En las últimas semanas estamos asistiendo a un espectáculo irritante y vergonzoso: el canto del cisne del bipartidismo. O, mejor dicho, el último graznido del PP y el PSOE, los dos partidos que partiendo de la nada han llevado a España a las más altas cimas de la miseria, como diría Groucho Marx. Una berrea fúnebre que, más que de melancolía, está llena de envidia, odio y frustración. Un estertor encabronado propio de quien se va no porque quiera sino porque le echan. Una carga furiosa y enajenada, directa hacia el desastre, como la de Custer en Little Big Horn. Un ataque desesperado contra los dos máximos exponentes del cambio que se avecina: Podemos y Ciudadanos. Una embestida que, a la vista de los resultados, no sólo se ha demostrado como ridícula, de ínfima calidad intelectual y retórica y contraproducente para
sus intereses electorales. Una estrategia kamikaze liderada por el PP (que para eso tiene el Gobierno y (casi todos) los medios de comunicación), auxiliada por el PSOE (algo tiene que hacer, además de putear a su propio líder) y jaleada por el Otro Gobierno. En definitiva: todos los que tienen algo que perder (además de la vergüenza, la decencia y la honradez, que ya la perdieron hace eones) han decidido que los culpables de su situación no son sus propios errores ni su enajenación mental nada transitoria ni su desconexión despótica con aquellos a los que dicen servir. No, para ellos, para el PP y el PSOE, los abajo firmantes del desastre que es España, los responsables de su caída en desgracia y pérdida de estatus son las dos únicas banderas, distintas hasta casi el antagonismo, que tiene la esperanza o el cambio en este país en estos momentos: Podemos y Ciudadanos. Y si no es lo que piensan, lo parece.
Primero pusieron proa contra Podemos (la salida populista bananera), que ahora mismo no está claro si es un mesías o un suflé, no tanto por todas las andanadas que han recibido de fuera (no ofende quien quiere, sino quien puede) como por la mierda que su directorio tiene (o tenía) escondida bajo la alfombra. Ha perdido empuje pero aún le queda gasolina. Ya se verá si le vale o no para poder.
Pero ahora, estos últimos días, el turno la he llegado a Ciudadanos (la salida liberal europeísta). Un turno en el que el Gobierno (con la vicehobbit en plan mejor actriz de reparto), los portavoces del PP (esos chanantes Hernando, Floriano, Casado...), sus medios de propaganda (antaño conocidos como medios de comunicación: toda la prensa, toda la radio y casi toda la televisión) y fauna colateral están poniendo una increíble saña en intentar convencer a una importante parte de la ciudadanía de que son gilipollas, de que Ciudadanos es un timo aún mayor que el programa electoral del PP y de que el cielo es de color verde. ¿El resultado de esos ataques? Un apoyo a Ciudadanos cada vez más consolidado y creciente y la conversión de su líder, Albert Rivera, en lo más parecido a un político digno que se ha visto desde la Transición. Hay que reconocer que el PP cuando se decide a quedar en ridículo, no se anda por las ramas. Lo clava.
Más allá de la desfachatez de criticar quien más tiene que callar y de lo objetivamente erróneo de fijar toda tu atención en quien pretendes ningunear, lo bueno de esta verbenera estrategia es que ha permitido que la gente en España conozca más y mejor a Ciudadanos. Un partido que, sin ser perfecto, huele a honesto. Un partido que, sin tener experiencia, parece fiable. Un partido que, sin ser ajeno a los errores, propone algo que se parece
bastante a aciertos. Un partido que, sin estar formado por arribistas ni oportunistas, tiene la oportunidad de llegar muy alto. Un partido que, sin ser personalista, tiene en la figura de Albert Rivera la mejor carta de presentación no ya del propio partido sino de todos esos miles de ciudadanos que creen/creemos que no sólo que esto hay que cambiarlo sino que se puede cambiar hacia mejor. Un partido que, por mucho que le busquen las vueltas, lo único que van a encontrar es gente dispuesta dar la vuelta a esta situación que unos pocos crearon y otros muchos hemos sufrido.
Lo cierto es que toda esta situación, especialmente en el caso de Ciudadanos, evidencia algo que, objetiva y fríamente, es
innegable: que la crítica más que minar, subraya un progreso. Que el movimiento asusta a los inmovilistas, a los que ni esperan ni quieren ni prometen cambio. Que, como dijo Goethe en su poema Kläffer:"sus estridentes ladridos sólo son señal de que cabalgamos". Repasando los medios estas últimas semanas, está claro quiénes son los que ladran y quiénes los que cabalgan.
Así pues, ya puede seguir tocando la orquesta de ese Titanic que es el bipartisimo todo lo que le venga en gana; ya pueden PP y PSOE enredarse y perderse en sus propios y bochornosos juegos de tronos; ya pueden hacer y decir lo que quieran. El viento ha cambiado y ya no trae olor a mierda sino a cambio, a esperanza. Y el cielo ya no es rojo ni azul ni morado sino que pinta anaranjado, como corresponde a todo buen amanecer.
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