viernes, 7 de julio de 2017

Tiempo de descanso

Difícil. Así se podría calificar lo que va de tercera temporada de El Ministerio del Tiempo. Y está siendo una temporada difícil más por las circunstancias que por la propia ficción, pero, parafraseando a Ortega, una obra es una obra y sus circunstancias, así que comentaré ambas cosas.
 
Hablando en primer lugar de las dichosas circunstancias, las de este serión no están siendo fáciles por el cúmulo de factores que las conforman: el retraso en tener luz verde; las reticencias de ciertos gerifaltes de TVE a ver con buenos ojos este producto (con todo lo que ello significa); las presiones al equipo para hacer algo bueno, bonito, barato y a tiempo; la nefasta y contraproducente programación en parrilla; la pervivencia del audímetro analógico como caducado sistema de ponderación de un producto televisivo; la fortísima competencia que tiene con la incansable y legítima telebasura; la proliferación en redes sociales de haters, trolls y bocazas on fire que encarnan aquello de "la ignorancia es osada"; la proverbial envidia cañí a todo aquello que destaca positivamente; los pros y los contras del soporte de Netflix; la manía persecutoria de ciertos tipos con licencia para escribir; los contratiempos que acontecen sobre la marcha; el esfuerzo que conlleva sobrevivir más allá del factor sorpresa; la lógica erosión de toda creación sostenida en el tiempo y la alargada sombra del propio y altísimo listón. Todo cuenta y todo lastra. Negarlo sería una estupidez. Considerarlo una excusa, otra. Principalmente porque no hay nada que disculpar sino que entender: el contexto en el que unos creadores (productores, guionistas, directores, actores...) han tenido y tienen que desarrollar su trabajo. Hacer una mierda es fácil. Hacer algo mejor que bueno no. Por eso se podría decir que esta temporada tres está siendo la del más difícil todavía por ese contexto que mencionaba antes. Otra cosa distinta es esa sensación (casi lindante con la convicción) de que, por razones que se me escapan, hay demasiado interés este año en tirar por tierra a El Ministerio del Tiempo haciéndola de menos o ninguneándola o ensañándose gracias a una valoración sesgada (la que ofrecen los desfasados audímetros) o directamente faltando a la verdad. ¿Por qué? No lo sé. Supongo que es porque la honestidad, la divulgación, la valentía, la originalidad y la calidad molestan en este país a quienes se benefician de la ausencia de cada una de esas cosas. Y esta serie va sobrada de ellas, así que...

