Acabó el Orgullo. Bye, bye, World Pride. Es cierto que he escrito en este mismo blog ya más de una vez sobre este asunto (la primera hace justo diez años), pero, visto que sigue habiendo controversia respecto al tema, he creído oportuno volver a hacerlo de nuevo. Así que aquí estoy, hablando de lo que hay más allá de esos fastos arcoiris en el que los árboles a menudo impiden ver el bosque. ¿Qué árboles? Los que, en mi opinión, frivolizan o denigran lo que es una reivindicación no sólo legítima sino necesaria y seria. Ya, pero...¿qué árboles? Pues me refiero a esa arboleda propensa a regalar por estas fechas estampas que me resultan bastante horteras, zafias, estridentes, cutres, de mal gusto o incluso grotescas; me refiero a esos árboles que travisten una más que respetable conmemoración de la lucha por la libertad y la igualdad como si fuera el cuarto desfile carnavalesco del año junto a los propios Carnavales, Halloween y Reyes. ¿Son muchos árboles? Los suficientes para permitir que aún se confundan churras con merinas y poner en bandeja a homófobos, reaccionarios, rancios y demás intolerantes amojamados la desconsideración del todo por la parte o el juicio de la obra por sus tapas. Las formas son tan importantes como el fondo y, en el caso que ocupa este artículo, creo que éste, el fondo, es muchísimo más importante aún que las formas y francamente no lo parece. Que sí, que está muy bien el ambiente festivo y el desparpajo y la desinhibición y etcétera pero a mí hay cosas en el Orgullo que me parecen propias de una película camp de John Waters y que flaco favor hacen para prestar debida atención a lo que con todo merecimiento se reivindica y reclama.
Pero, como digo, no hay que juzgar una obra por sus tapas. Y la lucha por los derechos del colectivo LGTB es una de las muchas grandes obras de nuestro tiempo. Y aquí conviene hacer una puntualización a aquellos que tienen unas entendederas nivel "Hazte Odiar" o similar: lo que reivindica en el Orgullo la gente homo, bi o transexual no es ni siquiera que entiendas, compartas o alabes sus gustos sexuales o sentimentales ni su forma de estar y ser en el mundo sino que tanto tú como el ordenamiento jurídico les tratéis como lo que son: personas normales, es decir, con el debido respeto y con escrupulosa e inmatizable igualdad. Y aquí, de nuevo, es necesaria otra puntualización: no hay que confundir "normal" con "habitual" o "mayoritario"; lo aclaro porque buena parte del corpus ideológico y retórico de la homofobia confunde perversamente y quizás hasta intencionadamente esos términos. Gays, lesbianas, bisexuales y transexuales son personas absolutamente normales, con miserias y grandezas, con virtudes y taras, con inquietudes y problemas, como todo hijo de vecino. Por eso, merecen ser tratados aquí y en cualquier parte del mundo con el mismo respeto social y legal que tiene un aficionado del Atleti, un cantante de jazz, un apasionado de la filatelia, un fanático del Real Madrid, una familia del Opus, un enfermo degenerativo, un melómano, un piadoso flandersiano, una familia monoparental, un deportista de élite, un obeso, una pija, un votante del PP, un actor porno, un académico, un espectador de Sálvame, un perroflauta, un bibliófilo, un populista, un ornitólogo o un portero de finca parapetado detrás de un periódico deportivo. Por eso, como por desgracia aún hoy la gente LGTB no sólo carece de ese innegociable respeto sino que es objeto de mofa y denigración social y legal cuando no de persecución y/o ajusticiamiento, sus reivindicaciones deben tener la misma preminencia y consideración que cualquier otra reclamación en pos de la igualdad y en contra de la discriminación. Las únicas personas que no tienen cabida en una sociedad son los delincuentes...y nada de lo que pase en la cama o el corazón de una persona puede ni debe ser objeto de delito (ni lo es salvo que ya entremos en el terreno de la aberración). Esto no va de filias genitales ni de gastronomía sexual ni de concordancia sentimental; esto va de que hay gente como tú y como yo a la que se le niega lo que a ti y al común de los mortales se le concede. Y ojo que con "común" no estoy diciendo que el colectivo LGTB esté integrado por "anormales" como soltó ayer una señora en televisión. Por eso, tienen y tendrán siempre mi apoyo en esa lucha, como lo tiene y tendrá cualquier persona que busque justicia y se enfrente a la desigualdad, cualquiera que ésta sea. Y aquí conviene hacer la tercera matización en lo que va de párrafo: la legalidad vigente, esto es, el ordenamiento jurídico, debe velar sistemáticamente por la igualdad de toda persona ante la ley cuando no apostar por una discriminación en positivo para aquellas personas que padecen una situación injusta (como, por ejemplo, ocurre con las víctimas de terrorismo o con quienes sufren algún tipo de acoso) mientras que la sociedad no debe apostar por la igualdad entendida como uniformidad porque una sociedad no debe estar nunca al dictado del paradigma dominante (en el caso de la actual, vivimos bajo la égida de la moral judeo-cristiana y de lo políticamente correcto) sino que debe abrazar la entropía que permite estar a cada persona en el sitio que le corresponde en un "equilibrado sistema de justa desigualdad" porque en eso consiste la diversidad, que es el gran tesoro de toda sociedad: el mestizaje, la mezcla, los matices, el contraste, los detalles. Por eso, conviene manejar con muchísimo cuidado adjetivos como "normal" porque no deja de ser un tic totalitario en tanto que identifica lo válido con lo uniformado, con lo homogéneo, con lo idéntico o con lo que concuerda contigo y eso es muy peligroso y tóxico.
