viernes, 6 de marzo de 2015

Ladridos y galopes

En las últimas semanas estamos asistiendo a un espectáculo irritante y vergonzoso: el canto del cisne del bipartidismo. O, mejor dicho, el último graznido del PP y el PSOE, los dos partidos que partiendo de la nada han llevado a España a las más altas cimas de la miseria, como diría Groucho Marx. Una berrea fúnebre que, más que de melancolía, está llena de envidia, odio y frustración. Un estertor encabronado propio de quien se va no porque quiera sino porque le echan. Una carga furiosa y enajenada, directa hacia el desastre, como la de Custer en Little Big Horn. Un ataque desesperado contra los dos máximos exponentes del cambio que se avecina: Podemos y Ciudadanos. Una embestida que, a la vista de los resultados, no sólo se ha demostrado como ridícula, de ínfima calidad intelectual y retórica y contraproducente para
sus intereses electorales. Una estrategia kamikaze liderada por el PP (que para eso tiene el Gobierno y (casi todos) los medios de comunicación), auxiliada por el PSOE (algo tiene que hacer, además de putear a su propio líder) y jaleada por el Otro Gobierno. En definitiva: todos los que tienen algo que perder (además de la vergüenza, la decencia y la honradez, que ya la perdieron hace eones) han decidido que los culpables de su situación no son sus propios errores ni su enajenación mental nada transitoria ni su desconexión despótica con aquellos a los que dicen servir. No, para ellos, para el PP y el PSOE, los abajo firmantes del desastre que es España, los responsables de su caída en desgracia y pérdida de estatus son las dos únicas banderas, distintas hasta casi el antagonismo, que tiene la esperanza o el cambio en este país en estos momentos: Podemos y Ciudadanos. Y si no es lo que piensan, lo parece.

Primero pusieron proa contra Podemos (la salida populista bananera), que ahora mismo no está claro si es un mesías o un suflé, no tanto por todas las andanadas que han recibido de fuera (no ofende quien quiere, sino quien puede) como por la mierda que su directorio tiene (o tenía) escondida bajo la alfombra. Ha perdido empuje pero aún le queda gasolina. Ya se verá si le vale o no para poder.

Pero ahora, estos últimos días, el turno la he llegado a Ciudadanos (la salida liberal europeísta). Un turno en el que el Gobierno (con la vicehobbit en plan mejor actriz de reparto), los portavoces del PP (esos chanantes Hernando, Floriano, Casado...), sus medios de propaganda (antaño conocidos como medios de comunicación: toda la prensa, toda la radio y casi toda la televisión) y fauna colateral están poniendo una increíble saña en intentar convencer a una importante parte de la ciudadanía de que son gilipollas, de que Ciudadanos es un timo aún mayor que el programa electoral del PP y de que el cielo es de color verde. ¿El resultado de esos ataques? Un apoyo a Ciudadanos cada vez más consolidado y creciente y la conversión de su líder, Albert Rivera, en lo más parecido a un político digno que se ha visto desde la Transición. Hay que reconocer que el PP cuando se decide a quedar en ridículo, no se anda por las ramas. Lo clava.

Más allá de la desfachatez de criticar quien más tiene que callar y de lo objetivamente erróneo de fijar toda tu atención en quien pretendes ningunear, lo bueno de esta verbenera estrategia es que ha permitido que la gente en España conozca más y mejor a Ciudadanos. Un partido que, sin ser perfecto, huele a honesto. Un partido que, sin tener experiencia, parece fiable. Un partido que, sin ser ajeno a los errores, propone algo que se parece
bastante a aciertos. Un partido que, sin estar formado por arribistas ni oportunistas, tiene la oportunidad de llegar muy alto. Un partido que, sin ser personalista, tiene en la figura de Albert Rivera la mejor carta de presentación no ya del propio partido sino de todos esos miles de ciudadanos que creen/creemos que no sólo que esto hay que cambiarlo sino que se puede cambiar hacia mejor. Un partido que, por mucho que le busquen las vueltas, lo único que van a encontrar es gente dispuesta dar la vuelta a esta situación que unos pocos crearon y otros muchos hemos sufrido.

Lo cierto es que toda esta situación, especialmente en el caso de Ciudadanos, evidencia algo que, objetiva y fríamente, es
innegable: que la crítica más que minar, subraya un progreso. Que el movimiento asusta a los inmovilistas, a los que ni esperan ni quieren ni prometen cambio. Que, como dijo Goethe en su poema Kläffer:"sus estridentes ladridos sólo son señal de que cabalgamos". Repasando los medios estas últimas semanas, está claro quiénes son los que ladran y quiénes los que cabalgan.

Así pues, ya puede seguir tocando la orquesta de ese Titanic que es el bipartisimo todo lo que le venga en gana; ya pueden PP y PSOE enredarse y perderse en sus propios y bochornosos juegos de tronos; ya pueden hacer y decir lo que quieran. El viento ha cambiado y ya no trae olor a mierda sino a cambio, a esperanza. Y el cielo ya no es rojo ni azul ni morado sino que pinta anaranjado, como corresponde a todo buen amanecer.

domingo, 1 de febrero de 2015

Un asno, un brujo y un misterio

Rafael Álvarez no sólo es un brujo sino también un auténtico maestro de las tablas. Rafael Álvarez no sólo es un brujo sino también un verdadero valiente por atreverse a llevar a escena a autores y/o textos que a otros provocarían sudores y palpitaciones. Rafael Álvarez no sólo es un brujo sino también un asno con mucha alma. Y la mejor y penúltima prueba de todo ello es su particular versión de El asno de oro de Apuleyo

La obra original, un clásico ya sólo por mero origen, es una novela latina (es decir, de la Antigua Roma, para entendernos) que funde lo picaresco y lo mistérico, lo mundano y lo ultraterrenal, lo carnal y lo espiritual, lo cómico y lo profundo para relatarnos las peripecias de un joven Lucio transformado en asno por culpa de una peligrosa mezcla entre pasión sexual y curiosidad intelectual. A ello hay que añadir que la narración
principal está acompañada de otras historias (como la famosa de Eros y Psique) que ayudan a contextualizar el ambiente mitológico e iniciático en el que hay que encuadrar la aventura del asno para poder comprender mejor tanto el sentido como el significado de lo que se dice y de lo que ocurre en la trama troncal. No en vano, El asno de oro es mucho más que una novela para pasar el rato porque de lo que habla en realidad es de algo trascendente en fondo y forma. Si a ello se le une el hecho de estar pensada para la lectura y no para la representación, llevar a escena esta obra por primera vez tiene mucho de arriesgado, de temerario, de complicado, de exigente. Quizás por todo ello, ya al comienzo de la función, el hombre que presta cuerpo, voz y alma a un tropel de personajes humanos y divinos durante casi dos horas nos recita y recuerda un verso del libro VI de la Eneida: "Facilis descensus Averno: noctes atque dies patet atri ianua Ditis: sed revocare gradume superasque evadere ad auras, hoc opus, hic labor est", que, traducido libremente, viene a decir: "Descender al infierno es fácil: día y noche están abiertas las puertas de la oscuridad pero retrodecer y regresar a la luz...ahí está lo difícil". Y es que en eso consiste El asno de oro ya sea en su versión original o en la exitosa adaptación de Rafael Álvarez: en llevarnos de la oscuridad a la luz, en descubrir, en aprender, en llegar a un estado de consciencia y conciencia que nos permita encontrarnos a nosotros mismos en la medida que ello implica hallar nuestra esencia y nuestro camino, que, en el fondo, es una misma cosa puesto que somos camino, aprendizaje, conocimiento constante, mente en acción.

