domingo, 13 de noviembre de 2016

El hombre que nos redescubrió las grietas

De Leonard Cohen no sabía mucho, lo suficiente para entender por qué tenía ese halo totémico de los artistas que marcan a generaciones. De Leonard Cohen no había escuchado mucho, lo suficiente para colocar Take this waltz y Hallelujah entre mis canciones favoritas. De Leonard Cohen no había leído mucho, lo suficiente para reconocer en él a un poeta de mucha mayor valía y profundidad que cierto premio Nobel (siempre formará parte de esa brillante nómina de goles que los hoy Premios Princesa Asturias han colado a la Academia sueca). De Leonard Cohen no conocía mucho, lo suficiente para descubrir nuestra compartida pasión por uno de los mayores genios de la literatura universal: Federico García Lorca. Por eso, he preferido que en estos días que median desde su muerte me adelanten en comentarios y reseñas quienes son más doctos que yo en la vida y obra de este insigne canadiense.

Pero, aun sabiendo poco de este singular y fenomenal cantautor y escritor, sé lo suficiente de Cohen como para lamentar sinceramente que el mundo haya perdido esa voz grave y áspera capaz de convertir cualquier inhóspito páramo en un lugar transitable, esa lucidez patrimonio de los que no sólo saben saber sino que además saben mirar y contar y esa facilidad para brillar sin estridencias donde el sosegado malditismo de cantante de club se aunaba con la exquisitez de quien paladea la cultura y la vida.
 

Por todo ello, me parece un digno tributo amortajar en silencio y melancolía su pérdida; se ha muerto una de esas infrecuentes personas que marcan momentos íntimos con la misma facilidad que legan canciones tan perennes que casi se transforman en himnos. Al fin y al cabo, ha fallecido el hombre que nos abrió los ojos para enseñarnos la belleza de las grietas, ésas por las que siempre se podía colar la agradable luz de este grandísimo artista. Descanse en paz, viva en nuestro recuerdo.

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