sábado, 25 de abril de 2015

Hamlet + Globe = puro teatro

Teatro es el encuentro entre la fiesta y el rito, entre lo universal y lo concreto, entre la palabra y el cuerpo, entre la voz y el silencio, entre el gesto y el latido, entre el juego y lo solemne, entre lo pensable y lo sensible, entre lo efímero y lo eterno, entre el hombre y la humanidad, entre la ficción y la realidad.
Teatro es dejar que el cuerpo y la voz se transformen en palabras y éstas en imágenes y éstas a su vez en ideas, sentimientos y emociones y que el paso del tiempo convierta todo ello en recuerdo en lugar de olvido.
Teatro es tener el honor y la suerte de vivir algo irrepetible.
Teatro es sentir el sentido que hay en toda obra de arte.
Teatro es dejarte llevar y dejarse ir.
Teatro es ser a través de otros.
Teatro es el arte de mentir la verdad.
Teatro es conseguir que unos perfectos extraños conecten desde un escenario instantánea e íntimamente con cientos de espectadores mientras aquéllos trabajan, éstos pagan y todos disfrutan.
Teatro es lograr que una persona desconecte del ruido y la furia para pensar, sentir y disfrutar a través de la imaginación.
Teatro es que un escenario de Madrid del siglo XXI se convierta en el mítico Globe del siglo XVII y éste a su vez en el Elsinor medieval.
Teatro es conseguir que después de tres horas todo un patio de butacas puesto en pie te aplauda y ovacione durante casi cinco minutos seguidos.
Teatro es, en definitiva, lo que la compañía del Shakespeare's Globe ha hecho en Madrid desde el pasado día 21 hasta ayer viernes con su representación de Hamlet en los Teatros del Canal

La casualidad ha querido que dicha compañía haya pasado por la
capital española justo cuando se cumple un año desde el comienzo su impresionante gira "Globe to Globe Hamlet" y coincidiendo con la celebración del 451º aniversario del nacimiento de William Shakespeare, uno de los mejores (o el mejor) dramaturgo que ha existido jamás. La casualidad...y la suerte. Porque ver algo como este Hamlet, representado por los "herederos" de la célebre compañía de Shakespeare, en el idioma original y sin tener que pagar billete de avión es como que te toque la lotería a nivel teatral.

De primeras, al espectador más canónico, ortodoxo o desfasado se le puede poner una cara de póquer al ver un escenario que tiene más de tramoya y bambalinas que de decorado convencional. O al
comprobar la alegría, la energía y la música en directo con la que todos los actores irrumpen en las tablas antes de dar comienzo a la función propiamente dicha. O al percatarse del crisol étnico y generacional que constituyen los integrantes del Shakespeare's Globe. O al fijarse en un vestuario más propio de los Estados Unidos de la Gran Depresión que de un reino danés de hace unos cuantos siglos. O al presenciar cómo los diferentes espacios escénicos se van materializando moviendo o recolocando los elementos que hay sobre las tablas. O al darse cuenta de que ni Hamlet ni Ofelia ni Polonio son precisamente nórdicos. O al
Hamlet, (C) 2014 Helena Miscioscia
percartarse de cómo un mismo actor puede interpretar más de un personaje y no necesariamente de su mismo sexo...Quizás ese espectador olvida qué significa "universal". Quizás ese espectador, ese que sólo mira y entiende desde el academicismo, la ortodoxia y la tradición olvida que en inglés el verbo "interpretar", en lo que a teatro se refiere, coincide con el mismo verbo "jugar": play. Y es que hay mucho de juego en este Hamlet: ingenio, dinamismo, atrevimiento, habilidad, inteligencia, frescura, complicidad... Y no sólo juego. También maestría: la naturalidad, la convicción, la riqueza de matices, la intencionalidad, la habilidad, la templanza, la entonación...Todo el elenco da una auténtica clase de interpretación de principio a fin: eso es actuar. Eso es ser actor. Eso es teatro. Y punto. 

Pero, si los méritos de la compañía dirigida por Dominic Dromgoole no fueran suficientes (que deberían serlo), no hay que olvidar que, muy probablemente, la tragedia del príncipe de
Hamlet, (C) 2014 Helena Miscioscia
Dinamarca sea la obra más redonda de todas las que escribió Shakespeare. Como toda buena obra teatral, especialmente las del género trágico, Hamlet supone un viaje al corazón del alma humana, allí donde luz y tiniebla se definen mutuamente; allí donde el amor y el odio, la lealtad y la traición, la honestidad y la mentira, la lucidez y la locura, la alegría y el llanto, la represión y el deseo, el estruendo y el silencio, la ilusión y el miedo, la venganza y el
Hamlet, (C) 2014 Helena Miscioscia
perdón, la acción y el pensamiento juegan el mismo duelo de contrarios que define la propia condición humana: vida y muerte. Pero es que Hamlet es además una obra que fusiona, con una modernidad e inteligencia más que vanguardistas, géneros y subgéneros en unas pocas pero sólidas tramas que dotan al conjunto de una coherencia incuestionable. Y, por si eso fuera poco, en Hamlet encontramos algunas de las mejores reflexiones jamás dichas/escritas sobre el teatro, las relaciones sociales, las bajas pasiones o el aprendizaje existencial, por citar sólo algunos ejemplos. Y si no basta, desdeñar Hamlet es desdeñar una obra que contiene varias de las sentencias más brillantes de toda la Literatura universal.


