lunes, 12 de junio de 2017

El Olimpo bien vale un Hades

Estúpido. Parece estúpido escribir un artículo para alguien que agota el diccionario con la misma voracidad con la que extingue tópicos y apea a rivales. Y lo es. Estúpido, quiero decir. Especialmente cuando hay mejores manos para jugar esa baraja (léanse maestros como Uría y Jabois). Simplemente cabe decir que hace tiempo que Rafa Nadal cruzó el Rubicón de lo legendario. Hace años que pelotea en el campo de los inmortales, aquellos que hacen de lo extraordinario mantra y de lo inverosímil guión, aquellos llamados Jordan, Alí, Comaneci, Senna, Bolt, Brady, Phelps...Por eso, no extraña esa hazaña, esa gesta, esa proeza, esa salvajada, esa barbaridad, esa marcianada de lograr 10 campeonatos de Roland Garros. No extraña que sólo el admirable Roger Federer le anteceda en el puesto de "mejor tenista de todos los tiempos"...de momento, porque no es una locura pensar que este Nadal es capaz de aumentar esos quince grand slam que ya atesora. Por lo pronto, Rafa Nadal es ya con todo merecimiento el mejor deportista español de la Historia y en eso ayuda bastante ser el gran dominador de la tierra batida; "King of the Clay" que dirían en Juego de Tronos.

Lo que no es tan estúpido es ver en Nadal un émulo de los grandes héroes de la épica clásica, esos que sí o sí debían pasar por el Hades para volver transformados, mejorados, al mundo de los simples mortales. Y ahí reside principalmente la gran virtud de Rafa Nadal: una fortaleza mental a prueba de Hades, lesiones, rachas, rivales, resultados, alabanzas y críticas. Una fortaleza mental que es al mismo tiempo bastión y trampolín. Una fortaleza mental espartana pero made in Mallorca que arrolla más aún que su portentoso físico o sus increíbles raquetazos. Si a ello se le unen una humildad y sensatez tan sobrenaturales como su trayectoria tenística pues...este tipo sólo puede ser una cosa: admirable.

Porque este chico, este hombre con sangre de Fénix, brío de estampida y mente de adamantium es un ejemplo a seguir dentro y fuera del deporte no sólo por su saber estar, ganar y perder sino porque demuestra que por muy oscuro que sea el túnel, por muy profundo que sea el pozo, la luz siempre acaba por venir al rescate de quien no se rinde, de quien sabe creer, de quien apuesta todo por sí mismo, de quien lucha y resiste con el convencimiento de que no hay oscuridad ni sufrimiento que dure para siempre, de que lo hecho en el pasado (malo o bueno, pésimo o grandioso) no cuenta tanto como lo que estés dispuesto a hacer en el presente, de que no importa lo que otros piensen, crean, o digan de ti sino lo que tú estés dispuesto a demostrar sobre ti mismo. Y eso lo sabe bien Nadal, al que muchos dieron por finiquitado y ha vuelto de esa apresurada tumba como un titán y con un juego que, respetando sus esencias, es distinto y mejor: ya no parece el demonio de Tasmania de los Looney Tunes sino más bien el tenista de Vitrubio, valga la comparación, toda vez que a su increíble potencia y resistencia física ha incorporado un patrón de juego mucho más cerebral que le hace aún más peligroso que antes. Que se lo digan a Stan Wawrinka, al que primero Nadal aplastó este domingo psicológicamente y, en segunda instancia, tenística y físicamente. Este chico mallorquín es Conan pero su cerebro no es el de ningún bárbaro, por muchas barbaridades que salgan de su raqueta.

En fin. Faltan las palabras así que mejor concluyo con esta reflexión a propósito de "lo de Nadal": la gloria sabe mejor cuando viene precedida del sufrimiento. La luz se valora más cuando vienes de la oscuridad. Y el Olimpo bien vale un Hades. Viva Rafa Nadal.

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