Todo el mundo sabe quién es Sherlock Holmes. Casi todo el mundo ha leído alguna de las novelas por él protagonizadas. Muchos habrán visto alguna película o serie de televisión que adapte las aventuras del inquilino del 221B de Baker Street. Bastantes sabrán que el creador de este personaje fue el médico escocés Arthur Conan Doyle. Algunos incluso creerán (como quienes aún hoy le escriben cartas o como más de la mitad de los adolescentes británicos) que se trata de una persona real. Pero muy pocos sabrán identificar los antecesores tanto reales como de ficción del detective más famoso de todos los tiempos.
En cuanto a los precedentes en el mundo de la ficción, el nombre está claro: Auguste Dupin, el detective creado por Edgar Allan Poe y que debutó en "Los crímenes de la calle Morgue" (1814, esto es, 73 años antes de "Estudio en escarlata", la obra en la que apareció por primera vez Sherlock Holmes).
Respecto a los hombres reales, el rastro de los Sherlock de
carne y hueso no hay que buscarlo en Londres sino en Edimburgo, Manchester y París. En la primera de esas ciudades, vivieron en el XIX los doctores Joseph Bell (una auténtica eminencia de la medicina, pionero de las ciencias forenses, colaborador de la policía, profesor de Doyle e inspiración confesa de éste a la hora de crear a Holmes) y Henry Littlejohn (cuya influencia también fue reconocida por el autor de "El sabueso de los Baskerville").

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Así las cosas, no deja de ser curioso cómo la realidad supera la ficción y cómo las influencias ajenas (conscientes o no) juegan un papel decisivo en la creación artística. Porque, sin los Dupin, Bell, Littlejohn, Caminada y Vidocq quizás Sherlock Holmes no hubiera sido como lo conocemos o, simple y llanamante, no habría ni sido. Elemental.
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