Por todo ello, ver el Hamlet de la Shakespeare's Globe es algo tan extraodinario como agradable e inolvidable. Una auténtica delicia. Así que, vaya desde aquí mi agradecimiento y admiración a Ladi Emeruwa, Amanda Wilkin, Keith Bartlett, Miranda Foster, Rawiri Paratene, Beruce Khan, Tom Lawrence y Matthew Romain por hacer algo francamente difícil e inusual hoy en día: puro teatro.

sábado, 18 de abril de 2015

La cara

No es una cara de póquer. Ni de gilipollas. Ni de despertar con resaca. Ni de Hulk con jaqueca. Ni siquiera de "buffering". Pero no es una cara buena ni aconsejable aunque sí una cada vez más frecuente: la que tiene en los últimos años cualquier español que no viva en Matrix. La cara del español raso; la del que sólo se preocupa por llegar sano y salvo a fin de mes; la cara de quien sólo quiere que le dejen en paz. La cara de quien descubre, sabe o recuerda que en este país no tenemos a Jekyll pero tenemos a Hyde; no tenemos a Charlize Theron pero tenemos a Leticia Sabater; no tenemos a Sean Penn pero tenemos a Willy Toledo; no tenemos a David Lynch pero tenemos a José Luis Moreno; no tenemos a Woodward y Bernstein pero tenemos a Marhuenda y Rubido; no tenemos a Richard Ford pero tenemos a Juan Manuel de Prada; no tenemos Saturday Night Live pero tenemos La alfombra roja palace; no tenemos Bill Gates pero tenemos César Alierta; no tenemos Silicon Valley pero tenemos Magaluf; no tenemos a Jimmy Fallon pero tenemos a Pablo Motos; no tenemos a Aslan pero sí a "León come gamba"; no tenemos Woodstock pero tenemos los mítines de Podemos; no tenemos un presidente pero tenemos a Rajoy; no tenemos democracia pero tenemos demagogia; no tenemos a Alí Babá pero tenemos los cuarenta ladrones; no tenemos un oasis pero tenemos un espejismo; no tenemos paraíso pero sí un vertedero con vistas al mar; no tenemos vergüenza pero sí moral en B.
La última oportunidad para contemplar en cualquier lugar del país esa cara con denominación de origen la hemos tenido con "lo de Rato". Lo de Rato no es lo mismo pero sí parecido a lo de la Molt Honorable Verruga y familia, los ERES de Gandalucía, las tramas de las gaviotas, los pelotazos del cuñado del Rey y así podría estarme hasta que corretearan por la tierra los cuatro jinetes del Apocalpisis porque ejemplos de sinvergüenzas, jetas y canallas tenemos en España como para poblar todo el Sistema Solar.
El caso es que el escándalo de este golfo no ha sido la gota que colma el vaso, porque el vaso hace ya tiempo que se fue a tomar por saco por culpa de unos y otros. Lo que sí supone el (o)caso de Rato es la enésima prueba de que vivimos en un Estado de decepción. Es la enésima prueba de que llevamos décadas engañados, dormidos o atontados. Es la enésima prueba de que el Gobierno de Marciano Rajoy lo único que sabe es "hacerse un Froilán" (véase arrearse un disparo en el pie). Es la enésima prueba de que la NASA debería enviar una misión a Génova 13 para buscar vida inteligente. Es la enésima prueba de que si queda alguna sola persona con la intención de votar al PP se le podría declarar cerebralmente muerta. Es la enésima prueba de que si alguien piensa que la solución pasa por votar al PSOE se le podría mandar de figurante a Walking Dead. Es la enésima prueba de que el plan B ha demostrado ser tan malo como el A. Es la enésima prueba de que España es una cleptocracia gracias a lo que los partidos políticos tradicionales (PP, PSOE, IU, etc) han hecho y hacen con la complicidad por acción u omisión de grandes empresas, jueces y medios de comunicación y el apoyo de unos votantes empeñados en pensar en rojos y azules. Es la enésima prueba de que la inmensa mayoría de los políticos españoles no entienden la diferencia ni entre "servir" y "servirse" ni entre "valer" y "valerse". Es la enésima prueba de que los últimos decenios de Historia española son la crónica de una continua tomadura de pelo. Es la énesima prueba de que el problema de España no es tanto haber vivido por encima de nuestras posibilidades como haberlo hecho por debajo de la vergüenza. Es la enésima prueba de que la situación es tan insoportable como indefendible. Es la enésima prueba de que España necesita una revolución civil, pacífica y democrática pero con la misma contundencia y eficacia que una revolución armada. Es la enésima prueba de que dicha revolución sólo puede pasar por lo nuevo, por la regeneración, por la ciudadanía, por los votos.
Por eso, mientras llegan las elecciones, mejor ir acostumbrándonos a tener esta cara que comentaba al principio del artículo. La cara de quien no engaña sino de quien es engañado. La cara de quien no humilla sino de quien es humillado. La cara de quien no avergüenza sino de quien se siente avergonzado. La cara que no es la de Rato ni la de Pujol ni la de Chaves ni la de Griñán ni la de Urdangarín ni la de Granados ni la de Bárcenas ni la del pequeño Nicolás ni la de la madre que los parió. La cara de quien sí se merece tener un futuro. La cara de quienes nos merecemos otra España. La cara que, en las próximas votaciones municipales, autonómicas y generales puede y debe hacer lo posible para tener una sonrisa dibujada en ella.

lunes, 13 de abril de 2015

Yo ministérico

Tras un fenomenal y conmovedor capítulo, acaba "El Ministerio del Tiempo". La serie que no sólo ha sido la revelación sino la rebelión de la temporada. La rebelión de quienes creen que otro tipo de series es posible en España. De quienes piensan que la cultura siempre se merece una oportunidad. De quienes opinan que la Historia es un arma de divulgación masiva. De quienes defienden que a veces es necesario cambiarlo todo para que todo siga igual. De quienes saben que cuando una puerta se cierra, otra se abre. De quienes conocen que la riqueza está en la mezcla. De quienes tienen la curiosidad como pasaporte. De quienes prefieren vivir una buena historia a que se la cuenten. De quienes recuerdan que, en la vida como en las series, lo mejor siempre empieza con un buen guión.

