Para cuando te quieres dar cuenta, ya es
demasiado tarde. Sería un buen resumen para mi lápida. La otra opción que se me ocurre es “Esto me pasa por gilipollas”
y, entre tú y yo, tampoco hay que excederse. Fue un simple error. Como votar a
un partido político convencido de que es lo mejor. Un fallo tonto. Como creer
que los cuentos con suegra tienen final feliz. Un simple error. Como apuntarte
a “Gran Hermano” para darte a conocer como compositor. Un fallo tonto. Como pensar
que leer muchos libros de dietas milagrosas científicamente probadas te ayudará
a rebajar tus ocho milagrosos kilos de grasa científicamente probados antes de
sentirte como un perfecto imbécil. Un simple error. Como estar convencido de
que Leticia Sabater es un ser humano. Un fallo tonto. Como tener los oídos
despiertos cuando tus padres se ponen tiernos. Un simple error. Como decidir
salir del paro trabajando como sicario cuando tu único contacto previo con las
armas fueron las escopetas de feria. Un fallo tonto. Como pensar que ese
trabajo te ayudaría a recuperar tu cuenta corriente y el siliconado corazón de
esa gogó a la que llamas “ex”.
Pero, como decía, para cuando te quieres dar cuenta, ya es demasiado tarde. Las 00:05, concretamente. Hace un minuto, estabas subiendo en el ascensor futurista, colocándote la corbata roja comunista y tarareando esa canción de AC/DC de la que nunca te preocupaste por recordar el título. Hace dos minutos, entrabas en el lujoso vestíbulo del edificio con el sudor convirtiendo tu espalda en las cataratas del Niágara mientras te esforzabas por parecer un auténtico exterminador sin sangre en las venas. Hace dos minutos y cuarenta segundos, despedías al taxista después de un trayecto de media hora bajo neones amarillos y semáforos en ámbar escuchando los grandes éxitos de Julio Iglesias. Hace treinta y tres minutos, parabas un taxi en plena Gran Vía y te sentabas con cuidado de que la pistola no hiciera un doble tirabuzón desde el interior de tu abrigo hasta el suelo. Hace cuarenta minutos, apuntabas en un post-it las señas de tu primer encargo. Hace cuarenta y cinco minutos, terminabas de vestirte y, aunque te apretaba un zapato, te gustabas tanto en el espejo que te sentiste todo un Corleone. Hace cincuenta y seis minutos, te enjabonabas en la ducha al ritmo de Lady Gaga. Hace tres horas, tocabas la pistola alquilada como si fuera el Santo Grial. Esta mañana, te sentías invencible. Pero ahora, puto cretino, ahora estás a punto de cagarla. Una cagada tamaño familiar. Primero, porque has llamado al timbre. Segundo, porque no te has puesto guantes. Tercero, porque te ha abierto la puerta un tío que hace que los espartanos de las Termópilas parezcan hare krishna. Y cuarto, oh, bendito imbécil, porque al disparar el gatillo con una sonrisa diabólica en los labios te das cuenta de que tienes el cargador en el bolsillo del pantalón. Un fallo tonto. Un simple error. La primera hostia te despeina la gomina ultrafuerte antes de pedir tiempo muerto. La segunda convierte tu cara en cuadro cubista. Y la tercera…bueno, para cuando te viene la tercera hostia ya estás viendo pasar tus cuarenta años de vida a ritmo de videoclip. Y entonces, antes de llegar al "The End", recuerdas el momento en blanco y negro en el que tu abuela, toda pellejo y bondad, te acariciaba la nuca diciendo: "Estoy convencida de que llegarás a ser un gran hombre". Lástima. Para cuando te quieres dar cuenta de que eso no será así, ya es demasiado tarde.
Pero, como decía, para cuando te quieres dar cuenta, ya es demasiado tarde. Las 00:05, concretamente. Hace un minuto, estabas subiendo en el ascensor futurista, colocándote la corbata roja comunista y tarareando esa canción de AC/DC de la que nunca te preocupaste por recordar el título. Hace dos minutos, entrabas en el lujoso vestíbulo del edificio con el sudor convirtiendo tu espalda en las cataratas del Niágara mientras te esforzabas por parecer un auténtico exterminador sin sangre en las venas. Hace dos minutos y cuarenta segundos, despedías al taxista después de un trayecto de media hora bajo neones amarillos y semáforos en ámbar escuchando los grandes éxitos de Julio Iglesias. Hace treinta y tres minutos, parabas un taxi en plena Gran Vía y te sentabas con cuidado de que la pistola no hiciera un doble tirabuzón desde el interior de tu abrigo hasta el suelo. Hace cuarenta minutos, apuntabas en un post-it las señas de tu primer encargo. Hace cuarenta y cinco minutos, terminabas de vestirte y, aunque te apretaba un zapato, te gustabas tanto en el espejo que te sentiste todo un Corleone. Hace cincuenta y seis minutos, te enjabonabas en la ducha al ritmo de Lady Gaga. Hace tres horas, tocabas la pistola alquilada como si fuera el Santo Grial. Esta mañana, te sentías invencible. Pero ahora, puto cretino, ahora estás a punto de cagarla. Una cagada tamaño familiar. Primero, porque has llamado al timbre. Segundo, porque no te has puesto guantes. Tercero, porque te ha abierto la puerta un tío que hace que los espartanos de las Termópilas parezcan hare krishna. Y cuarto, oh, bendito imbécil, porque al disparar el gatillo con una sonrisa diabólica en los labios te das cuenta de que tienes el cargador en el bolsillo del pantalón. Un fallo tonto. Un simple error. La primera hostia te despeina la gomina ultrafuerte antes de pedir tiempo muerto. La segunda convierte tu cara en cuadro cubista. Y la tercera…bueno, para cuando te viene la tercera hostia ya estás viendo pasar tus cuarenta años de vida a ritmo de videoclip. Y entonces, antes de llegar al "The End", recuerdas el momento en blanco y negro en el que tu abuela, toda pellejo y bondad, te acariciaba la nuca diciendo: "Estoy convencida de que llegarás a ser un gran hombre". Lástima. Para cuando te quieres dar cuenta de que eso no será así, ya es demasiado tarde.
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