miércoles, 12 de julio de 2017

Rematando a Miguel Ángel Blanco

Hace veinte años, un inocente murió asesinado. Hace veinte años, una sociedad aparcó todas sus discrepancias para hacer frente común contra el terror. Hace veinte años, ETA se quitó de una vez por todas el pasamontañas y demostró a todo el mundo que nunca fueron, son ni serán otra cosa que una banda de hijos de pu*a para los que el Tártaro sería demasiado premio. Ni patriotas vascos ni gudaris euskaldunes ni luchadores por la libertad ni jóvenes idealistas ni garrulos confundidos por las invenciones nazionalistas de unos tarados. Unos simples y pu*os asesinos. Unos miserables capaces de asesinar a sangre fría y "cámara lenta" a un chaval. Unos monstruos que echaron un pulso a todo un país y lo perdieron, ellos y todos los que tenían y tienen detrás.

Hace veinte años estaba muy orgulloso de mi país, de mi sociedad. Hoy ya no estoy tan orgulloso. Y no lo estoy porque esa sociedad entonces valiente, nítida y rotunda hoy ha dejado demasiado espacio a la tibieza, a la equidistancia, al eufemismo, al olvido, a la corrección política, al buenismo dialogante, a una ética de la cobardía. Un espacio que ha sido utilizado con astucia por los terroristas para cambiar los bosques y caseríos por los parlamentos y despachos oficiales.

Hace veinte años salí como tantos otros miles a manifestarme lleno de pena y rabia pero esperanzado en que esta distopía etarra crecida a la sombra del totalitarismo vasquista tuviera su justo merecido (una pretensión ingenua, vistos el Código Penal y la cobardía legislativa de los políticos) y los demás disfrutáramos de un merecido happy end. Hoy, veinte años después, sigo teniendo pena y rabia pero por otros motivos, porque pena y rabia es lo que me produce la majadería de pasar página, la absurda apuesta por una salida política y dialogada (¿quisieron los Aliados sentarse con Hitler para discutir el holocausto?), la vergüenza de oír "todas las violencias y víctimas", el siniestro eufemismo "conflicto", el disparate de aplicar a los asesinos etarras (con perdón por la redundancia) los mismos beneficios penitenciarios y normativos que un ladrón de pollos, la legítima y legal torpeza de derogar la "doctrina Parot", la presencia de gentuza al frente de administraciones autonómicas, provinciales y municipales (especialmente en Euskadi y Navarra), el infame escaqueo de homenajes por chusma a sueldo del erario público, el relato tibio de cierto sector de la izquierda, la rentabilización política de las víctimas por una parte de la derecha, el mercadeo asqueroso sobre la ubicación de los presos etarras y un penoso etcétera que me ahorro.

Es cierto que hay que celebrar sin matices que, gracias a la labor de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado y a la resistencia de la sociedad, ETA entró en un coma inducido que ha ahorrado la muerte de decenas de inocentes...pero que ningún terrorista lamenta puesto que ETA y sus herederos siguen atentando contra la democracia y la convivencia aunque ahora lo hacen desde cortes y plenos. "Así al menos no vamos a a la cárcel y encima nos lo llevamos fresco", razonarán. Y este disparate no es mérito de esa banda de hijos de pu*a sino demérito del Estado como responsable y de la sociedad como colaboradora necesaria.

Hoy ya no muere nadie por pistola ni bomba pero la situación es, por culpa de unos y otros, tan lamentable que se está rematando el significado y el sacrificio de cada muerte firmada por ETA. Se está rematando a cada una de las víctimas de ese totalitarismo con chapela. Se está rematando a Miguel Ángel Blanco.

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