En mi opinión, "El Ministerio del Tiempo" debe parte de su éxito a su valentía. La valentía de apostar por la cultura y la Historia españolas como pretexto, trasfondo y trama de una ficción. La valentía de ofrecer una serie que no sólo se atreve a mezclar y fundir géneros (comedia, intriga, aventura, acción, drama, historia...) sino a que la ciencia ficción sea uno de
ellos. La valentía de situar la llamada "Historia contrafactual" o "Historia virtual" como premisa creativa. La valentía de acercarse de forma desenfadada pero sin perder rigor a épocas, hechos y personajes que algunos erróneamente consideran totémicos e intocables. La valentía de hacer por el acceso de los más jóvenes a la cultura más que muchos ministros, catedráticos, profesores y padres. La valentía de sacudirse de encima buena parte de los complejos (televisivos y no televisivos) que tenemos en España. La valentía de atreverse con todo. Y la valentía de salir con ello a prime time estando las audiencias como están. 

Otra parte de su éxito se debe al fenomenal trabajo realizado a un lado y otro de las cámaras. Empezando por el ingenio y la destreza de los hermanos Olivares a la hora de imaginar y
escribir la serie, pasando por la eficaz e impecable labor de dirección, montaje y dirección artística, y acabando por un reparto coral y solvente que, sencillamente, se limita a bordar unas interpretaciones que sirven para dar voz, cuerpo y verdad a unos personajes quizás no muy complejos pero sí lo suficientemente creíbles y distintos como para conectar afectivamente con espectadores de todo tipo. Un trabajo, como decía, fenomenal pues sin él sería impensable el fenómeno en que se ha convertido "El Ministerio del Tiempo".

Un fenómeno en el que, por cierto, tiene buena parte de responsabilidad la inteligente, intensa y cómplice utilización de la parte online por los responsables de la serie, especialmente lo que a redes sociales se refiere; una "explotación 3.0" gracias a la cual no sólo se han conseguido trending topics que antaño serían inverosímiles sino que además salgan a la luz la pasión, el talento y la curiosidad de los millones de fans de la serie, esos que han conseguido que "El Ministerio del Tiempo" llegue a buen puerto, que obtenga una segunda temporada y que, por encima de porcentajes y audiencias, sea, sin duda alguna, la serie del año.

Así las cosas, ahora sólo puedo decir que echaré de menos no ver cada semana las aventuras de Amelia, Julián, Alonso y compañía. Que echaré de menos esas tramas que no sólo hacen reír sino
también recordar y aprender. Que echaré de menos esas escenas en las que la cultura académica se fusiona magistralmente con la cultura pop(ular). Que echaré de menos la envidiable habilidad de sus guionistas para incluir el chascarrillo o la crítica cómplice sin que chirríe. Que echaré de menos esas geniales frases de guión capaces de justificar todo un visionado. Que echaré de menos esa serie que parece un "all star" de los actores españoles de televisión. Que echaré de menos a Garrido, Sancho, Fresneda, Blanch, Gea, Guillén, Piñón, Millán y demás haciendo disfrutar al espectador con el difícil arte de ser otro. Que echaré de menos esa ficción que me ha enganchado como sólo lo habían conseguido las mejores producciones extranjeras. Que echaré de menos a esa serie postmoderna, intergeneracional y brillante que es "El Ministerio del Tiempo"...hasta que estrenen la nueva temporada, porque, al fin y al cabo, si no la echara de menos, no sería lo que soy: un ministérico.

domingo, 12 de abril de 2015

La reunión

Anda todo el mundo batiendo palmas, derramando babas y eyaculando champán a cuenta de la reunión entre un presidente democrático y un dictador en funciones. Anda todo el mundo poniéndose estupendo, rimbombante y trascendente por el careo entre Barack Obama y Raúl Castro en la Cumbre de Panamá. Anda todo el mundo balaceándose como Heidi entre lo "histórico", lo "nuevo" y los "pelillos a la mar" al descubrir que cierta guerra efectivamente es fría nivel cadáver. Así anda todo el mundo...excepto quien esto escribe.