Así las cosas, representar en un teatro la novela de Apuleyo es algo tan sencillo como regresar del inframundo: una tarea muy
exigente a ambos lados del escenario y que sólo puede resolverse de forma exitosa si la lidera alguien con la chispa, la versatilidad, la experiencia, el talento, la honradez y el carisma de Rafael Álvarez. Un cómico con mayúsculas y un titán del arte dramático que sabe perfectamente cuándo dar rienda suelta al histrión, cuándo liberar al bufón, cuándo sacar al pensador y cuándo mostrar al hombre de su tiempo sin dejar por un momento de retener la atención de un público cuyo reverencial asombro sólo se ve interrumpido por las carcajadas y los aplausos. Todo ello sin desmerecer la habitual y sencilla puesta en escena y la magnífica música en directo comandada por Javier Alejano.

Que El Brujo sale airoso de este colosal trance tiene una de sus mejores muestras en que, al finalizar la función, uno tiene las mismas dudas que al concluir la lectura de la novela: ¿De qué
trata "El asno de oro"? ¿Qué finalidad tiene? ¿Desnudar al ser humano de todas las vergüenzas que dan sentido a las palabras corrupción, fealdad, amoralidad o maldad? ¿Denunciar los vicios y perjuicios que, siendo antiguos, siguen hoy de actualidad? ¿Despojarnos de todo lo terrenal, lo mundano, lo fútil y lo accesorio para llegar a un estado de contemplación, de serenidad íntima, de equilibrio interior, de éxtasis intelectual y espiritual? ¿Mostrarnos cuál es la verdadera belleza de la existencia? ¿Revelarnos la clave para saber vivir? Quizás, por separado, ninguna de estas cuestiones sea suficiente para explicar o justificar la novela ni la adaptación teatral...pero, tal vez, consideradas todas ellas en conjunto, obtengamos la clave para entender el "por qué" y el "para qué" de El asno de oro. Lo cierto es que dar una respuesta contundente a todo esto. Ahí está el encanto de esta obra: en su
misterio, en lo que tiene de oculto y de descubrimiento, en lo que se puede entender pero no explicar. Quién sabe...puede que la solución esté, tal y como apuntan Apuleyo y El Brujo, en hallar y comer esas rosas capaces de tornar un asno en hombre, en saber encontrar y aprehender la verdadera belleza, ésa que nos libera de lo que no somos ni debemos ser, ésa que al hacerla parte de nosotros, nos hacer no sólo ser quienes somos de verdad sino ser mejores que muchos otros perdidos entre rebuznos y coces. ¿Qué es esa belleza? ¿Cómo y dónde encontrarla? Eso ya es tarea y aventura de cada uno.

De lo que no cabe ninguna duda tras ver la función es de que Rafael Álvarez, El Brujo, no es ningún asno de oro pero sí un artista que, como tal, vale oro. Y, por suerte, no es ni mucho menos la primera vez que lo demuestra. Ni será la última.

lunes, 26 de enero de 2015

La (e)lección griega

Hace veintiséis siglos de las tierras griegas surgió una lección de la que aprendió todo el mundo: democracia. Anoche surgió otra de la que debería aprender todo el mundo: cambio.

No voy a hablar aquí de Pericles ni de su famoso discurso, básicamente porque la democracia de entonces se parece a la actual como un huevo a una castaña, siempre y cuando demos por válido que lo que actualmente existe sea "democracia", afirmación cuando menos discutible y sobre la que ya escribí otro artículo. Tampoco voy a entrar en este artículo en el juego de comparaciones entre España y Grecia porque hay tantas semejanzas y diferencias que la prudencia es la mejor receta para valorar lo ocurrido en Grecia desde una perspectiva o, mejor dicho, expectativa española.

Así pues, me centraré en lo que ocurrió anoche en Grecia. Y lo que ocurrió fue algo más que una victoria electoral, triunfo que, por cierto, algunos ven como la ruptura del séptimo sello, otros como una fiesta en la mansión Playboy y unos pocos, quizás los más sensatos, con una mezcla de curiosidad y escepticismo. En mi opinión, lo que sucedió en Grecia en la noche de ayer es una elección que esconde una lección: la que los ciudadanos griegos quisieron darse no sólo a sí mismos sino al resto del mundo "civilizado". 

¿Qué lección es ésa? Principalmente: cuando se debe cambiar algo, se quiere cambiar algo y se puede cambiar algo. No es un juego de palabras. Es un juego de conciencia, de actitud, de coherencia, de un compromiso que, empezando en uno mismo, acaba por extenderse a los que te rodean. El juego de decidir. El juego de cambiar. El juego de escoger. El juego de arriesgarse. El juego de darse una oportunidad nueva y distinta. El juego de dar un paso más que el miedo y el inmovilismo. Un juego importante en el que el presente se asoma al futuro para reescribirlo. Un juego activo en todos los ámbitos de la vida de una persona...y también de un país. En este sentido, hablando de países, de naciones, de sociedades, la democracia en general y los comicios electorales en particular son la perfecta cristalización de ese juego. Un juego que consiste en un acto simple pero que contiene un
complejo océano de ilusiones y miedos, argumentos y contraargumentos: el acto de votar; el acto de elegir. Pero, como decía, es un juego importante no sólo por sus causas como, especialmente, por sus consecuencias. Que el sueño de la democracia produce monstruos es algo que nadie ignora, excepto que se haya olvidado, por ejemplo, a un tío apellidado Hitler

Por eso, es muy importante saber decidir: qué, cuándo, por qué y para qué. Y más crucial todavía es la decisión si lo que se pretende con ella es cambiar, partiendo de la base de que cualquier persona mentalmente sana sólo apuesta por cambios que impliquen una mejora respecto a la situación en que se decide dicho cambio. Una disyuntiva en la que siempre están en pugna dialéctica aquello de "Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer" y lo otro de "Quien no arriesga no gana". Nuevamente, esto adquiere especial significancia en el ámbito político, democrático y electoral puesto que al votar los efectos de nuestra decisión no sólo los vamos a sufrir nosotros sino el resto de la sociedad y quizás las generaciones siguientes. Así que, a la hora de votar, nada de tener la conciencia en modo "Ahorro de energía".