Puesto el marco, hablaré de la obra, de la ficción pura y dura. En líneas generales, para mí esta primera mitad de temporada ha ido de menos a más sin que ello implique un comienzo flojo (el primer episodio me pareció francamente bueno). Lo que no entiendo son esos comentarios de supuestos fans y presuntos entendidos que critican la pérdida de identidad o los cambios que ha experimentado la serie en esta tercera tanda respecto a las precedentes. ¿Qué pérdida? ¿Qué cambios? El Ministerio del Tiempo sigue mostrando los emblemas identitarios que lo han encumbrado: la innegociable honestidad a la hora de abordar cualquier tema y trama, el riesgo entendido como alergia al conformismo, la autenticidad como antípoda del efectismo, la dignidad en el fondo y en las formas, el presupuesto como única limitación a la libertad de creación y expresión, la variedad y el mestizaje de géneros y subgéneros, los guiños a nuestra Cultura y sociedad, el ingenio como salvoconducto, un fantástico equipo de profesionales delante y detrás de las cámaras...todo eso estaba en la primera y segunda temporada y está en la tercera. Otra cosa es que esto no se quiera ver o que nunca llueva a gusto de todos. Dicho esto, sí que se puede percibir cierta evolución en la serie, como sucede en cualquier persona o  relación con el paso de los años: se van acumulando nuevos matices y detalles que amplían el significado total y que, sin traicionar su esencia, hacen que suene a algo distinto pero fácilmente reconocible. Como una canción de jazz. Dicho de otra manera: El Ministerio del Tiempo es puro jazz cultural y televisivo y eso se nota en esta temporada. La primera nos invitó a sorprendernos, a dejarnos llevar por la novedad. La segunda, a compartir el camino desde una camaradería ya cómplice. Y la tercera nos propone ir más allá, crecer, progresar, madurar juntos sin trampa ni cartón, sin exigencias ni reproches. Así que, aunque respeto las críticas en su acepción más negativa, no entiendo bien a santo de qué tanta vestidura rasgada y grito en el cielo. Dicho lo cual, reseñaré de forma muy concisa mi opinión de cada capítulo de esta midseason (capítulos 22 a 26):
  • Con el tiempo en los talones. Todo un festival de guiños cinéfilos (con epicentro en Vértigo) a propósito del gran Alfred Hitchcock que sirve como complemento a un capítulo bastante sólido donde se percibe ya un darkness is coming (con perdón de la expresión) tan interesante como impactante ya desde la despedida al entrañable personaje de Julián.
  • Tiempo de espías. Nuevamente un capítulo subrayado por un dramatismo que acentúa los claroscuros de la condición humana a propósito de una operación de espionaje quizá no muy conocida pero que sostiene una atractiva trama a medio camino entre el género bélico y el thriller y que permite presentar a la joven, interesante y luminosa Lola Mendieta.
  • Tiempo de hechizos. Un excelente homenaje al terror literario decimonónico con el célebre Gustavo Adolfo Bécquer como McGuffin insertado en una historia un tanto nihilista que sirve para poner en el punto de mira a algo tan humano y peligroso como la sinrazón, esa tara que anida tras muchos de los desastres históricos o cotidianos de la Humanidad. Estremecedor en muchos sentidos.
  • Tiempo de ilustrados. Un claro ejemplo de que los guiones de esta serie se mueven entre lo estupendo y extraordinario al brindarnos una trama donde aventura, política, comedia e intriga se intrincan de una forma habilísima y que propició escenas y dialógos rebosantes de un ingenio propio de Goya. Confieso que es desde entonces uno de mis episodios preferidos de toda la serie.
  • Tiempo de esplendor. Juntar a los tres mejores escritores del Siglo de Oro (dos nuestros y otro de importación) en una historia a medio camino entre la comedia y la aventura de época con más de un brillante pellizco a la lamentable corrupción actual parecía algo difícil de cocinar...pero el talento siempre allana dificultades y este capítulo va sobrado de él delante y detrás de la cámara.
  • Tiempo de esclavos. Una masterclass por partida triple. El capitulazo que cerró la primera mitad de la temporada enseñó de forma magistral cómo clavar los giros de guión, cómo coger el corazón del público e irlo apretando hasta la conmoción y cómo homenajear a ese maravilloso binomio que es Adela Folch-Aura Garrido. Y todo ello tomando como pretexto una intriga más que interesante que, hablando de Alfonso XII, la esclavitud y las camarillas del poder en el XIX, vuelve a dar una bofetada a la España de nuestro tiempo. Un excelente capítulo que se cerró con una escena final simplemente memorable. En fin, uno de los mejores episodios de toda la serie.
Dicho lo cual, creo que los ministéricos deben/debemos hacer examen de conciencia y reconocer que esta temporada hemos dedicado demasiado tiempo a enredarnos en polémicas estériles, disgustos que no llevan a ninguna parte y/o tóxicas reyertas virtuales; un tiempo que deberíamos dedicar en su integridad a apoyar y disfrutar de una serie que siendo imperfecta ya ha hecho historia, ganándose con todo merecimiento un lugar en la memoria y el corazón de los espectadores. Y a quien no le guste que no mire, como se suele decir. Pero una serie capaz de poner la Cultura en prime time, la Historia en trending topic, la TV en las aulas, el talento en multipantalla y la ficción en tesis doctorales...se merece todo el respeto y atención del mundo. Una serie que ha hecho por la manida "Marca España" más y mejor que muchos otros que se lo llevan fresco, merece todo el respeto y la atención del mundo. Una serie capaz de entretener, divulgar y emocionar ya sea en un televisor, un smartphone, un ordenador, un libro, un cómic o un juego de mesa se merece todo el respeto y atención del mundo. Una serie capaz de conciliar a gente distinta e incluso distante sin importar el año y lugar de nacimiento se merece todo el respeto y atención del mundo. Una serie que es tan necesaria en tantos aspectos que cuesta delimitar dónde acaba esa imponderable necesidad se merece todo el respeto y la atención del mundo. Una serie que tiene detrás tantas horas de pasión, esfuerzo, ilusión e ingenio se merece todo el respeto y la atención del mundo. Una serie que Pablo y Javier Olivares, más que crear, regalaron para la posteridad se merece todo el respeto y la atención del mundo. Y luego que salgan los audímetros por Antequera y los haters por donde no da el sol.

En fin. Que bien merecido es este descanso estival después de esta portentosa exhibición de talento, coraje y corazón. Eso sí, la espera se me va a hacer eterna.
Foto de Tamara Arranz

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