Con ánimo de ser claro y no alargarme demasiado, argumentaré mi apatía por lo sucedido en los siguientes párrafos:
  • Lo verdaderamente histórico para el mundo hoy sería que Rusia aceptara su derrota de una puñetera vez; que Corea del Norte dejara de ser una amenaza kitsch; que en Cuba hubiera democracia; que Venezuela no fuera una república chandalera donde se jubilan terroristas; que Argentina no pareciera una scort en horas bajas; que México saltara a las noticias por algo que no fuera narcotráfico o corrupción; que Israel fuera sinónimo de "paz" y no de "terrorismo de Estado"; que España dejara de ser el coño de la Bernarda; que Italia encerrara de por vida a Berlusconi; que el Papa colgara el cartel de cerrado; que el Estado Islámico fuera masacrado; que en Sudamérica dejara de haber trabajo infantil...eso sí que sería histórico y no que dos tipos a los que políticamente les quedan dos telediarios se junten un ratito para constatar a pánfilos de todo el mundo que la Guerra Fría ya ha terminado. Algo que ya sabía desde hace lustros todo el planeta, excepto Rusia, Corea del Norte y Willy Toledo, que ellos siguen a lo suyo. Por eso, calificar de "histórico" lo que no es más que "anecdótico" es simplemente ridículo.
  • El presidente Obama, en lugar de estas soplapolleces diplomáticas, debería preocuparse por pasar a la Historia como el hombre que lideró el exterminio del yihadismo en general y del Estado Islámico en particular (del que tanta responsabilidad y culpa tiene su país); o como el estadista que consiguió que 200 niñas volvieran con sus familias en Nigeria; o como el primer mandatario estadounidense que tuvo pelotas para poner a Israel en su sitio; o como el dirigente que logró abanderar la lucha efectiva contra el cambio climático; o como el presidente bajo cuyo mandato la "caza al negro" dejó de ser un deporte policial estadounidense. Son sólo algunas ideas. De lo contrario, lo único que le podría salvar de ser recordado como una majestuosa decepción es haber enviado a Bin Laden con las huríes.
  • Sinceramente, creo que el mundo en general y América en particular no están ni para obviedades ni para brindis al sol. Las emergencias y las urgencias están claras...siempre y cuando no se esté mirando a otro lado.
Dicho esto, lo que sí resulta positivo del paripé EEUU-Cuba es constatar que las ideologías (políticas) ya no sirven para llegar a fin de mes. Y, en algunos países, ni para llegar al día siguiente. Así que, visto lo visto, más ética y menos pancarta.

miércoles, 1 de abril de 2015

Del Bosque como metáfora

Anoche volvió a quedar claro (y van...) que Vicente del Bosque no es un buen seleccionador, al menos en lo referente a la selección española de fútbol. Y no lo es simple y llanamente porque no es buen entrenador, al menos en lo que respecta a dicho deporte. Quiero dejar la puerta abierta a la esperanza y creer que quizás este individuo orondo, lisiado y tristón encierra un buen seleccionador de trufas o un extraordinario entrenador de orugas procesionarias. Pero "fútbol" y "Del Bosque" guardan entre sí la misma relación que "belleza" y "Leticia Sabater" o "educación" y "Belén Esteban". Con esto no estoy queriendo decir, ni mucho menos, que Vicente del Bosque sea un completo inútil porque, haciendo bueno el dicho, sí es un estupendo mal ejemplo. Y de eso trata este artículo: de lo que Vicente del Bosque tiene de ejemplo, de metáfora, de trasunto, de correlato objetivo o de como lo quieras llamar. Porque, para mí, Del Bosque es...

...el Mariano Rajoy del fútbol patrio: un individuo que al nacer debió perder junto a la placenta el atractivo físico, la sinapsis y la capacidad de autocrítica. Una persona que eligió un mal día para meterse en faena. Un hombre que en situaciones de crisis es incapaz de tomar una sola buena decisión. Un mandamás que mandar,
lo que se dice mandar, manda poco y mal. Un tipo que sabe poner excusas pero no pedirlas. Un gestor que a los jóvenes con mejor formación y talento en muchas generaciones las únicas alternativas que les ofrece son la puerta de salida o la mediocridad. Un ser que proyectaría el No-Do e intentaría convencer al personal de que aquello es Blade Runner. Un paisano cuyas declaraciones hacen sospechar que debe estar censado en Marte. Un representante de cómo en este país el peor de los tarugos puede llegar a lo más alto. Un tío cuyos logros han contribuido a consolidar en España el estado de frustración. Un error en sí mismo considerado. Alguien, en definitiva, que mejor habría hecho no saliendo jamás de su casa o, en su defecto, dedicándose a otra que no fuera a lo que se dedica.

...el José Luis Moreno del mundo FIFA: una persona capaz de coger la Roja y convertirla en una alfombra lista para ser pisoteada o, directamente, masacrada. Un hombre para el que cualquier tiempo pasado fue mejor. Un hacedor de esperpentos que invitan a "hacerse un Edipo" y arrancarse los ojos con tal de no sufrir
más. Un individuo al que ya no le funcionan sus sketches. Un espabilado al que ya no le salva esconderse detrás de unos muñecos que hoy no causan otra cosa que no sea pena o irritación. Un trabajador que mientras haya alguien dispuesto a pagarle siempre tendrá a bien torturar al personal con la brillantez de su desempeño. Un tipo que está descubriendo la diferencia de matiz entre "reírse con" y "reírse de"...o quizás la está enseñando al resto del país. Un personaje soberbio e impermeable a las críticas vengan de donde vengan. Un ser desconectado del espacio, del tiempo y del sentido común. Un reincidente en el bochorno. Una puerta al Tártaro. Alguien, en definitiva, que lo mejor que puede hacer es dejar de ser el abajo firmante de cosas que, vistas en televisión, avergüenzan a todo un país.

