Los últimos años están llenos de ellos: de artistas muertos como derramados por un violento golpe de viento, de creadores fallecidos con un borrón repentino y desolador. Amy Winehouse, Heath Ledger, Philip Seymour Hoffman, Michael Jackson, Robin Williams, Whitney Houston...El último en sumarse a esa variopinta, fúnebre y triste lista ha sido Chester Bennington, vocalista y líder de Linkin Park, grupo musical que cuenta con millares de seguidores en todo el mundo, entre ellos, yo.
Aunque ya hablé de este tema con calma y profundidad en otro artículo publicado hace cerca de tres años (De creatividad y muerte), no quiero dejar pasar la ocasión para remarcar la estrecha relación que existe entre el ingenio creativo, la sensibilidad artística y una psique torturada por demonios externos o internos. Todos esas personas que he citado en el párrafo anterior, todos esos cracks-en-lo-suyo compartían su condición de tarados en tanto que heridos bien por la intrínseca imperfección de la vida, bien por la forma de sentir y sentirse en el mundo. Por eso, resulta emocionante y francamente asombroso cómo todos estos maravillosos artistas fueron capaces de coger toda su escoria interior para transmutar sus tormentos, miedos y lloros en puro, simple y luminoso arte. Como si tuvieran un excepcional metabolismo que destilara luz a partir de cantidades ingentes de oscuridad. En la ECH aprendí (gracias a esos maestros que son Alejandro Gándara, José Luis Corrales y Tomás Blanco) que para crear en general y escribir en particular hay que atreverse a ir a las zonas de sombra, a los callejones oscuros del alma humana, a esas regiones mentales y sentimentales donde estás más cerca del llanto y el crujir de dientes que del camino de baldosas amarillas. Creo que algo de esto hay en la vida y obra de estos artistas que se bajaron de la vida en marcha. Del mismo modo que un diamante anida en el carbón, para crear luz, nada mejor que partir de la oscuridad y todas estas malogradas personas, en el decisivo y determinante fondo, iban sobradas de oscuridad. Tanto que acabó por engullirlos. Por suerte, antes de irse (perdón por el estúpido eufemismo) decidieron dejar suficiente luz como para que ni su legado ni su nombre quedaran cubiertos por el polvo de la indiferencia o el morbo.
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