Es una ley con una fiabilidad casi matemática: en toda tragedia sale a relucir lo mejor del ser humano y a ensombrecer lo peor del mismo. Ocurre siempre. Ocurrió en Londres. Y no, no voy a hablar aquí de esos tres hijos, más de pu*a que de Mahoma, que pasaron a cuchillo a decenas de inocentes y se fueron a buscar huríes con excedente de merecido plomo en sangre. Tampoco quiero hablar del enésimo despropósito de unas fuerzas y cuerpos de seguridad, en este caso británicas: las chapuzas se comentan solas.
Quiero dedicar este artículo con la escasa longitud de lo incontestable a uno de esos héroes que viven en las bambalinas del anonimato para poner su nombre en la Historia oficial o ajena. A uno de esos tipos que no especulan con pros ni contras a la hora de demostrar la grandeza. Porque para ser un héroe no hacen falta superpoderes ni armadura ni un vistoso traje con mallas y capa ni tener un arma extraordinaria ni nacer entre páginas de épica apergaminada ni vestir de laureado uniforme ni vivir en una vistosa viñeta ni que se hable de ti en universidades entre fechas e hitos. No. Para ser un héroe basta con tener un corazón más grande que la propia vida. Uno como el que tenía Ignacio Echeverría. Uno que latiendo o sin latir se convierte en lección, ejemplo y leyenda. Descanse en paz...y en nuestra memoria, porque personas como él hay que guardarlas siempre en la vitrina del recuerdo.
Quiero dedicar este artículo con la escasa longitud de lo incontestable a uno de esos héroes que viven en las bambalinas del anonimato para poner su nombre en la Historia oficial o ajena. A uno de esos tipos que no especulan con pros ni contras a la hora de demostrar la grandeza. Porque para ser un héroe no hacen falta superpoderes ni armadura ni un vistoso traje con mallas y capa ni tener un arma extraordinaria ni nacer entre páginas de épica apergaminada ni vestir de laureado uniforme ni vivir en una vistosa viñeta ni que se hable de ti en universidades entre fechas e hitos. No. Para ser un héroe basta con tener un corazón más grande que la propia vida. Uno como el que tenía Ignacio Echeverría. Uno que latiendo o sin latir se convierte en lección, ejemplo y leyenda. Descanse en paz...y en nuestra memoria, porque personas como él hay que guardarlas siempre en la vitrina del recuerdo.
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