En resumen: Vicente del Bosque no es un buen entrenador de fútbol ni, por tanto, un idóneo seleccionador pero sí es una magistral metáfora de la mediocridad, de lo caduco, de lo erróneo, de lo irresoluble, de lo deprimente, de lo inaguantable, de lo indefendible, de la falta de genio, de la inoperancia, de la negligencia, de la carencia de vergüenza. Es un correlato deportivo de la política de Rajoy y de la televisión de Moreno. Para eso sí vale Del Bosque, para reflejar lo que es esta España actual...tan necesitada de cambio.     

viernes, 6 de marzo de 2015

Ladridos y galopes

En las últimas semanas estamos asistiendo a un espectáculo irritante y vergonzoso: el canto del cisne del bipartidismo. O, mejor dicho, el último graznido del PP y el PSOE, los dos partidos que partiendo de la nada han llevado a España a las más altas cimas de la miseria, como diría Groucho Marx. Una berrea fúnebre que, más que de melancolía, está llena de envidia, odio y frustración. Un estertor encabronado propio de quien se va no porque quiera sino porque le echan. Una carga furiosa y enajenada, directa hacia el desastre, como la de Custer en Little Big Horn. Un ataque desesperado contra los dos máximos exponentes del cambio que se avecina: Podemos y Ciudadanos. Una embestida que, a la vista de los resultados, no sólo se ha demostrado como ridícula, de ínfima calidad intelectual y retórica y contraproducente para
sus intereses electorales. Una estrategia kamikaze liderada por el PP (que para eso tiene el Gobierno y (casi todos) los medios de comunicación), auxiliada por el PSOE (algo tiene que hacer, además de putear a su propio líder) y jaleada por el Otro Gobierno. En definitiva: todos los que tienen algo que perder (además de la vergüenza, la decencia y la honradez, que ya la perdieron hace eones) han decidido que los culpables de su situación no son sus propios errores ni su enajenación mental nada transitoria ni su desconexión despótica con aquellos a los que dicen servir. No, para ellos, para el PP y el PSOE, los abajo firmantes del desastre que es España, los responsables de su caída en desgracia y pérdida de estatus son las dos únicas banderas, distintas hasta casi el antagonismo, que tiene la esperanza o el cambio en este país en estos momentos: Podemos y Ciudadanos. Y si no es lo que piensan, lo parece.

Primero pusieron proa contra Podemos (la salida populista bananera), que ahora mismo no está claro si es un mesías o un suflé, no tanto por todas las andanadas que han recibido de fuera (no ofende quien quiere, sino quien puede) como por la mierda que su directorio tiene (o tenía) escondida bajo la alfombra. Ha perdido empuje pero aún le queda gasolina. Ya se verá si le vale o no para poder.

Pero ahora, estos últimos días, el turno la he llegado a Ciudadanos (la salida liberal europeísta). Un turno en el que el Gobierno (con la vicehobbit en plan mejor actriz de reparto), los portavoces del PP (esos chanantes Hernando, Floriano, Casado...), sus medios de propaganda (antaño conocidos como medios de comunicación: toda la prensa, toda la radio y casi toda la televisión) y fauna colateral están poniendo una increíble saña en intentar convencer a una importante parte de la ciudadanía de que son gilipollas, de que Ciudadanos es un timo aún mayor que el programa electoral del PP y de que el cielo es de color verde. ¿El resultado de esos ataques? Un apoyo a Ciudadanos cada vez más consolidado y creciente y la conversión de su líder, Albert Rivera, en lo más parecido a un político digno que se ha visto desde la Transición. Hay que reconocer que el PP cuando se decide a quedar en ridículo, no se anda por las ramas. Lo clava.

Más allá de la desfachatez de criticar quien más tiene que callar y de lo objetivamente erróneo de fijar toda tu atención en quien pretendes ningunear, lo bueno de esta verbenera estrategia es que ha permitido que la gente en España conozca más y mejor a Ciudadanos. Un partido que, sin ser perfecto, huele a honesto. Un partido que, sin tener experiencia, parece fiable. Un partido que, sin ser ajeno a los errores, propone algo que se parece
bastante a aciertos. Un partido que, sin estar formado por arribistas ni oportunistas, tiene la oportunidad de llegar muy alto. Un partido que, sin ser personalista, tiene en la figura de Albert Rivera la mejor carta de presentación no ya del propio partido sino de todos esos miles de ciudadanos que creen/creemos que no sólo que esto hay que cambiarlo sino que se puede cambiar hacia mejor. Un partido que, por mucho que le busquen las vueltas, lo único que van a encontrar es gente dispuesta dar la vuelta a esta situación que unos pocos crearon y otros muchos hemos sufrido.

Lo cierto es que toda esta situación, especialmente en el caso de Ciudadanos, evidencia algo que, objetiva y fríamente, es
innegable: que la crítica más que minar, subraya un progreso. Que el movimiento asusta a los inmovilistas, a los que ni esperan ni quieren ni prometen cambio. Que, como dijo Goethe en su poema Kläffer:"sus estridentes ladridos sólo son señal de que cabalgamos". Repasando los medios estas últimas semanas, está claro quiénes son los que ladran y quiénes los que cabalgan.

Así pues, ya puede seguir tocando la orquesta de ese Titanic que es el bipartisimo todo lo que le venga en gana; ya pueden PP y PSOE enredarse y perderse en sus propios y bochornosos juegos de tronos; ya pueden hacer y decir lo que quieran. El viento ha cambiado y ya no trae olor a mierda sino a cambio, a esperanza. Y el cielo ya no es rojo ni azul ni morado sino que pinta anaranjado, como corresponde a todo buen amanecer.

domingo, 1 de febrero de 2015

Un asno, un brujo y un misterio

Rafael Álvarez no sólo es un brujo sino también un auténtico maestro de las tablas. Rafael Álvarez no sólo es un brujo sino también un verdadero valiente por atreverse a llevar a escena a autores y/o textos que a otros provocarían sudores y palpitaciones. Rafael Álvarez no sólo es un brujo sino también un asno con mucha alma. Y la mejor y penúltima prueba de todo ello es su particular versión de El asno de oro de Apuleyo