Mas, volviendo a Grecia y su lección de anoche, es obvio que la ciudadanía griega, la humillada, paupérrima, harta pero digna ciudadanía griega ha demostrado que, en democracia, se debe premiar con el refrendo a quien haya hecho bien las cosas y con el cambio a quien no. La ciudadanía griega ha demostrado que, en democracia, hacer bien las cosas significa hacer lo mejor para todos. La ciudadanía griega ha demostrado que, en democracia, el poder lo tienen los ciudadanos. La ciudadanía griega ha demostrado que, en democracia, no hay nada escrito sobre piedra. La ciudadanía griega ha demostrado que, en democracia, más que las ideologías políticas y los programas electorales lo que importa es la conciencia. La ciudadanía griega ha demostrado que, en democracia, los disparates, las tomaduras de pelo y las humillaciones pueden tener y tienen fecha de caducidad. La ciudadanía griega ha demostrado que, en democracia, cuando se necesita un cambio, se debe cambiar, se puede cambiar y se logra cambiar.

Si Syriza se confirma como mesías o se revela como decepción ya lo dirá el tiempo...y, de todos modos, eso sólo debe importarles a los griegos, que, para bien o para mal, serán quienes lo disfruten o sufran. Pero lo que sí nos debe importar es el cambio de como concepto, como actitud, como posibilidad y como hecho. ¿Quién ofrece un cambio real y evidente en España actualmente? Sólo dos formaciones y cuyo auge no es ni mucho menos casual:
Podemos y Ciudadanos. Dos formaciones distintas y distantes en fondo y forma pero coincidentes a la hora de querer abanderar el cambio. El cambio que nos libere de una forma de entender y hacer no ya la política sino la propia democracia que es insostenible en en lo ideológico, en lo económico, en lo social, en lo ético y en lo moral. El cambio que deje bien claro que las personas somos votantes, no gilipollas. El cambio que convierta un voto en un motivo de responsabilidad y no en un cheque en blanco. El cambio que recuerde a los políticos que un país no va a ninguna parte si deja a sus ciudadanos por el camino. El cambio que expulse de la vida pública y política a quienes no han vivido para la ciudadanía sino a su costa. El cambio que diga al Otro Gobierno que gobierne sus vidas y no las de los demás. El cambio en el que los seres humanos cuenten más que las cifras y los porcentajes. El cambio que busque realidades fiables y no promesas a traicionar. El cambio que concilie lo íntimo con lo macro. El cambio de lo insufrible hacia lo ilusionante. El cambio como riesgo no sólo asumible sino necesario. El cambio que cierre el pasado y abra el futuro. El cambio que permita pensar en un mañana. El cambio que devuelva el poder y el país a sus legítimos y constitucionales dueños: los ciudadanos.

Por eso, debemos estar muy agracedidos a la (e)lección griega: porque nos ha hecho darnos cuenta de que en España también debemos, queremos y podremos tener cambio. 

viernes, 23 de enero de 2015

#Marianoséfuerte

"No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente". Así comienzan las aventuras literarias del capitán Alatriste pero también podría empezarse así la crónica de la nueva vida de Luis Bárcenas después de su primer paso por prisión. 

Entre sus declaraciones de anoche y sus declaraciones de este mediodía distan menos de veinticuatro horas pero todo un océano de ironía, de guasa, de mala leche y de valentía (que no honradez). Valentía no sólo para reconocer y asumir su culpa (cosa que, por cierto, si antaño era normal y exigible ahora es por desgracia algo inusual y digno de admiración) sino también para no encubrir a esa esperpéntica y bochornosa banda de mediocres, jetas, traicioneros, cobardes, ensimismados, hipócritas y mezquinos que tiene en Mariano Rajoy no sólo su líder sino su mejor representante. Gaviotas y tal.

Bárcenas es un golfo impecable, un espabilado VIP, un fullero en A y en B, un truhán de postín, un sinvergüenza nivel platino, un pícaro con percha de gentleman, un personaje más de ese retablo asqueroso y siniestro que es la corrupción en España, pero está claro que no es gilipollas. Ni tampoco un cobarde. Y este mediodía ha decidido recordárselo a toda esa gente que, antes por un motivo y ahora por otro, mira hacia otro lado. A toda esa gente adicta a la soplapollez como excusa. A toda esa gente que no encontraría la honradez ni aunque la buscaran en un diccionario. A toda esa gente que prefiere tomar por tontos a todos los ciudadanos de un país antes que asumir responsabilidades. Gaviotas y tal.

Por eso, no voy a aplaudir a Bárcenas ni como persona ni como personaje porque representa a conciencia mucho de lo peor que le ha pasado y le pasa a España. Pero sí voy a aplaudir que Bárcenas haya apostado por el orgullo antes que por la sumisión, por la exhibición antes que por la discreción, por el coraje antes que por la tibieza, por la sinceridad antes que por el absurdo. Porque, aunque tal vez a Bárcenas sólo le mueva el rencor y el revanchismo, haciendo lo que está haciendo y diciendo lo que está diciendo, está ayudando a evitar nuevos casos como el suyo y, además y quizás más importante, a identificar a las personas que no pueden ni deben formar parte de la vida pública de un país civilizado. Gaviotas y tal.

Además, sus declaraciones de anoche, contempladas especialmente después de las de esta mañana, me parecen de tal ingenio en su mala leche, de tanta acidez en su ironía que son de quitarse el sombrero, antes o después de descojonarse, claro. The Luis Bárcenas' Show. Sus "Luis ha sido fuerte" y "Rajoy no tiene nada que temer" deberían estar ya por méritos propios en cualquier antología de la guasa. Tan es así que a mí me cuesta mucho decidir con quién me río más: si con el Bárcenas original o con el que el genial Joaquín Reyes "interpretó" la otra noche:

Así las cosas, al PP se le ha vuelto en contra su particular "Roma no paga traidores" y del "Luis, sé fuerte", vía SMS, se ha pasado a un "Mariano sé fuerte", vía cachondeo de una ciudadanía harta de tanto disparate, de tanta tomadura de pelo, de tanta desfachatez. Claro que, pedirle a cierto organismo pluricelular que sea fuerte es como pedirle que sea guapo, sincero, digno o que salga de todos sus armarios: una contradictio in terminis. Un contrasentido. Un imposible. Como lo va a ser que cierto partido llegue electoralmente vivo a las generales. Con todo merecimiento. Gaviotas y tal. 

martes, 13 de enero de 2015

"Birdman" o de qué hablamos cuando hablamos de éxito

Por fin he visto Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia, una de las películas más esperadas de la temporada gracias a su director, coproductor y coguionista (Alejandro González Iñárritu), a su trasfondo (el mundo de la interpretación hoy en día) y a su reparto (un elenco impecable tanto a priori como a posteriori). Una película tan cool como descarnada y que no sólo hace sonreír/reír sino también pensar. Un film que por su fondo y su forma es merecedora no sólo de estar nominada (ahí están sus nominaciones a los Óscars) a los mayores premios cinematográficos sino de llevárselos(por mucho que en los Globos de Oro no haya ido del todo bien). Y no estoy exagerando. Las razones, a continuación.