De todos modos, dejando al margen la óptica legalista y sociológica, quiero poner proa brevemente contra esa mentalidad que disocia todo entre "normal" y "anormal". Yo no sé qué tendencia sexual es trending topic ni cuál es la identidad de género mayoritaria ni me interesa. Lo que sí sé es que el argumentario que divide a esta sociedad entre "normales" y "anormales" procede en buena parte de la tradición cristiana que aquí en España se anabolizó con la dictadura franquista y que, en algunas cosas, poco o nada tiene que envidiar a las entendederas coránicas del ISIS, por utilizar un ejemplo que todos espero que entiendan. Una tradición con amplia raigambre (décadas e incluso siglos dependiendo de la nación en que nos encontremos) y que, erróneamente, lleva a pensar a algunas personas que la heterosexualidad es la tónica histórica ("desde siempre", como dijo por televisión la señora que mencioné antes) y que esto del LGTB es poco menos que una modernez. Grave error. El respeto no es sólo una cuestión de civismo sino también de cultura porque, cualquiera que haya leído lo suficiente sabrá que, por ejemplo, en la decisiva y admirada Grecia clásica, si nos ponemos puristas, ni la heterosexualidad estaba tan "extendida" ni la homosexualidad denigrada (valga como muestra de ello el afamado y laureado Batallón Sagrado de Tebas); o que, más cerca en el tiempo, en la Edad Media, ya existían uniones "civiles" entre personas del mismo sexo o los denominados "matrimonios de hermandad". Así que sería interesante debatir hasta qué punto podemos hablar de involución o regresión en la sociedad actual en comparación con las pretéritas. Por eso, en su calidad de conservante de la tradición cristiana más anacrónica, conviene reprochar la actitud de la Iglesia en los últimos siglos respecto a este tema, poniendo a personas normales a los pies de los caballos con inmerecida saña mientras hacía y hace la vista gorda con un problema real como el de la pederastia, por poner un ejemplo, porque parece que el "Dios es amor" sólo lo utilizan algunos prelados para ningunear que se reviente la vida un niño y no para defender a quienes agradecerían "acogerse a sagrado" ante el cainismo homófobo y porque parece que exista un sector no minoritario en la Iglesia que vea la pedofilia interna como un pecado venial mientras trata la homosexualidad como un "vicio" o una "enfermedad" a corregir. En fin...
Por otra parte, hay una solución mucho más sencilla que todo lo que he dicho sobre este embrollo porque, la verdad, esta polémica y desigualdad se solucionaría rápidamente si algunos se molestaran en aprender de esa cosmovisión con la que los niños encaran el mundo, esa mirada que les hace ver a las cosas y las personas con sencillez y normalidad, sin distingos ni prejuicios, esa mirada que muchos adultos deben recuperar o imitar cuanto antes y que les hará la vida más fácil y feliz. Es verdaderamente sorprendente, gratificante, alentador y ejemplar comprobar cómo niños que apenas han tomado el pulso a la vida no hacen categorías entre personas ni se prestan a maniqueísmos de baratillo. Pequeñas grandes lecciones.
Por acabar, no tengo claro si me gustaría que el Orgullo se siguiera celebrando. Por una parte, me encantaría que no se hiciera nunca más, porque eso significa que la lucha ha sido ganada y esta sociedad es más justa y libre. Por otro, me encantaría que se siguiera celebrando porque en el fondo creo que es una fiesta que trasciende el asunto arcoriris en tanto que subraya y defiende valores sin los cuales es imposible entender el ser humano: libertad, igualdad y diversidad. Eso sí, de seguirse haciendo, espero que se subsane de una vez por todas el componente chabacano-hortera y se erradique el intrusismo político de quienes se apiñan tras una pancarta o un micrófono en su miserable caza de votos.
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