La obra original, un clásico ya sólo por mero origen, es una novela latina (es decir, de la Antigua Roma, para entendernos) que funde lo picaresco y lo mistérico, lo mundano y lo ultraterrenal, lo carnal y lo espiritual, lo cómico y lo profundo para relatarnos las peripecias de un joven Lucio transformado en asno por culpa de una peligrosa mezcla entre pasión sexual y curiosidad intelectual. A ello hay que añadir que la narración
principal está acompañada de otras historias (como la famosa de Eros y Psique) que ayudan a contextualizar el ambiente mitológico e iniciático en el que hay que encuadrar la aventura del asno para poder comprender mejor tanto el sentido como el significado de lo que se dice y de lo que ocurre en la trama troncal. No en vano, El asno de oro es mucho más que una novela para pasar el rato porque de lo que habla en realidad es de algo trascendente en fondo y forma. Si a ello se le une el hecho de estar pensada para la lectura y no para la representación, llevar a escena esta obra por primera vez tiene mucho de arriesgado, de temerario, de complicado, de exigente. Quizás por todo ello, ya al comienzo de la función, el hombre que presta cuerpo, voz y alma a un tropel de personajes humanos y divinos durante casi dos horas nos recita y recuerda un verso del libro VI de la Eneida: "Facilis descensus Averno: noctes atque dies patet atri ianua Ditis: sed revocare gradume superasque evadere ad auras, hoc opus, hic labor est", que, traducido libremente, viene a decir: "Descender al infierno es fácil: día y noche están abiertas las puertas de la oscuridad pero retrodecer y regresar a la luz...ahí está lo difícil". Y es que en eso consiste El asno de oro ya sea en su versión original o en la exitosa adaptación de Rafael Álvarez: en llevarnos de la oscuridad a la luz, en descubrir, en aprender, en llegar a un estado de consciencia y conciencia que nos permita encontrarnos a nosotros mismos en la medida que ello implica hallar nuestra esencia y nuestro camino, que, en el fondo, es una misma cosa puesto que somos camino, aprendizaje, conocimiento constante, mente en acción.

Así las cosas, representar en un teatro la novela de Apuleyo es algo tan sencillo como regresar del inframundo: una tarea muy
exigente a ambos lados del escenario y que sólo puede resolverse de forma exitosa si la lidera alguien con la chispa, la versatilidad, la experiencia, el talento, la honradez y el carisma de Rafael Álvarez. Un cómico con mayúsculas y un titán del arte dramático que sabe perfectamente cuándo dar rienda suelta al histrión, cuándo liberar al bufón, cuándo sacar al pensador y cuándo mostrar al hombre de su tiempo sin dejar por un momento de retener la atención de un público cuyo reverencial asombro sólo se ve interrumpido por las carcajadas y los aplausos. Todo ello sin desmerecer la habitual y sencilla puesta en escena y la magnífica música en directo comandada por Javier Alejano.

Que El Brujo sale airoso de este colosal trance tiene una de sus mejores muestras en que, al finalizar la función, uno tiene las mismas dudas que al concluir la lectura de la novela: ¿De qué
trata "El asno de oro"? ¿Qué finalidad tiene? ¿Desnudar al ser humano de todas las vergüenzas que dan sentido a las palabras corrupción, fealdad, amoralidad o maldad? ¿Denunciar los vicios y perjuicios que, siendo antiguos, siguen hoy de actualidad? ¿Despojarnos de todo lo terrenal, lo mundano, lo fútil y lo accesorio para llegar a un estado de contemplación, de serenidad íntima, de equilibrio interior, de éxtasis intelectual y espiritual? ¿Mostrarnos cuál es la verdadera belleza de la existencia? ¿Revelarnos la clave para saber vivir? Quizás, por separado, ninguna de estas cuestiones sea suficiente para explicar o justificar la novela ni la adaptación teatral...pero, tal vez, consideradas todas ellas en conjunto, obtengamos la clave para entender el "por qué" y el "para qué" de El asno de oro. Lo cierto es que dar una respuesta contundente a todo esto. Ahí está el encanto de esta obra: en su
misterio, en lo que tiene de oculto y de descubrimiento, en lo que se puede entender pero no explicar. Quién sabe...puede que la solución esté, tal y como apuntan Apuleyo y El Brujo, en hallar y comer esas rosas capaces de tornar un asno en hombre, en saber encontrar y aprehender la verdadera belleza, ésa que nos libera de lo que no somos ni debemos ser, ésa que al hacerla parte de nosotros, nos hacer no sólo ser quienes somos de verdad sino ser mejores que muchos otros perdidos entre rebuznos y coces. ¿Qué es esa belleza? ¿Cómo y dónde encontrarla? Eso ya es tarea y aventura de cada uno.

De lo que no cabe ninguna duda tras ver la función es de que Rafael Álvarez, El Brujo, no es ningún asno de oro pero sí un artista que, como tal, vale oro. Y, por suerte, no es ni mucho menos la primera vez que lo demuestra. Ni será la última.

lunes, 26 de enero de 2015

La (e)lección griega

Hace veintiséis siglos de las tierras griegas surgió una lección de la que aprendió todo el mundo: democracia. Anoche surgió otra de la que debería aprender todo el mundo: cambio.

No voy a hablar aquí de Pericles ni de su famoso discurso, básicamente porque la democracia de entonces se parece a la actual como un huevo a una castaña, siempre y cuando demos por válido que lo que actualmente existe sea "democracia", afirmación cuando menos discutible y sobre la que ya escribí otro artículo. Tampoco voy a entrar en este artículo en el juego de comparaciones entre España y Grecia porque hay tantas semejanzas y diferencias que la prudencia es la mejor receta para valorar lo ocurrido en Grecia desde una perspectiva o, mejor dicho, expectativa española.