Birdman es una película cuya trama principal consiste en el intento de redención y/o renacimiento profesional y personal de un actor, Riggan Thomson (Michael Keaton), cuya época de flashes, brindis y alfombras rojas ha quedado demasiado atrás en el tiempo y que está sintetizada en la figura de "Birdman", un superhéroe estrafalario del que Thomson no consigue liberarse ni siquiera literalmente ya que forma parte de sus recurrentes alucinaciones. Por esa razón, Thomson decide arriesgarlo todo dirigiendo, escribiendo, produciendo y protagonizando una obra de teatro en Broadway que adapta la obra De qué hablamos cuando hablamos de amor de Raymond Carver (escritor, por cierto, mucho más que interesante por su maestría para retratar la intimidad). En ese intento le acompañarán su mánager, abogado y productor Brandon (Zach Galifianakis); su hija Sam (Emma Stone); sus compañeros de profesión Mike (Edward Norton), Lesley (Naomi Watts) y Laura (Andrea Riseborough); y su ex mujer Griffin (Amy Ryan). Si Riggan consigue o no su propósito y por qué es algo que ya debe descubrirse en la pantalla del cine. 

Birdman es una película que, en lo técnico y lo artístico, bordea la perfección porque, ya desde sus estupendos créditos iniciales, exhibe tanto ingenio y habilidad delante y detrás de la cámara que hay que hilar muy fino (y ser bastante cabrón) para encontrarle algún desperfecto o fallo. Por eso, puede y debe destacarse la ya habitual maestría de González Iñárritu para contar historias (tanto con el guión como con la cámara), la impresionante destreza de montar todo el metraje de forma de que parezca un único plano-secuencia (algo sólo al alcance de genios como Hitchcock) y el sensacional equilibrio en el tono entre la comedia, el drama, el realismo sucio y el realismo mágico. Ello por no hablar del reparto...decir que este film supondrá para Michael Keaton lo mismo que Pulp fiction supuso para John Travolta es un obviedad. Como lo es afirmar que Keaton hace una interpretación tan magistral del excéntrico y atormentado Riggan Thomson (un alter ego más que autoparódico) que si no se lleva el Óscar va a ser una de las grandes injusticias del año. Como lo es reconocer que Edward Norton roba el plano cada vez que sale, demostrando una vez más que tiene un talento y carisma simplemente tremendos. Como lo es decir que el resto del elenco no desentona en este festival interpretativo.
 
Pero es que Birdman, además de todo eso, constituye un manifiesto en pro de la interpretación como arte y del cine y el teatro como obras artesanales; un alegato a favor de la sinceridad y la piel en tiempos de blockbusters y disparates con mucho artificio y
ninguna alma; un discurso en el que se funden de forma precisa y limpia la autocrítica, la sátira y la autorreferencia de todos los elementos que conforman el cine actual; una bofetada a una industria más orientada al merchandising y la taquilla que a la calidad; una elegante mofa del cine estrambótico y superheroico que domina el panorama de los últimos años; un ácido retrato del esnobismo y la decadencia de un mundo iluminado artificialmente; un viaje al "off" de la vida del artista y, de paso, de todo ser humano; una declaración de amor al riesgo, a la honestidad, a ser uno mismo, a ser quien se quiere ser.

Quizás por ello, las gracias y desgracias que se plasman en Birdman llevan deliberadamente al espectador a reflexionar sobre varias cuestiones interesantes y no por ello fáciles de digerir. Cuestiones como, por ejemplo, asumir que fama, prestigio y popularidad no son sinónimos; o como la falta de fiabilidad de los parámetros que utilizamos hoy en día para calibrar nuestra felicidad (reconocimiento ajeno, estabilidad laboral, éxito profesional, riqueza material, tranquilidad sentimental, cohesión familiar, satisfacción sexual, coherencia con nuestras metas, número de followers o amigos en redes sociales...); o como el incierto concepto de "éxito", asunto que, en mi opinión, supone el eje íntimo e intelectual de la película-historia que nos cuenta González Iñárritu, pues creo que toda ella está concebida y construida como una respuesta a la pregunta "¿de qué hablamos cuando hablamos de éxito?". En ese sentido, creo que la solución que el cineasta mexicano intenta dar al espectador se aleja de cualquiera que vincule el éxito con los triunfos profesionales o con la relevancia mediática o con el reconocimiento social o con el prestigio de nuestra ocupación profesional o con el número de personas que pasen por tu cama o con el saldo de tu cuenta bancaria o con la estética personal o con el hecho de tener o no una familia canónica o con los logros conseguidos en el pasado o con estar a la altura de las expecativas que otros tengan sobre ti o con las opiniones/críticas de los demás o con el número de personas que te sigan en redes sociales. En mi opinión, Birdman nos dice que el éxito, el verdadero éxito, el éxito capaz no sólo de sentirse sino de vertebrar y transformar una vida y dar sentido y forma a la identidad consiste en algo tan simple y difícil como ser uno mismo; en renunciar a dictados ajenos (vengan de donde vengan); en hacer de nuestra vida nuestro proyecto más importante e innegociable; en saber que lo importante no es tanto qué hacemos en la vida sino qué hacemos con nuestra vida; en vivir como queramos, que, ojo, no consiste en vivir de cualquier manera sino de la manera en que nos sintamos felices y en paz con nosotros mismos sin importar nada ni nadie más. Es decir, que el éxito es ser tú y no lo que los demás dicen que eres o seas. De ahí que no sea nada gratuita la nota que aparece en el espejo del camerino de Riggan Thomson: una cosa es lo que es y no lo que dicen que es.

