El suelo yermo, blanco y helado de la tundra se extendía en todas direcciones. Sólo la rugosidad de las compactas nubes permitía distinguir con claridad el cielo de la tierra. No había camino ni referencia natural o artificial que permitiera orientarse. El horizonte, cualquier horizonte, era difuminado constantemente por la gélida ventisca. El tiempo y el espacio se disolvían en la nieve. Ni día ni noche. Ni cerca ni lejos. Ni comienzo ni fin. Aquella inmensa nada blanca era la única respuesta a cualquier pregunta. El principio y el final de todo.
viernes, 2 de enero de 2015
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario