Hay amigos y amigos. Hay amigos que son y amigos que están. Éstos dependen
del momento o el lugar para demostrar que lo son. Aquéllos en cambio lo
son con independencia del tiempo y el espacio. Los que están suelen encontrarse sólo cuando las cosas van viento en popa y toca repartir el botín de
las alegrías o los dividendos de la amistad. Los que son brillan en la
oscuridad: los tienes a tu lado (como mínimo figuradamente) cuando vienen
mal dadas y muchas veces aparecen sin necesidad de llamamiento ni señal de socorro. Los que están se definen mediante las palabras y suelen ser propensos a hacer promesas que acaban incumplidas. Los que son lo hacen mediante los hechos y no necesitan de promesa alguna para mantener con vida la amistad. Los que están dependen mucho de nuestras expectativas. Los que son, en cambio, se sostienen en nuestra convicción. Los que están muchas veces necesitan ser tutelados o pastoreados para
que la amistad no naufrague y acabe rimando con desengaño. Lo que son, en cambio, prescinden de
cualquier manual de instrucciones porque entienden a la perfección las
señas de esa partida que se juega sin baraja ni tapete. Los que están se parecen a refrescos. Los que son se revelan como "grandes reservas".
Con los que están compartes anécdotas, chascarrillos, recuerdos y buenos
momentos. Con los que son, además, te mantienes a flote en los malos.
Por eso, entre otras cosas, viene bien pasarlo mal: para perfilar
relaciones, retratar personas y reubicar afectivamente a "tu gente", sin
dejar eso sí que ese sano pragmatismo se emponzoñe con rencor alguno.
Las penalidades nos permiten así separar el grano de la paja, es decir,
diferenciar entre conocidos, colegas, "amigos postizos", amigos que están y amigos que son. Nos ayudan a
tener un mapa actualizado de nuestras relaciones sociales. Y eso, se
mire por donde se mire, es bueno porque la vida ya es lo suficientemente
complicada como para ir sin cartas de navegación. Pero no sólo es bueno
sino que, además, es gratificantemente útil en esta sociedad en la que se
han (con)fundido los conceptos de "colegueo" y "amistad" y donde se han alcanzado tales cotas de postureo que se hace aconsejable un
escepticismo que actúe como profiláctico si no se quiere que la
inocencia te cause un desengaño no deseado. En definitiva: hay que tener claro qué esperar de cada persona y, en función de eso, construir tu interacción o relación con ella porque, de no hacerlo así, antes o después la decepción te pasará por encima como un tren expreso y vendrán esos amargos silencios que empezando en lo sentimental acaban trascendiento a lo geográfico y lo cronológico.
Bienvenidos sean pues los amigos, incluidos los que están, pero muy especialmente los que son.
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