martes, 12 de agosto de 2014

Hasta siempre, Robin Williams

Hay mañanas en las que te despiertas en un desierto de viento y nada. Hay mañanas en las que tus ojos se tornan remolinos de aullido y grito. Hay mañanas en las que el mundo ha perdido los colores y todo se vuelve luto y sombra. Hay mañanas en las que todo se detiene justo antes de descarrilar. Hay mañanas en las que te levantas sin palabras en la boca ni expresión en el rostro. Hay mañanas en las que amaneces con algo que te hiela la sangre. Pocas, pero las hay. Hoy es una de esas mañanas.

La muerte de Robin Williams no sólo supone la pérdida de uno de
los actores más carismáticos, versátiles y talentosos sino también la desaparición de, al menos para mí, un auténtico icono. Icono, sí. Y lo fue y lo será siempre por tres motivos: por el innegable ingenio que le permitía ser camaleónico; por su extraordinaria habilidad tanto para alegrar como para conmover y por su propensión a formar parte esencial de películas que se quedan clavadas en el corazón y la memoria: El mundo según Garp; Good morning, Vietnam; El club de los poetas muertos; Despertares; El Rey pescador; Toys; Señora Doubtfire; Jumanji; Una jaula de grillos; Jack; Hamlet; El indomable Will Hunting, Patch Adams; Insomnio...

Ahora mismo debería recurrir a la "templanza" que da saber que todos vamos a morir algún día y no dejarme llevar por la pena ni por la rabia. Pero cuando se trata de Robin Williams si antes no
me importaba dejarme llevar gracias a él por las emociones y los sentimientos, hoy no haré una excepción. Y sí, todos morimos. Pero hay personas que se merecen la muerte más que otras. Y, francamente, alguien que dedicó buena parte de su vida a alegrar y/o inspirar la vida de millones de desconocidos en todo el mundo no es que se merezca precisamente morir. La muerte nunca es injusta pero hay ocasiones en las que puede ser una perfecta hija de la gran puta.

Sea o no un suicidio, la muerte de Robin Williams es un billete de ida a la desolación. O yo así lo pienso y siento. Y, además, llueve sobre mojado: en febrero también murió uno de los actores que yo más admiraba y apreciaba: Philip Seymour Hoffman. Hoy como entonces, el mundo tiene mucho talento menos. Es lo que pasacuando desaparece un genio: hay un motivo menos para sonreír y un motivo más para recordar.

No tengo ni la mente ni el ánimo necesarios para escribir, así que ya acabo. Eso sí: me queda el consuelo de poder seguir disfrutando con sus magníficas películas y sus imborrables personajes. Así que, por todo ello, gracias, Robin Williams. Gracias, Garp, Adrian Cronauer, Malcolm Sayer, Parry, Peter Banning, Leslie Zevo, Daniel Hillard, Alan Parrish, Armand Goldman, Jack Powell, Sean Maguire, Walter Finch. Gracias, profesor Keating. Hasta siempre, capitán.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Muy emotiva tu entrada, yo... Me he quedado sin palabras, pero tengo la sensación de que he perdido a alguien cercano, no se, es algo extraño... Que su alma siga dibujando sonrisas en esas otras almas que marcharon antes que él. Saludos

Señorita Pepis dijo...

Algo parecido a lo que comenta "Mi interior" me está pasando a mí. Anoche cuando leí la noticia no pude evitar llorar. Y hoy llevo un día totalmente vacío. Sin expresión, sin sentimiento, sin nada. Siento que se me ha ido un ser querido. Le admiraba y le admiro mucho. Creo que son pocos los actores que han sabido transmitir tantísima ternura como transmitía él. Sólo con su mirada. Con sus profundos ojos azules. La pena que siento es inmensa y, sin poderlo remediar, se me escapan lágrimas de rato en rato... Sinceramente, me siento vacía. Supongo que el sentirlo tan cercano y familiar formaba parte de su magia. Sr. Williams, que la depresión haya desaparecido de su ser y pueda, al fin, ser tan feliz como la gente a la que alegró con su eterna sonrisa.