En definitiva, Birdman es una película inteligente, entrañable, friki, cool, cohesionada y desbordante de ingenio y humanidad. Y, por todo ello, absolutamente recomendable...e imprescindible en los tiempos en que vivimos.   

lunes, 12 de enero de 2015

Yo no soy Juan Manuel de Prada

Juan Manuel de Prada es un hombre atractivo, esbelto, apolíneo, moderno, tolerante, carismático, divertido, ingenioso, prudente, mesurado, coherente, intelectualmente brillante, de voz varonil, de look a la última  y, además, un articulista como no hubo desde Larra y un escritor seguido por millones de personas en todo el mundo y cuyo talento literario ha sido reconocido con premios como el Cervantes y el Nobel, entre otros cientos. En un universo paralelo al nuestro, obviamente. En este universo, Juan Manuel de Prada es un hombre cuya estética es tan repelente como su ética; un individuo repugnante en forma y fondo; un cebón cursi, trasnochado, intolerante, deprimente, imprudente, exagerado, hipócrita, mediocre, de voz de matasuegras, de look "+70 años" y, además, un articulista cuya lectura invita a sacarse los ojos y un escritor que, en algún momento de su mantecosa existencia, dejó ser una discutible promesa de las letras para ser un innegable ultraconservador, un indiscutible reaccionario y un estridente hooligan del catolicismo de tal calibre que hace que el ideario carlista parezca el programa de Podemos. Ése es Juan Manuel de Prada: un adefesio del periodismo, la literatura, el pensamiento y la religión. Un hombre que cada vez que ejerce su libertad de expresión ofende al silencio o mancha una página en blanco. La ballena blanca del mal gusto. El King Kong del despropósito. El Godzilla de la intransigencia. El Hombre de Malvavisco del conservadurismo. El Hulk Hogan de la derecha más rancia.

Y lo es porque él lleva años esforzándose por romper todos los límites del patetismo, la intolerancia, la provocación y la mediocridad. Ahí están como muestra de todo ello sus artículos y libros. De sus "novelas" no hablaré, a la espera de que alguien escriba su tesis doctoral sobre si las obras literarias de Prada
son letales para los enfermos de diabetes o si perjudican neurológicamente a cualquier persona alfabetizada. Así que volveré a lo que escribe en el diario ABC: artículos indefendibles estilística y conceptualmente por cualquier persona normal. Artículos donde Juan Manuel de Prada exhibe orgulloso su disparatado cóctel de estilo rococó, fundamentalismo religioso, mentalidad retrógrada y majadería de baratillo. Artículos como el que motiva que hoy esté escribiendo sobre él: "Yo no soy Charlie Hebdo" (10-1-2015). Porque artículos como ése convierten a Juan Manuel de Prada en una mancha de grasa en la historia del periodismo y la literatura en lengua española y en un presunto canalla en el plano intelectual, ético y humano.

¿Quién es capaz de criticar a unas personas que acaban de morir asesinadas? ¿Quién es capaz de escribir como opinión propia unos argumentos que coinciden en esencia con la justificación
utilizada por los terroristas yihadistas para matar a inocentes? ¿Quién es capaz de calificar como "paparruchas hijas de la debilidad mental" todo lo dicho en memoria y defensa de los trabajadores del Charlie Hebdo? ¿Quién es capaz de meter en un mismo saco terrorismo, laicismo, violencia y libertad de expresión? ¿Quién es capaz de ver como algo decadente y pestilente el multiculturalismo, la libertad sexual o la sátira? ¿Quién es capaz de calificar el laicismo como un "delirio de la razón" al mismo tiempo que aboga por un integrismo católico?  ¿Quién es capaz de utilizar en el siglo XXI una jerga ("culto impío", "temor de Dios", "nos ha conducido al abismo"...) propia de un incendiario sermón medieval? ¿Quién es capaz de afirmar sin descojonarse que las religiones fundan las civilizaciones?  ¿Quién es capaz de ser más papista que el Papa? ¿Quién es capaz de actuar como si el credo religioso fuera incompatible con la esencia democrática? ¿Quién es capaz de quedar en ridículo a la velocidad de la luz? Juan Manuel de Prada, una auténtica vergüenza y un ser que me daría pena si no me diera asco. Quizás alguien que aprecie a este miope intelectual debería decirle que ir de ultracatólico siendo la misma persona que se dio a conocer con una obra erótica titulada Coños o habiéndose casado dos veces rima bastante con hipocresía. Quizás alguien que tenga en estima a este cetáceo de secano debería decirle que a lo mejor él estaría más conforme viviendo en una teocracia y no en una democracia donde cualquier persona inteligente puede y debe respetar aquello que no le gusta o no entiende o, en su defecto, acudir a los tribunales. Quizás alguien que quiera a este troll de nuevo cuño le debería decir que la libertad de expresión, como cualquier otra libertad y derecho, sólo se ve limitada por ley no por el gusto personal de cada uno ni por el libro sagrado de turno. Quizás alguien que mire con afecto a este seboso vocero del Apocalipsis debería decirle que antes de quedar como un cretino mejor haría en repasarse la Historia universal y la Constitución Española. Quizás alguien que quiera a este ogro apolillado debería...replantearse si está prestando su tiempo y atención a alguien que merezca la pena porque este Juan Manuel...de Prada, nada, y de despreciable, mucho. 

viernes, 9 de enero de 2015

El mejor abono

Todas las religiones, los credos, las creencias se basan en última y definitiva instancia en lo mismo: en la fe, en creer en lo inexplicable, en asumir lo injustificable, en aceptar lo inverosímil, en abrazar lo imposible, en enterrar las dudas, en no cuestionar lo cuestionable, en sugestionar a la consciencia para que no se chive al cerebro de que nos estamos saliendo del guión; es decir, se basan en lo irracional, en lo visceral. De lo irracional, de lo que no se piensa, de lo que se escapa a la razón surgen cosas maravillosas como el amor, la pasión, la alegría, el placer, la felicidad...pero también cosas terribles como el odio, los celos, la tristeza, el dolor, la depresión...y el miedo y el terror. Por eso hay que tener cuidado con lo que se cree y, más todavía, con aquellos que nos dicen cómo y en qué creer: del paraíso al infierno sólo hay un segundo de estupidez distancia. Porque el verdadero peligro no está en el tonto sino en aquel que dirige al tonto. Igualmente, hay que tener cuidado con ideologías o creencias de tipo "político" (nacionalismos exaltados, independentismos, populismos, etc) que, como ocurren con las religiones, deben su arraigo y proliferación en lo irracional, en pasarse por el forro el "logos" para camelarse al "pathos", en conseguir que el tipo de turno actúe más como "homo" que como "sapiens". Por tanto, cuidado con aquello en lo que decidimos creer, no vayamos a levantarnos un día dispuestos a hostiar a gigantes que son sólo molinos.

