Ha muerto Fidel Castro. Fallece así una persona que no era ni irrelevante ni buena, dado que la humanidad de Castro era inversamente proporcional a su relevancia histórica. El difunto es y será siempre uno de los personajes más importantes del pasado siglo XX pero en la misma medida que Mao, Hitler, Franco o Pinochet: personas que prefieren pasar a la posteridad por las malas antes de irse merecidamente al infierno.
Su vida fue honestamente apasionante pero, más allá de su innegable condición de líder carismático y revolucionario temerario, nadie debe sustraer de su biografía su rasgo identitario más notable y no menos innegable: el de ser un idolatrado y repugnante tirano. Antiyanqui por convicción y comunista por conveniencia, Fidel Castro destrozó vidas con la misma facilidad que destrozó libertades y derechos. Y eso, pasarse por el forro el derecho a la vida y otros tantos universales, es algo que no puede ni debe matizarse ni maquillarse ni esconderse detrás de ninguna pretendida revolución ni de un rentable anti-imperialismo. En ese sentido, he de reconocer que puedo entender que quisiera derrocar fuese como fuese al siniestro Batista, igual que puedo admitir como razonable y fundada su fobia a los EEUU pero de ahí a ver en él un referente en la lucha por las libertades y los derechos de su pueblo pues...va un trecho; uno tan largo como el que media entre la vida y la muerte porque tan pueblo suyo eran los que le jalearon con banderitas como los que condenó a la muerte, la cárcel o el exilio durante el casi medio siglo que enajenó a Cuba del devenir mundial. En esta línea, creo que los puntos en común de Castro y Franco son más que evidentes e interesantes: ambos fueron unos tiranos esperpénticos; ambos ascendieron al poder a base de tiros; ambos cambiaron una situación mala por otra aún peor; ambos sumieron a sus respectivas patrias en una burbuja anacrónica, demencial y opresiva; ambos tuvieron sus partidarios, mamporreros, palafreneros y pelotas; ambos convirtieron la disensión en un crimen incompatible con los derechos humanos; ambos acometieron una "pseudodemocratización" de su país en sus últimos años y la muerte de ambos fue anunciada de una forma muy similar. Dicen que los extremos se tocan. Está claro que los monstruos también. El caso es que, volviendo a Castro, hizo buena aquella frase de cierta magistral película según la cual "mueres siendo un héroe o vives lo suficiente para convertirte en un villano" y el fallecido se dio mucha, mucha prisa en convertirse en un ser terrorífico.
Por todo ello, he de confesar que me alegra que el mundo haya perdido un tirano, la Historia haya ganado un nuevo personaje y el infierno tenga un nuevo inquilino. ¿Que si me alegro por la muerte de Castro? Supongo que esta pregunta se la están haciendo muchos demagogos, hipócritas o gente que ha pasado de mojar la entrepierna con Castro a mojar el lagrimal por su muerte. Pues sí, me congratulo de su desaparición en la misma medida en la que me alegra la desaparición de cualquier dictador, tirano o hijo de las cuatro letras. En uno de sus más famosos alegatos, el finado dijo "La Historia me absolverá". Por suerte, yo creo que mientras haya gente dispuesta a tener memoria a Castro no lo absolverá ni Dios.
No obstante, para aquellos fans del cubano que hoy se sientan huérfanos de ídolo, recordarles que aún tienen otros bellacos liberticidas a los que admirar como Maduro, Kim o Putin. Eso sí, queridos tontos del culo, ojalá tuviérais la decencia de enterrar juntocon Castro vuestra enajenada, trasnochada y gilipollesca forma de entender la vida.
Por último, quiero dedicar este artículo a aquellas amistades mías que han sufrido, directa o indirectamente, las consecuencias del "Castrismo". Ojalá esta muerte sea el comienzo del fin de la pesadilla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario