La melancolía por el asunto de ser el último derbi en el Calderón (el 49
desde 1967) dejó en segundo plano una regla no escrita según la cual
los partidos Atleti-Real nunca se podrán explicar sin tener en cuenta el
arbitraje. Anoche fue el caso. Y sí, fue un mal partido del Atleti pero el
0-3 no se puede entender ignorando el hecho innegable de que el árbitro
tuvo una incidencia en el partido mucho mayor que la del histérico
sarasa portugués autor de los tres tantos. El Atleti noche no
mereció ganar en absoluto (hizo un partido anémico y fallón) pero tampoco mereció un arbitraje tan
escandalosamente desacertado, tendencioso y ultrajante. Arbitrajes como el perpetrado por David Fernández Borbalán
son un auténtica falta de respeto no sólo al reglamento sino también y muy especialmente a la inteligencia y la dignidad de
jugadores y aficionados. El Real Madrid, por potencial y calidad, no
necesita de favores arbitrales tan indisimulados y vergonzantes pero aun
así los sigue recibiendo. ¿Por qué? Uno ya ha visto suficientes
partidos para asimilar que el Real Madrid siempre tendrá que ganar, con
independencia de los méritos desplegados por ambos equipos y de lo que
pase en el terreno de juego. Y ese carácter imperativo de la victoria madridista obedece a que cuando se juega contra este equipo lo que está en liza son
intereses que poco o nada tienen que ver con lo deportivo. El fútbol
español hace tiempo que funciona como excusa para blanquear un negocio de
intereses creados y donde el trapicheo de favores y silencios ofrece
jugosos beneficios para todos los que acepten participar de ese pastel
asqueroso. Recordar esto no es victimismo; es vacunarse contra la
ingenuidad. Pero, volviendo a "lo del árbitro", fue tan lamentable el espectáculo dado por Fernández Borbalán que el público pasó de corear indignado el ya clásico "¡Así gana el Madrid!" a aplaudir con guasa toda decisión que tomaba el soplapitos.
No obstante, achacar la derrota ante el Madrid al repugnante arbitraje sería un
ejercicio de victimismo garrulo. La bufanda no debe cegar la sensatez porque del mismo modo que el partido no se entiende sin el arbitraje tampoco se explica sólo por el arbitraje. Quitando
los rabiosos e ilusionantes primeros minutos de cada mitad, el Atleti se vio superado
táctica, física y anímicamente por un Real Madrid ramplón que supo combinar de
forma muy eficaz, por un lado, un planteamiento sin muchas florituras pero acertado
(especialmente en el primer tiempo, desarboló al Atlético tanto en el
mediocampo como en las bandas) y, por otro lado, una actitud de equipo mediocre
(pérdidas de tiempo consentidas, simulación de faltas, protestas
injustificadas, provocaciones impunes, etc). Negar todo eso es no haber
visto el partido. Como también es innegable que hay jugadores
rojiblancos que necesitan con urgencia el diván del banquillo y ceder su
puesto a alguien que tenga más crédito. Señalar nombres resultaría
especialmente cruel tras lo de anoche pero hay jugadores cuyo rendimiento actual es
inversamente proporcional al merecido cariño que les tiene la grada y de
eso se está resintiendo bastante el equipo. Esto le toca corregirlo a
Simeone tanto en las alineaciones como en los entrenamientos pero
perseverar en el error de sacar al campo a jugadores que no están para jugar es
dar facilidades al rival. Quien sí estuvo dentro de lo esperado fue el
jugador número 12 del Atlético: la hinchada, que estuvo enchufadísima antes, durante y después del encuentro. Una afición que supo ser benevolente y sensata con un equipo que
se vio superado por el rival, el árbitro y su propio desacierto. Y es que la gente rojiblanca anoche demostró el salto que ha dado este equipo en los últimos años: ha cambiado la resignación por exigencia y el victimismo por un orgullo inquebrantable, como demuestran los cánticos en los últimos minutos del partido o, ya fuera del estadio, en los aledaños y andenes de metro y cercanías.
De Cristiano Ronaldo, la supuesta estrella del encuentro (y digo supuesta porque la vedette fue sin lugar a dudas el árbitro), podría decir mucho y muy probablemente pasarme por
el forro su derecho al honor, a la intimidad y a la propia imagen. Lo
que hizo anoche lo justificaría sobradamente pero eso implicaría
comportarme como él. Por eso, me limitaré a decir que una vez más
demostró por qué no puede ni debe ser un ejemplo para ninguna persona
que aspire a ser decente. Su provocación a la grada a la hora de ser cambiado le deja retratado como jugador y como persona, una vez más.
En resumen: el Atleti anoche no mereció la victoria ni el ultraje. Y es que partidos así probablemente no produzcan colchoneros (del Atleti, se nace) pero muy seguramente generen un montón de antimadridistas...con todo merecimiento.
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