Quizás por todo ello, las creencias, ya sean religiosas o políticas, están tan relacionadas con la intolerancia. No hay ni una sola de las grandes religiones o de las principales ideologías políticas que no haya escrito un perverso y siniestro capítulo en la historia universal de la intolerancia, o, lo que es lo mismo, en la historia universal de la negación del diferente, de la cosificación del discrepante, del exterminio físico o intelectual del contrario. Y si hay alguien dispuesto a olvidar o excusar esto es un perfecto majadero o un notable aspirante a hij@ de put@. Por suerte o por desgracia, ahí están la "Santa Inquisición", las "guerras santas" (llámense cruzada o yihad), los totalitarismos, las Guerras Mundiales, el terrorismo de estado israelí o las matanzas islamistas para recordárselo a todo aquel que sea lo suficientemente estúpido o miserable como para olvidar tanta infamia.

Y, también quizás por todo lo anterior, las creencias, ya sean religiosas o políticas, tienen una alergia tremenda a las críticas, provengan de donde provengan, aunque sean hechas en
forma de sátira o viñeta. Las creencias no admiten preguntas y sólo se interesan por quienes quieren obedecer sus respuestas. O, dicho de otra manera: a la hora de la verdad, su concepto del "respeto" sólo funciona en una dirección. Cualquier otra cosa supone una amenaza para una cosmovisión que sólo busca perpetuarse, enquistarse, fosilizarse pero nunca jamás abrirse ni evolucionar. En resumen, no les interesa lo que tu cerebro puede decirles sino lo que pueden decirle a tu cerebro. Una filosofía interesante...siempre y cuando tu mayor aspiración en la vida consista en ser un perfecto tonto del culo.

Por eso, no me extraña aunque me espante lo que ha sucedido en Francia estos últimos días. Por eso no me extraña aunque me espante que haya alguien que entienda el mundo sólo en negro o en blanco, en "o conmigo o contra mí". Por eso no me extraña aunque me espante que haya alguien dispuesto a recurrir a la violencia como respuesta al ingenio. Por eso no me extraña aunque me espante que haya alguien capaz de emplear el terror para coaccionar la libertad. Por eso no me extraña aunque me espante
que haya alguien preparado para sembrar sangre y miedo en nombre de un dios supuestamente grande, misericordioso y compasivo. Por eso no me extraña aunque me espante que en pleno siglo XXI haya alguien dispuesto a matar por las mismas absurdas, repugnantes y miserables razones por las que se mataba hace siglos. Por eso no me extraña aunque me espante que haya alguien que quiera dar un sentido a su mierda de vida mediante la atrocidad y el disparate. Por eso no me extraña aunque me espante que alguien siga haciendo de los libros sagrados su infalible manual de instrucciones para la vida. Por eso no me extraña aunque me espante que el radicalismo islamista sea actualmente la mayor y peor amenaza para el mundo libre porque, peores aún que los terroristas, son los que desde mezquitas, publicaciones y páginas web siembran los vientos que ellos transforman en tempestades de dolor.

Así que, por todo ello, mi total solidaridad y sincero afecto con los parisinos, con los franceses, con los humoristas, con los periodistas críticos, con los inocentes, con los libres.

No obstante y para terminar, cuatro moralejas entre tanto horror y desolación. La primera: la libertad es el único concepto o idea por el que merece la pena vivir y dar la vida. La segunda: el ingenio y la libertad siempre van de la mano...como van de la mano la locura y el terror. La tercera: el mejor destino para un terrorista no es ni la cárcel ni la redención: es una bolsa en una morgue. Y la cuarta: el mejor abono, el de yihadista.

lunes, 5 de enero de 2015

La yincana de la miseria

http://www.jrmora.com/blog/
Hoy andan el oficialismo y sus medios serviles (es decir, gracias al Gobierno actual, todos los tradicionales y alguno de los digitales) descorchando champán y haciendo del sesgo un arte a cuenta de las cifras del paro. Yo, honestamente, del mismo modo que no voy a lamentar que bastante gente desempleada haya encontrado afortunadamente trabajo...no voy a festejar ni celebrar un sistema o mercado laboral que lleva a seis de cada diez jóvenes españoles (datos de noviembre de 2014) a planear marcharse del país para trabajar; un sistema o mercado laboral al que se la trae al pairo que otros países se beneficien del talento y la formación educativa con denominación de origen española; un sistema o mercado laboral incapaz de ofrecer ningún atractivo o expectativa al cerca de medio millón de españoles que ha buscado mejor suerte laboral fuera de España desde que comenzó la crisis; un sistema o mercado laboral que ha consolidado el precariado como modo de trabajo (sólo el 8% de los nuevos contratos son
indefinidos) y la incertidumbre como estado vital; un sistema o mercado laboral sin el cual no se puede concebir el retroceso de 10 años experimentado en la economía familiar o la previsión de 25 años para recuperar la situación laboral previa a la crisis; un sistema o mercado laboral reformado y hecho a medida del Otro Gobierno pero no de quienes buscan, necesitan y quieren un trabajo; un sistema o mercado laboral que sólo se puede maquillar a golpe de modificaciones estadísticas y de informaciones interesadas; un sistema o mercado laboral propio del que sólo podría estar satisfecho un enajenado, un cretino o un sinvergüenza

Así que hoy tampoco voy a descorchar champán. Y no lo haré mientras España siga teniendo un sistema o mercado laboral que haya convertido el hecho de (querer) trabajar en una yincana de la miseria (económica, profesional y humana).
http://www.jrmora.com/blog/

sábado, 3 de enero de 2015

El arte de sacar la basura

Hay dos tipos de basura. Una basura que se saca a la calle y basura que se saca de la calle. La del primer tipo la conforman los restos orgánicos, envases, plásticos y demás desperdicios generados por la actividad humana. La del segundo tipo la integran quienes asesinan, matan, maltratan, abusan, violan, roban, estafan, defraudan, engañan, comercian con drogas o armas y demás desperdicios generados por la condición humana. Pero dar el destino adecuado a una y otra basura responde a un mismo fin: preservar la salud de todos. Por eso, tan perjudicial es no sacar la primera basura como no retirar la segunda. O más perjudicial aún: que exista alguien incapaz de distinguir la diferencia, el matiz y la preposición y saque a la calle la basura que otros sacan de ella.

De ahí que uno de los problemas fundamentales de la sociedad actual, al menos en este sindiós que es España, sea la acumulación de la basura en las calles. Y no precisamente porque no funcionen los servicios de recogida. Un problema que, como lamentablemente sucedió ayer, acaba resultando fatal para gente de bien. Un problema que, de haberse solucionado ya, habría evitado que una basura sacada y devuelta a la calle matara a un policía en acto de servicio en Madrid, un miembro de esas fuerzas y cuerpos de seguridad que ven cómo por desgracia su esfuerzo y celo no tienen siempre (o siquiera habitualmente) un refrendo legal o judicial, porque absolutamente de nada sirve esforzarse en sacar la basura de la calle, es decir, en proteger a los ciudadanos y perseguir el delito, si a la hora de la verdad bien un artículo redactado por un "político" o bien una interpretación de un juez del orden penal vuelve a poner a esa basura en la calle.

