El Presidente Donald sigue haciendo el Trump. Esta vez, la víctima de su demencia no ha sido ni el sentido común ni la inteligencia ni la hemeroteca ni la Historia ni una etnia ni un país ni una religión: ha sido el planeta entero. Puesto a meter la pata, qué mejor que hacerlo a lo grande. American style. Utilizando el crucial Acuerdo de París como papel higiénico más que como papel mojado, Trump se ha limpiado con él esa región anatómica donde nacen la mayoría de sus ideas y palabras y mueren la totalidad de ideas y palabras ajenas.
Hay que decir que esa traicionera decisión de divorciarse del planeta y dar portazo a la mayor amenaza que tiene la Humanidad presente y venidera encaja perfectamente con quien es el ayatolá de la posverdad y sumo pontífice del negacionismo. Da igual que la ciencia y los datos le lleven la contraria, da igual que la realidad perceptible por los sentidos y demostrable empíricamente refute sus tesis, da igual que su discurso esté sostenido en rigurosas mentiras o descaradas falacias: él piensa firmemente
que el cambio climático es literalmente un cuento chino...y por eso ha dejado a China el liderazgo mundial en la lucha contra dicho cambio y la apuesta por el desarrollo sostenible. Trump está absolutamente convencido de que el deshielo de los polos y los desmadres meteorológicos son más falsos que la llegada de los EEUU a la Luna porque todo ello forma parte de una conspiración mundial para mermar el potencial económico yanqui...y por eso ha puesto en bandeja a sus competidores liderar el desarrollo de la economía mundial a lomos de energías renovables y nuevos modelos económicos más sostenibles a medio y largo plazo.
Para Trump, como para cualquier demente, sólo es real lo que él cree que es real, con independencia absoluta de la realidad misma. Parafraseando al clásico, Trump podría decir "todo lo real me es ajeno" y se quedaría tan ancho y nadie se sorprendería ya. Por eso, el Presidente de EEUU es la simbiosis indeseada entre el Sombrerero Loco y la Liebre de Marzo después una merienda a base de whisky y ayahuasca. Por eso, Trump es el mayor enemigo para la estabilidad mundial (ex aequo con Putin, por supuesto): porque está como una puñetera cabra y tiene en sus manos el Anillo Único en forma de país.
También hay que decir que esto se veía venir por dos cosas: primero, era una de las lisérgicas promesas de la delirante campaña electoral de Trump y, segundo, porque supone una importante vida extra en un momento en el que al POTUS le están acorbatando la horca por el escándalo del Rusiagate y el desencanto de su electorado por ver frustradas (al menos de momento) iniciativas tan señeras como el Muro con México. El portazo al mundo como planeta y comunidad internacional es una de las pocas medidas para las que Trump no necesitaba permiso de nadie ni dentro ni fuera de su país y eso ha hecho: lo que le ha salido del flequillo. ¿Por qué? Porque una cosa es que esté loco y otra que sea tonto. Él sabe que está ahí exclusivamente por y para sus votantes y, dadas sus circunstancias (las de Trump), prefiere los escándalos que pueden perpetuarlo en el puesto antes que los que pueden reducirlo a quarks. Se debe a su público y éste no está conformado por los tipos más brillantes, filántropos, altruistas ni ecologistas de su promoción. Son ellos los que dan patente de corso a este majadero con tal de que EEUU vuelva a recuperar la autoestima supuestamente perdida. Hay gente que para estas cosas van al psicólogo o compran libros de autoayuda; en cambio, Donald y sus trumpers son más de "Keep calm and fuck the planet".
Todo esto no deja de ser tragicómico. Lo cómico de la situación es que paradójicamente esta controvertida decisión no pone a los EEUU en la pretendida senda del Great again sino en la de more alone than the one a nivel económico, político, medioambiental y diplomático, regalando así a la UE, China y demás potencias una oportunidad de oro para salir de la sombra y arrebatar el papel de protagonista-héroe-galán que se había arrogado EEUU durante décadas (ojo con el francés Macron que viene arreando y que tanto desplante ha hecho reverdecer a Merkel). En cambio, lo trágico de todo esto es que por culpa de la demencia de una sola persona se ha hecho aún más difícil la pervivencia de millones en un futuro que cada vez tiene más pinta de distopía. Y es que, siendo realistas, si ya antes de la espantada yanqui cumplir con el objetivo fijado en París (limitar a dos grados el aumento de la temperatura global) estaba complicadísimo (ya sólo quedan 0,9 grados para incumplir tal marca y no estamos ni a mitad de película...), con esto ya es casi imposible, motivo por el cual el planeta está un poco más cerca de transformarse en un sindiós nivel Roland Emmerich. Mal futuro para la Humanidad. Claro que eso, el futuro, es algo que Trump y sus acólitos se pasan por el arco genital. Todos los cabrones son cortoplacistas. Y Trump es un grandísimo cortoplacista.
No obstante, no hay mal que por bien no venga: es una oportunidad magnífica para que toda la comunidad internacional intensifique aún más la protección medioambiental (obras son amores y no buenas razones) sin las discutibles trabas yanquis (EEUU es el segundo máximo contaminador del mundo) y de paso, se destete y circunvale a todos los niveles a ese perro del hortelano que es EEUU. Y así lo han entendido, por suerte, la mayoría de países que pintan algo en el orbe. Incluso dentro de EEUU ya hay estados que afortunadamente se han puesto manos a la obra y han formado su propia "Alianza estadounidense contra el cambio climático".
Así las cosas, todo esto en el fondo no es más que la historia de una relación que sólo puede acabar mal: la Trump y el mundo. La cuestión, por tanto, no es que Trump abandone a la Tierra sino que abandone, lo antes posible, la Tierra. En fin...Al menos al planeta siempre le quedará París (de momento).
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