Hay dos tipos de basura. Una basura que se saca a la calle y basura que se saca de la calle. La del primer tipo la conforman los restos orgánicos, envases, plásticos y demás desperdicios generados por la actividad humana. La del segundo tipo la integran quienes asesinan, matan, maltratan, abusan, violan, roban, estafan, defraudan, engañan, comercian con drogas o armas y demás desperdicios generados por la condición humana. Pero dar el destino adecuado a una y otra basura responde a un mismo fin: preservar la salud de todos. Por eso, tan perjudicial es no sacar la primera basura como no retirar la segunda. O más perjudicial aún: que exista alguien incapaz de distinguir la diferencia, el matiz y la preposición y saque a la calle la basura que otros sacan de ella.
De ahí que uno de los problemas fundamentales de la sociedad actual, al menos en este sindiós que es España, sea la acumulación de la basura en las calles. Y no precisamente porque no funcionen los servicios de recogida. Un problema que, como lamentablemente sucedió ayer, acaba resultando fatal para gente de bien. Un problema que, de haberse solucionado ya, habría evitado que una basura sacada y devuelta a la calle matara a un policía en acto de servicio en Madrid, un miembro de esas fuerzas y cuerpos de seguridad que ven cómo por desgracia su esfuerzo y celo no tienen siempre (o siquiera habitualmente) un refrendo legal o judicial, porque absolutamente de nada sirve esforzarse en sacar la basura de la calle, es decir, en proteger a los ciudadanos y perseguir el delito, si a la hora de la verdad bien un artículo redactado por un "político" o bien una interpretación de un juez del orden penal vuelve a poner a esa basura en la calle.
Claro que la causa de todo esto radica originaria y casi exclusivamente en un cuerpo legal penal buenista e ingenuo (por no decir directamente gilipollesco) orientado a la reinserción de los delincuentes, es decir, en creer que la basura se puede reciclar, que se puede hacer borrón y cuenta nueva y echar pelillos a la mar. Una pretensión rebosante de idealismo y a la que los índices de reincidencia obligan a considerar como una insostenible e indefendible utopía o, directamente, como una majadería. Un error garrafal que convierte a comisarías y centros penitenciarios en lugares de paso y no en el comienzo de un merecido final. Un cachondeo que convierte al Código Penal en una broma sin gracia, a las condenas en meros contratiempos y los delincuentes en boomerangs. Una chapuza tremenda e injusta alimentada y/o perpetuada por la ineptitud, desidia y/o demagogia de políticos y jueces que al final no acaban pagando ellos sino los demás. Un disparate que debería resolver el Gobierno en general y los Ministerios de Interior y Justicia en particular, si no estuvieran más pendientes de sojuzgar a la ciudadanía que de protegerla de cualquier amenaza.
Y ello por no hablar de los típicos y oportunistas meapilas dispuestos a sacar la cara por cualquier gentuza con tal de tener su minuto de gloria o dar un sentido a sus insignificantes vidas. Paladines de lo "estúpidamente correcto" y defensores de causas perdidas empeñados y especializados en confundir la velocidad con el tocino, el culo con las témporas y mezclar churras con merinas. Véase: abogados, juristas, portavoces de asociaciones u ONGs y opinadores de diverso y ridículo pelaje. Gente de neuronas en búsqueda y captura y de vergüenza en extinción que creen que la raza, la edad, la condición social, la nacionalidad, el credo o el género pueden y deben ser utilizados como atenuantes o eximentes de cualquier pena. Pues mira, no. O, en todo caso, que se lleven a sus casas a los angelitos estos y los reinserten ellos en la intimidad, a ver qué tal.
En resumen: la basura, sea como y de donde sea, fuera de la calle o del país, si procede. Hay que ser limpios. Hay que ser justos, pero de verdad.
El problema es que al hablar de España estamos hablando de un país con excedente de cretinos por metro cuadrado, lerdos incapaces de comprender lo que en el fondo es una cuestión de un matiz, de gramática, de semántica, de letras; bobos sublimes que debieron perderse algún capítulo de Barrio Sésamo y en su madurez son incapaces de distinguir "sacar de" y "sacar a"; miserables que por desgracia para la gente de bien han convertido el hecho de sacar la basura en un arte.
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