Así pues, me centraré en lo que ocurrió anoche en Grecia. Y lo que ocurrió fue algo más que una victoria electoral, triunfo que, por cierto, algunos ven como la ruptura del séptimo sello, otros como una fiesta en la mansión Playboy y unos pocos, quizás los más sensatos, con una mezcla de curiosidad y escepticismo. En mi opinión, lo que sucedió en Grecia en la noche de ayer es una elección que esconde una lección: la que los ciudadanos griegos quisieron darse no sólo a sí mismos sino al resto del mundo "civilizado". 

¿Qué lección es ésa? Principalmente: cuando se debe cambiar algo, se quiere cambiar algo y se puede cambiar algo. No es un juego de palabras. Es un juego de conciencia, de actitud, de coherencia, de un compromiso que, empezando en uno mismo, acaba por extenderse a los que te rodean. El juego de decidir. El juego de cambiar. El juego de escoger. El juego de arriesgarse. El juego de darse una oportunidad nueva y distinta. El juego de dar un paso más que el miedo y el inmovilismo. Un juego importante en el que el presente se asoma al futuro para reescribirlo. Un juego activo en todos los ámbitos de la vida de una persona...y también de un país. En este sentido, hablando de países, de naciones, de sociedades, la democracia en general y los comicios electorales en particular son la perfecta cristalización de ese juego. Un juego que consiste en un acto simple pero que contiene un
complejo océano de ilusiones y miedos, argumentos y contraargumentos: el acto de votar; el acto de elegir. Pero, como decía, es un juego importante no sólo por sus causas como, especialmente, por sus consecuencias. Que el sueño de la democracia produce monstruos es algo que nadie ignora, excepto que se haya olvidado, por ejemplo, a un tío apellidado Hitler

Por eso, es muy importante saber decidir: qué, cuándo, por qué y para qué. Y más crucial todavía es la decisión si lo que se pretende con ella es cambiar, partiendo de la base de que cualquier persona mentalmente sana sólo apuesta por cambios que impliquen una mejora respecto a la situación en que se decide dicho cambio. Una disyuntiva en la que siempre están en pugna dialéctica aquello de "Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer" y lo otro de "Quien no arriesga no gana". Nuevamente, esto adquiere especial significancia en el ámbito político, democrático y electoral puesto que al votar los efectos de nuestra decisión no sólo los vamos a sufrir nosotros sino el resto de la sociedad y quizás las generaciones siguientes. Así que, a la hora de votar, nada de tener la conciencia en modo "Ahorro de energía".

Mas, volviendo a Grecia y su lección de anoche, es obvio que la ciudadanía griega, la humillada, paupérrima, harta pero digna ciudadanía griega ha demostrado que, en democracia, se debe premiar con el refrendo a quien haya hecho bien las cosas y con el cambio a quien no. La ciudadanía griega ha demostrado que, en democracia, hacer bien las cosas significa hacer lo mejor para todos. La ciudadanía griega ha demostrado que, en democracia, el poder lo tienen los ciudadanos. La ciudadanía griega ha demostrado que, en democracia, no hay nada escrito sobre piedra. La ciudadanía griega ha demostrado que, en democracia, más que las ideologías políticas y los programas electorales lo que importa es la conciencia. La ciudadanía griega ha demostrado que, en democracia, los disparates, las tomaduras de pelo y las humillaciones pueden tener y tienen fecha de caducidad. La ciudadanía griega ha demostrado que, en democracia, cuando se necesita un cambio, se debe cambiar, se puede cambiar y se logra cambiar.

Si Syriza se confirma como mesías o se revela como decepción ya lo dirá el tiempo...y, de todos modos, eso sólo debe importarles a los griegos, que, para bien o para mal, serán quienes lo disfruten o sufran. Pero lo que sí nos debe importar es el cambio de como concepto, como actitud, como posibilidad y como hecho. ¿Quién ofrece un cambio real y evidente en España actualmente? Sólo dos formaciones y cuyo auge no es ni mucho menos casual:
Podemos y Ciudadanos. Dos formaciones distintas y distantes en fondo y forma pero coincidentes a la hora de querer abanderar el cambio. El cambio que nos libere de una forma de entender y hacer no ya la política sino la propia democracia que es insostenible en en lo ideológico, en lo económico, en lo social, en lo ético y en lo moral. El cambio que deje bien claro que las personas somos votantes, no gilipollas. El cambio que convierta un voto en un motivo de responsabilidad y no en un cheque en blanco. El cambio que recuerde a los políticos que un país no va a ninguna parte si deja a sus ciudadanos por el camino. El cambio que expulse de la vida pública y política a quienes no han vivido para la ciudadanía sino a su costa. El cambio que diga al Otro Gobierno que gobierne sus vidas y no las de los demás. El cambio en el que los seres humanos cuenten más que las cifras y los porcentajes. El cambio que busque realidades fiables y no promesas a traicionar. El cambio que concilie lo íntimo con lo macro. El cambio de lo insufrible hacia lo ilusionante. El cambio como riesgo no sólo asumible sino necesario. El cambio que cierre el pasado y abra el futuro. El cambio que permita pensar en un mañana. El cambio que devuelva el poder y el país a sus legítimos y constitucionales dueños: los ciudadanos.