Claro que la causa de todo esto radica originaria y casi exclusivamente en un cuerpo legal penal buenista e ingenuo (por no decir directamente gilipollesco) orientado a la reinserción de los delincuentes, es decir, en creer que la basura se puede reciclar, que se puede hacer borrón y cuenta nueva y echar pelillos a la mar. Una pretensión rebosante de idealismo y a la que los índices de reincidencia obligan a considerar como una insostenible e indefendible utopía o, directamente, como una majadería. Un error garrafal que convierte a comisarías y centros penitenciarios en lugares de paso y no en el comienzo de un merecido final. Un cachondeo que convierte al Código Penal en una broma sin gracia, a las condenas en meros contratiempos y los delincuentes en boomerangs. Una chapuza tremenda e injusta alimentada y/o perpetuada por la ineptitud, desidia y/o demagogia de políticos y jueces que al final no acaban pagando ellos sino los demás. Un disparate que debería resolver el Gobierno en general y los Ministerios de Interior y Justicia en particular, si no estuvieran más pendientes de sojuzgar a la ciudadanía que de protegerla de cualquier amenaza.

Y ello por no hablar de los típicos y oportunistas meapilas dispuestos a sacar la cara por cualquier gentuza con tal de tener su minuto de gloria o dar un sentido a sus insignificantes vidas. Paladines de lo "estúpidamente correcto" y defensores de causas perdidas empeñados y especializados en confundir la velocidad con el tocino, el culo con las témporas y mezclar churras con merinas. Véase: abogados, juristas, portavoces de asociaciones u ONGs y opinadores de diverso y ridículo pelaje. Gente de neuronas en búsqueda y captura y de vergüenza en extinción que creen que la raza, la edad, la condición social, la nacionalidad, el credo o el género pueden y deben ser utilizados como atenuantes o eximentes de cualquier pena. Pues mira, no. O, en todo caso, que se lleven a sus casas a los angelitos estos y los reinserten ellos en la intimidad, a ver qué tal.

En resumen: la basura, sea como y de donde sea, fuera de la calle o del país, si procede. Hay que ser limpios. Hay que ser justos, pero de verdad.

El problema es que al hablar de España estamos hablando de un país con excedente de cretinos por metro cuadrado, lerdos incapaces de comprender lo que en el fondo es una cuestión de un matiz, de gramática, de semántica, de letras; bobos sublimes que debieron perderse algún capítulo de Barrio Sésamo y en su madurez son incapaces de distinguir "sacar de" y "sacar a"; miserables que por desgracia para la gente de bien han convertido el hecho de sacar la basura en un arte.

viernes, 2 de enero de 2015

Principio y final

El suelo yermo, blanco y helado de la tundra se extendía en todas direcciones. Sólo la rugosidad de las compactas nubes permitía distinguir con claridad el cielo de la tierra. No había camino ni referencia natural o artificial que permitiera orientarse. El horizonte, cualquier horizonte, era difuminado constantemente por la gélida ventisca. El tiempo y el espacio se disolvían en la nieve. Ni día ni noche. Ni cerca ni lejos. Ni comienzo ni fin. Aquella inmensa nada blanca era la única respuesta a cualquier pregunta. El principio y el final de todo.

martes, 30 de diciembre de 2014

Una casita con lucecitas

Mediaset (ese grupo) se ha esforzado en los últimos años en dar motivos suficientes para que asumamos que, de haber un holocausto nuclear o caer un meteorito en España, habría unas cuantas pérdidas que no cabría en absoluto lamentar, por la calidad humana o intelectual de los fallecidos. Motivos que adoptan la forma de programas (con perdón) en los que se puede ver a gente haciendo el cretino con ropa (Gran Hermano), casi sin ropa (Supervivientes), sin ropa (Adán y Eva) y con y sin ropa (Mujeres, hombres y viceversa); o de programas en los que se redimensiona el término "cutre" (Cámbiame) o en los que se puede ver en acción a detritus juniors (Hermano mayor) o seniors (Sálvame). Motivos para entender su parrilla de programación (al menos la de la vergonzosa Telecinco y, en menor medida, la de la indefinible Cuatro) como un excelente argumento para poner en duda no sólo la existencia de vida inteligente fuera de la Tierra sino también dentro de él. Motivos para creer que el innegable éxito en audiencia de dichos productos lleva los conceptos "coprofagia" y "masoquismo" a un nuevo nivel. Motivos para cuestionar la vigencia de conceptos como "ética", "estética", "mérito", "esfuerzo", "calidad", "virtud", "educación", "evolución", "orgullo", "sensatez"...Motivos para sospechar que Jorge Javier Vázquez, Emma García, Mercedes Milá y Jordi González son, junto al deshielo polar y la sexta extinción, ejemplos claros de que el mundo se está yendo por el retrete a Mach 5. Motivos que dan a entender que cuanto más gilipollesco, inculto, amoral, indiscreto, hortera, vago, lerdo, maleducado, jeta y/o canalla seas, mejor te va a ir en la vida si ésta pasa por Telecisco. Motivos para presuponer que una de las consignas innegociables de Mediaset es la de convertir deliberadamente Telecinco no sólo en su principal emblema (tremendo error) y motor de audiencia sino en escaparate y factoría de seres antropomórficos que deberían ser estudiados por la ciencia o encerrados en el área 51. Motivos para pensar que Mediaset tiene la ilusión, la vocación y el compromiso de convertirse en la mejor (o peor, según se mire) casa de lucecitas en el arcén de la TDT española, especialmente por lo que hace, demuestra y perpetra en Telecirco. Motivos que, por suerte, han llevado a la CNMC a poner el punto de mira al mascarón de proa de esa escombrera humana, al rey de la poza séptica, a la quintaesencia de la telebasura del siglo XXI, a la corte de los milagros de Fuencarral: Sálvame. Y todo ello "sólo" porque este producto (de bajo coste y aún más bajo gusto) incumple la ley que regula los contenidos emitidos en horario infantil, lo cual me recuerda a aquello de condenar a Al Capone "sólo" por delito fiscal.

Yo no voy a entrar a valorar si el acceso de los niños a la televisión tiene que estar regulado por una ley, por una cadena de televisión o por sus progenitores, aunque creo que es una responsabilidad conjunta que no admite dejaciones por ninguna parte, a no ser que lo que se pretenda sea que esas criaturas el día de mañana sueñen con ser tronistas, grandeshermanos, supernáufragos o tertulianos de baratillo en lugar de soñar con ser hombres y mujeres de provecho o, simplemente, hombres y mujeres. 

