifica todos los medios. Por eso, es ruptura ente el cerebro y todo lo demás es aprovechada con una siniestra eficacia por los populismos, que deliberadamente, a lomos de una demagogia desacomplejada y una retórica incandescente consiguen que el electorado se divida entre los partidarios de las razones y los de las pasiones, convirtiendo a quienes piensan con el cerebro (la némesis de cualquier populista) en enemigos de quienes piensan con las entrañas (el público objetivo del populismo) y viceversa, generando de esta manera una crispación que pasa de lo artificial a lo natural con veloz facilidad y que completa  un sistema cerrado de indignación que sólo consiguen capitalizar electoralmente los mismos que lo alientan: los populistas. En ese sentido, conviene recordar que los populismos no se encasillan en una determinada ideología política puesto que no un ideario sino una metodología que permite a los populistas alcanzar su principal premisa y concepto basal: la conquista del poder, en torno a la cual articulan una ética arribista y una retórica profundamente emocional que busca no tanto convencer como movilizar. El populismo por tanto no es un corpus doctrinal sino una forma de ser y estar en el juego político heterodoxa pero sumamente eficaz cuando la sociedad se ha hartado de "lo canónico". Por eso tan populista es Donald Trump como Pablo Iglesias, siendo tan antagónicos como evidentemente son.  
  • El show de Trump. Por si alguien no se ha dado cuenta a estas alturas, la política, en su praxis, es puro y simple espectáculo. Por tanto, que nadie espere ya discusiones como las de los filósofos griegos, discursos demoledores al estilo Cicerón o vehementes digresiones como las de los Ilustrados. Más que nada porque de aferrarse a esa expectativa, se correrá el riesgo de convertir la melancolía en una fenomenal hemorroide. Así que hay que ser plenamente conscientes de que la política es un show (y además televisado) en el que lo que importa qué digas/pienses sino qué hagas y cómo: que hablen de ti aunque sea mal, que diría Wilde. En ese sentido, Trump partía con demasiada ventaja respecto a ese gélido monumento a la insipidez que es Hillary Clinton. Las cosas como son: Donald Trump es un verdadero showman; antes de su carrera presidencial ya formaba parte de la cultura-trash televisiva (el "famoseo" que diríamos aquí) de EEUU merced a sus intervenciones públicas y su participación en realities, pero es que Trump se ha revelado durante la campaña como un auténtico géiser de titulares, polémicas y memes, presentándose ante todo el orbe no como un candidato canónico sino como un personaje que parece extraído de un capítulo de Los Simpson, South park o American Dad. ¡Por Dios! ¡Si hasta se subió en 2007 a un ring de la WWE! Hillary Clinton tenía poco que hacer contra semejante depredador mediático. Su única oportunidad pasaba por alejar la campaña de la lucha en el barro y fracasó. 
  • El hundimiento del U.S.S. Hillary. Se presentó como una
    apuesta sólida, imponente como un portaaviones de la Marina yanqui, pero si ya en las primarias demócratas contra Bernie Sanders empezaron a vérsele las costuras, en la campaña han quedado en evidencia todas sus carencias. Decir que ha pagado el pato de Obama sería absolutamente erróneo (máxime teniendo en cuenta los índices de popularidad del presidente 44). Achacar su derrota a la regla no escrita de que los estadounidenses alternan presidentes opuestos entre sí resultaría muy reduccionista. No, el problema fundamental ha sido que Hillary Clinton puede que sea una buena burócrata pero es una nefasta líder: sin carisma ni empatía, no ha sabido ni revalidar la lealtad de estados fieles a Obama ni conectar con unos sectores del electorado demócrata que deberían haber acudido en tropel a su llamada como son las mujeres, los jóvenes, los hispanos y los afroamericanos. Quizás fuera exceso de confianza, quizás fuera un error de cálculo, quizás fuera una mala preparación de la campaña contra Trump pero su fracaso tiene pocos paliativos y bastantes explicaciones y todas ellas muy poco indulgentes con una candidata que quizás debió haber tenido más humildad y prudencia antes de lanzarse a una campaña que ha resultado ser su Pearl Harbor.
De todos modos, más interesante que analizar las causas de la victoria de Trump es analizar su significado, puesto que no estamos tanto ante un análisis como una autopsia. Y es que el triunfo de este mamerto significa que...
  • EEUU, la nación idealista e idealizada por antonomasia, ha revelado su auténtico rostro al mundo como si del retrato de Dorian Gray se tratara y todo el país de las barras y estrellas ha podido contemplar que este país está más cerca de ser una decrépita vieja gloria adicta a la cirugía plástica y con demencia senil que de ser el Ángel de Victoria's Secret que se creyó e hizo creer al resto del globo durante décadas.
  • La degeneración de Occidente sigue a buen ritmo: Ya no es que se haya acabado la Historia, como postulaba Fukuyama, sino que va hacia atrás con un brío degenerativo bastante inquietante porque esta patente involución resucita problemas antiguos sin solucionar los nuevos, lo cual causa la sensación de estar pisando un sueño resbaladizo y quebradizo. En eso sentido, decir que estamos retrocediendo dos décadas sería quedarse corto.
  • Las grandes amenazas para las sociedades de nuestro tiempo no vienen de fuera: cada sociedad genera sus propios monstruos puesto que de la descomposición de aquélla surgen éstos y viceversa.
  • El pensamiento, la acción introspectiva intelectual, está naufragando en su triple condición de recurso, refugio y solución ante los problemas de los individuos y las sociedades.
  • Se constata la siniestra deriva del mundo en tanto que comunidad global a la que se le acumulan los peligros y contratiempos en la bandeja de entrada. ¿Está la Humanidad embarcada en una huida hacia delante? Tiene toda la pinta. 
En definitiva: bienvenidos al "neonihilismo". Bienvenidos al mundo donde la american nightmare es real.

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