Hace veintiséis siglos de las tierras griegas surgió una lección de la que aprendió todo el mundo: democracia. Anoche surgió otra de la que debería aprender todo el mundo: cambio.
No voy a hablar aquí de Pericles ni de su famoso discurso, básicamente porque la democracia de entonces se parece a la actual como un huevo a una castaña, siempre y cuando demos por válido que lo que actualmente existe sea "democracia", afirmación cuando menos discutible y sobre la que ya escribí otro artículo. Tampoco voy a entrar en este artículo en el juego de comparaciones entre España y Grecia porque hay tantas semejanzas y diferencias que la prudencia es la mejor receta para valorar lo ocurrido en Grecia desde una perspectiva o, mejor dicho, expectativa española.
Así pues, me centraré en lo que ocurrió anoche en Grecia. Y lo que ocurrió fue algo más que una victoria electoral, triunfo que, por cierto, algunos ven como la ruptura del séptimo sello, otros como una fiesta en la mansión Playboy y unos pocos, quizás los más sensatos, con una mezcla de curiosidad y escepticismo. En mi opinión, lo que sucedió en Grecia en la noche de ayer es una elección que esconde una lección: la que los ciudadanos griegos quisieron darse no sólo a sí mismos sino al resto del mundo "civilizado".
¿Qué lección es ésa? Principalmente: cuando se debe cambiar algo, se quiere cambiar algo y se puede cambiar algo. No es un juego de palabras. Es un juego de conciencia, de actitud, de coherencia, de un compromiso que, empezando en uno mismo, acaba por extenderse a los que te rodean. El juego de decidir. El juego de cambiar. El juego de escoger. El juego de arriesgarse. El juego de darse una oportunidad nueva y distinta. El juego de dar un paso más que el miedo y el inmovilismo. Un juego importante en el que el presente se asoma al futuro para reescribirlo. Un juego activo en todos los ámbitos de la vida de una persona...y también de un país. En este sentido, hablando de países, de naciones, de sociedades, la democracia en general y los comicios electorales en particular son la perfecta cristalización de ese juego. Un juego que consiste en un acto simple pero que contiene un
complejo océano de ilusiones y miedos, argumentos y contraargumentos: el acto de votar; el acto de elegir. Pero, como decía, es un juego importante no sólo por sus causas como, especialmente, por sus consecuencias. Que el sueño de la democracia produce monstruos es algo que nadie ignora, excepto que se haya olvidado, por ejemplo, a un tío apellidado Hitler.
Por eso, es muy importante saber decidir: qué, cuándo, por qué y para qué. Y más crucial todavía es la decisión si lo que se pretende con ella es cambiar, partiendo de la base de que cualquier persona mentalmente sana sólo apuesta por cambios que impliquen una mejora respecto a la situación en que se decide dicho cambio. Una disyuntiva en la que siempre están en pugna dialéctica aquello de "Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer" y lo otro de "Quien no arriesga no gana". Nuevamente, esto adquiere especial significancia en el ámbito político, democrático y electoral puesto que al votar los efectos de nuestra decisión no sólo los vamos a sufrir nosotros sino el resto de la sociedad y quizás las generaciones siguientes. Así que, a la hora de votar, nada de tener la conciencia en modo "Ahorro de energía".
Mas, volviendo a Grecia y su lección de anoche, es obvio que la ciudadanía griega, la humillada, paupérrima, harta pero digna ciudadanía griega ha demostrado que, en democracia, se debe premiar con el refrendo a quien haya hecho bien las cosas y con el cambio a quien no. La ciudadanía griega ha demostrado que, en democracia, hacer bien las cosas significa hacer lo mejor para todos. La ciudadanía griega ha demostrado que, en democracia, el poder lo tienen los ciudadanos. La ciudadanía griega ha demostrado que, en democracia, no hay nada escrito sobre piedra. La ciudadanía griega ha demostrado que, en democracia, más que las ideologías políticas y los programas electorales lo que importa es la conciencia. La ciudadanía griega ha demostrado que, en democracia, los disparates, las tomaduras de pelo y las humillaciones pueden tener y tienen fecha de caducidad. La
ciudadanía griega ha demostrado que, en democracia, cuando se necesita
un cambio, se debe cambiar, se puede cambiar y se logra cambiar.
Si Syriza se confirma como mesías o se revela como decepción ya lo dirá el tiempo...y, de todos modos, eso sólo debe importarles a los griegos, que, para bien o para mal, serán quienes lo disfruten o sufran. Pero lo que sí nos debe importar es el cambio de como concepto, como actitud, como posibilidad y como hecho. ¿Quién ofrece un cambio real y evidente en España actualmente? Sólo dos formaciones y cuyo auge no es ni mucho menos casual:
Podemos y Ciudadanos. Dos formaciones distintas y distantes en fondo y forma pero coincidentes a la hora de querer abanderar el cambio. El cambio que nos libere de una forma de entender y hacer no ya la política sino la propia democracia que es insostenible en en lo ideológico, en lo económico, en lo social, en lo ético y en lo moral. El cambio que deje bien claro que las personas somos votantes, no gilipollas. El cambio que convierta un voto en un motivo de responsabilidad y no en un cheque en blanco. El cambio que recuerde a los políticos que un país no va a ninguna parte si deja a sus ciudadanos por el camino. El cambio que expulse de la vida pública y política a quienes no han vivido para la ciudadanía sino a su costa. El cambio que diga al Otro Gobierno que gobierne sus vidas y no las de los demás. El cambio en el que los seres humanos cuenten más que las cifras y los porcentajes. El cambio que busque realidades fiables y no promesas a traicionar. El cambio que concilie lo íntimo con lo macro. El cambio de lo insufrible hacia lo ilusionante. El cambio como riesgo no sólo asumible sino necesario. El cambio que cierre el pasado y abra el futuro. El cambio que permita pensar en un mañana. El cambio que devuelva el poder y el país a sus legítimos y constitucionales dueños: los ciudadanos.
Por eso, debemos estar muy agracedidos a la (e)lección griega: porque nos ha hecho darnos cuenta de que en España también debemos, queremos y podremos tener cambio.
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