Lo que sí voy a entrar a valorar es el repugnante y colosal cinismo en que radica la indignada campaña (#yoveosálvame, etc) y el lisérgico argumentario que ha lanzado Mediaset en defensa de Sálvame a cuenta del toque de la CNMC. ¿Cómo se puede querer replicar un argumento legal con razones fuera de Derecho (y de la lógica y la decencia)? ¿Cómo se puede hablar con gesto circunspecto y tono grave de lo que es un esperpento infumable en
fondo y forma? ¿Cómo se puede reivindicar la dignidad de algo que no es más que un festival televisado de miseria, morbo y mediocridad? ¿Cómo se puede utilizar a los espectadores para justificar la permanencia y la calidad del programa a sabiendas de que todo se debe "simplemente" a una infracción legal o, dicho de otra forma, a pasarse por el forro la consideración debida al público infantil? ¿Cómo se puede utilizar como defensa para su preservación razones que valdrían para promover la emisión en ese mismo horario de películas porno o gore? ¿Cómo se puede apelar al futuro profesional de más de 200 familias cuando seguramente esos trabajadores hacen lo que les mandan y están plenamente capacitados para hacer algo distinto y más digno? ¿Cómo se puede desperdiciar dinero, medios y talento en perpetrar un producto tan hortera, cutre y estúpido? ¿Cómo se puede enarbolar la bandera de la libertad de expresión cuando tu "modus vivendi" consiste en pasarte por la quilla el derecho al honor, a la intimidad y a la propia imagen? ¿Cómo se puede pedir que se tome en serio algo que nace desde, por y para el disparate? ¿Cómo se puede reclamar que se trate a Sálvame como algo que no sea excepto lo que es: una defecación? Las cosas claras: ni Jorge Javier Vázquez es Valle-Inclán ni Sálvame el equivalente televisivo a una comedia de Darío Fo. Sálvame es un circo de los horrores y J.J.Vázquez su orgulloso jefe de pista. 

Por todo ello, espero y deseo que Sálvame desaparezca de la parrilla (al menos de su horario actual) no sólo por respeto a la legalidad sino, más importante aún, por ayudar a que España deje de dar asco. Igual que espero y deseo idéntica suerte para las aberraciones antes citadas...No obstante y pese a todo, soy plenamente consciente de que, muy problablemente, en todo este embrollo pesará más la vocación de Mediaset de convertir a los espectadores en moscas. ¿Por qué? Porque mientras la basura tenga su público, siempre habrá gente dispuesta a hacer negocio con ella. Y a defenderla.

domingo, 28 de diciembre de 2014

La dimensión mariana

Mediocre. Falso. Irresponsable. Impresentable. Enajenado. Altanero. Ingenuo. Cobarde. Inepto. Miserable...muchos de estos calificativos podrían orbitar alrededor de Mariano Rajoy con todo merecimiento por despropósitos como el discurso-balance anual pronunciado el pasado viernes. Un discurso que, en forma y fondo, resulta tan indignante como extraño, tan optimista como infundado, tan sesgado como injusto, tan grandilocuente como vomitivo. Un discurso que, más que por un Presidente realista, sensato, honesto, valiente, comprometido y sensible, parece pensado, escrito y pronunciado por un Ricardo III con denominación de origen gallega. Un discurso, en definitiva, que insulta a la inteligencia al mismo tiempo que abofetea la dignidad de la ciudadanía por su manifiesta y premeditada desconexión con la realidad. Y he aquí la clave la cuestión: Mariano Rajoy Brey no pertenece a esta realidad. Es de otro sitio. De la dimensión mariana. Una región lisérgica y absurda donde todos sus oriundos tienen en su cerebro la canción "Todo es fabuloso" como hilo musical. Y cuanto antes admitamos todo esto, mejor. Así nos ahorraremos unos cuantos calificativos y no nos rasgaremos las vestiduras.

Porque, si Rajoy fuera de este mundo, en su discurso, en lugar de descorchar el champán y sacar pecho, habría pedido perdón. Porque, si Rajoy fuera de este mundo, en su discurso, en lugar de
descorchar el champán y sacar pecho, habría pedido perdón y reconocido que si España está consiguiendo vadear como malamente puede la crisis es gracias al esfuerzo, la grandeza y la responsabilidad de sus ciudadanos y no gracias a un Presidente cobarde, traicionero e incapaz de acometer las reformas y los recortes que verdaderamente necesitaba el país; medidas que pasaban por hacer que la política dejara de ser un negocio lucrativo para ser un servicio por y para los ciudadanos; por transformar y adelgazar el régimen autonómico, provincial y municipal; por replantear el modelo económico y productivo; por redefinir y proteger el Estado de bienestar; y por solucionar los problemas en lugar de transformarlos. Porque, si Rajoy fuera de este mundo, en su discurso, en lugar de descorchar el champán y sacar pecho, habría reconocido y pedido perdón por haber exterminado económica y fiscalmente a la clase media, por haber devaluado hasta la denigración el mercado de trabajo y las condiciones laborales y salariales, por haber convertido forzosamente a jóvenes excelentemente preparados en zombis, esclavos o emigrados, por haber penalizado salvajemente el acceso a la cultura y el ocio, por haber perpetuado la educación y la sanidad como motivos de bronca, por haber preservado la prosperidad de unos pocos en detrimento de la de la mayoría, por perjudicar mezquinamente la libertad de expresión e información recogidas en el artículo 20 de la Constitución Española, por intentar mangonear en el poder judicial, por aumentar estratosféricamente la deuda pública, por esforzarse en involucionar tecnológica y digitalmente a la sociedad, por actuar con tibieza contra la corrupción y con furia y soberbia contra quienes le critican o llevan la contraria, por parapetarse detrás de un plasma o una hobbit cuando vienen mal dadas, por hacer de la chapuza y el disparate su hoja de ruta, por apuntalar la Gobiernocracia en perjuicio de la democracia, por haber convertido el remedio en algo aún peor que la enfermedad, por cortar amarras con quienes, votándole o no, creían, esperaban o merecían una España mejor. Porque, si Rajoy fuera de este mundo, no habría dicho siquiera ningún discurso. Porque, si Rajoy fuera de este mundo, hace tiempo que por decencia y vergüenza habría dimitido.

Pero no, resulta que no, Mariano Rajoy no es de este mundo. Es de la dimensión mariana. Una dimensión habitada por criaturas que, ya de nacimiento, carecen de responsabilidad y de dignidad y de honradez y de inteligencia y de valentía. Y, como decía anteriormente, cuanto antes admitados todo esto, mejor. Porque, si no, corremos el riesgo de tomarnos en serio a este tipo y considerar al Presidente del Gobierno y su paso por La Moncloa como un esperpento propio de su paisano Valle-Inclán, una astracanada política, una inocentada pésima, una broma sin gracia y con mal gusto, un chiste que merece y debe ser olvidado.