Ayer leí un artículo que hablaba de una flamante empresa cuyo principal servicio consiste en ofrecer amig@s de alquiler a quien no tenga tiempo, ganas o habilidades para buscarse amistades al estilo "tradicional". Lo más raro de todo es que esta "iniciativa empresarial" no me ha extrañado nada:
Por un lado, esta mercantilización de la amistad resulta coherente con un mundo en el que ya hace tiempo que están mercantilizadas tanto las relaciones sexuales como las de pareja (esas personas que se emparejan o casan con otras con la vocación inconfesa de parasitar la cuenta corriente y el patrimonio del otro...). Por pagar, pagamos incluso a otras personas para que se ocupen en nuestro lugar de quienes en teoría clasificamos como "seres queridos". Así que, si se paga por todo eso, ¿por qué no por un sucedáneo de amigo? Hoy todo se puede comprar...excepto los sentimientos, las emociones y, claro está, la vergüenza.
Por otro lado, esta emergencia de amistades a la carta y
"prefabricadas" dice mucho de una sociedad en la que la hiperconexión tecnológica es el reflejo directo e inverso del aislamiento y la desconexión social que define al individuo actual. Es decir: nunca antes hemos estado tan conectados a otros y nunca antes hemos estado tan solos, porque hemos sustituido la interacción física por la digital (en lugar de compatibilizarlas), perdiendo por el camino la habilidad para empatizar personalmente con el otro y confundiendo lo real con lo virtual de una forma alarmante y contraproducente. Es la consecuencia de querer vivir a través de una pantalla...
Igualmente, ese negocio de "amistades por horas" es muy propio de la "sociedad click", una sociedad a la que las facilidades tecnológicas han vuelto tan increíblemente perezosa que todo lo que no se pueda resolver o conseguir mediante un click en el
ordenador, tableta o teléfono móvil es susceptible de ser descartado o ignorado. Una sociedad apalancada cada vez más en la decisión de vivir sin mover un músculo ni una neurona o, lo que es lo mismo, una sociedad que confunde vivir con respirar, cuando la vida, la vida real, es algo que necesariamente se escapa de lo biológico y lo fisiológico. Así que la cuestión sería ¿se merece tener amigos (a la carta o no) alguien que no está dispuesto a dedicar tiempo y atención en tenerlos?...
Resumiendo: el asunto este de amigos de alquiler, en el fondo, es una nueva muestra de que vivimos en una sociedad sedienta de espejismos y placebos que ayuden a sobrellevar u olvidar las miserias de cada uno. Pagar para ¿ocultar? carencias. Curioso...y lamentable.
No obstante, este tema, que de tan patético que es da para escribir y pensar mucho, me ha llevado a pensar en nuestra torpeza a la hora de definir o comprender la amistad. Quiero decir: no es raro que consideremos o denominemos amigos a gente que en el fondo (y aunque duela reconocerlo) no son más que camaradas circunstanciales, compañeros de viaje (laboral, generacional, académico, etc.) o colegas coyunturales y episódicos. No es raro, pero es un error descomunal. Igual que no es raro que consideremos o denominemos amigos a gente que básicamente se relaciona con nosotros movida por el mismo altruismo que un parásito. No es raro, pero es un error descomunal. Como tampoco es raro que consideremos o denominemos amigos o mantengamos la amistad con gente que en nuestra presencia son la quintaesencia del peloteo y la camaradería y en nuestra ausencia nos convierten cobardemente en carne de cuchicheo, burla o crítica. No es raro, pero es un error descomunal. Resumiendo: nos encanta confundir el concepto de amistad y somos muy propensos a crear y mantener amistades postizas, que si bien pueden no ser tan dañinas como las amistades peligrosas que relató Laclos, son igual de banales. ¿El motivo de este cacao? Pueden ser varios: ausencia de criterio, tolerancia a la hipocresía, miedo a la soledad, exceso de empatía, afán de coleccionismo, ceguera mental, pereza social, cobardía para romper lazos, masoquismo...pero la realidad es que todos conocemos/tenemos "amigos" así: aparecen en nuestros recuerdos, en fotografías posando junto a nosotros, en los bares brindando con nosotros e incluso en nuestros contactos en el teléfono móvil o en la red social de turno. El absurdo humano, la última frontera.
En conclusión: cada día que pasa el ser humano es más exquisitamente gilipollas. Pero como no es plan acabar el artículo con tanto cinismo y negatividad, aquí va una pista para identificar a un amigo real: las verdaderas amistades son como las estrellas: sólo aparecen de verdad cuando llega la oscuridad y lo hacen para brillar.
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