Por eso, debemos estar muy agracedidos a la (e)lección griega: porque nos ha hecho darnos cuenta de que en España también debemos, queremos y podremos tener cambio. 

viernes, 23 de enero de 2015

#Marianoséfuerte

"No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente". Así comienzan las aventuras literarias del capitán Alatriste pero también podría empezarse así la crónica de la nueva vida de Luis Bárcenas después de su primer paso por prisión. 

Entre sus declaraciones de anoche y sus declaraciones de este mediodía distan menos de veinticuatro horas pero todo un océano de ironía, de guasa, de mala leche y de valentía (que no honradez). Valentía no sólo para reconocer y asumir su culpa (cosa que, por cierto, si antaño era normal y exigible ahora es por desgracia algo inusual y digno de admiración) sino también para no encubrir a esa esperpéntica y bochornosa banda de mediocres, jetas, traicioneros, cobardes, ensimismados, hipócritas y mezquinos que tiene en Mariano Rajoy no sólo su líder sino su mejor representante. Gaviotas y tal.

Bárcenas es un golfo impecable, un espabilado VIP, un fullero en A y en B, un truhán de postín, un sinvergüenza nivel platino, un pícaro con percha de gentleman, un personaje más de ese retablo asqueroso y siniestro que es la corrupción en España, pero está claro que no es gilipollas. Ni tampoco un cobarde. Y este mediodía ha decidido recordárselo a toda esa gente que, antes por un motivo y ahora por otro, mira hacia otro lado. A toda esa gente adicta a la soplapollez como excusa. A toda esa gente que no encontraría la honradez ni aunque la buscaran en un diccionario. A toda esa gente que prefiere tomar por tontos a todos los ciudadanos de un país antes que asumir responsabilidades. Gaviotas y tal.

Por eso, no voy a aplaudir a Bárcenas ni como persona ni como personaje porque representa a conciencia mucho de lo peor que le ha pasado y le pasa a España. Pero sí voy a aplaudir que Bárcenas haya apostado por el orgullo antes que por la sumisión, por la exhibición antes que por la discreción, por el coraje antes que por la tibieza, por la sinceridad antes que por el absurdo. Porque, aunque tal vez a Bárcenas sólo le mueva el rencor y el revanchismo, haciendo lo que está haciendo y diciendo lo que está diciendo, está ayudando a evitar nuevos casos como el suyo y, además y quizás más importante, a identificar a las personas que no pueden ni deben formar parte de la vida pública de un país civilizado. Gaviotas y tal.

Además, sus declaraciones de anoche, contempladas especialmente después de las de esta mañana, me parecen de tal ingenio en su mala leche, de tanta acidez en su ironía que son de quitarse el sombrero, antes o después de descojonarse, claro. The Luis Bárcenas' Show. Sus "Luis ha sido fuerte" y "Rajoy no tiene nada que temer" deberían estar ya por méritos propios en cualquier antología de la guasa. Tan es así que a mí me cuesta mucho decidir con quién me río más: si con el Bárcenas original o con el que el genial Joaquín Reyes "interpretó" la otra noche:

Así las cosas, al PP se le ha vuelto en contra su particular "Roma no paga traidores" y del "Luis, sé fuerte", vía SMS, se ha pasado a un "Mariano sé fuerte", vía cachondeo de una ciudadanía harta de tanto disparate, de tanta tomadura de pelo, de tanta desfachatez. Claro que, pedirle a cierto organismo pluricelular que sea fuerte es como pedirle que sea guapo, sincero, digno o que salga de todos sus armarios: una contradictio in terminis. Un contrasentido. Un imposible. Como lo va a ser que cierto partido llegue electoralmente vivo a las generales. Con todo merecimiento. Gaviotas y tal. 

martes, 13 de enero de 2015

"Birdman" o de qué hablamos cuando hablamos de éxito

Por fin he visto Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia, una de las películas más esperadas de la temporada gracias a su director, coproductor y coguionista (Alejandro González Iñárritu), a su trasfondo (el mundo de la interpretación hoy en día) y a su reparto (un elenco impecable tanto a priori como a posteriori). Una película tan cool como descarnada y que no sólo hace sonreír/reír sino también pensar. Un film que por su fondo y su forma es merecedora no sólo de estar nominada (ahí están sus nominaciones a los Óscars) a los mayores premios cinematográficos sino de llevárselos(por mucho que en los Globos de Oro no haya ido del todo bien). Y no estoy exagerando. Las razones, a continuación.

Birdman es una película cuya trama principal consiste en el intento de redención y/o renacimiento profesional y personal de un actor, Riggan Thomson (Michael Keaton), cuya época de flashes, brindis y alfombras rojas ha quedado demasiado atrás en el tiempo y que está sintetizada en la figura de "Birdman", un superhéroe estrafalario del que Thomson no consigue liberarse ni siquiera literalmente ya que forma parte de sus recurrentes alucinaciones. Por esa razón, Thomson decide arriesgarlo todo dirigiendo, escribiendo, produciendo y protagonizando una obra de teatro en Broadway que adapta la obra De qué hablamos cuando hablamos de amor de Raymond Carver (escritor, por cierto, mucho más que interesante por su maestría para retratar la intimidad). En ese intento le acompañarán su mánager, abogado y productor Brandon (Zach Galifianakis); su hija Sam (Emma Stone); sus compañeros de profesión Mike (Edward Norton), Lesley (Naomi Watts) y Laura (Andrea Riseborough); y su ex mujer Griffin (Amy Ryan). Si Riggan consigue o no su propósito y por qué es algo que ya debe descubrirse en la pantalla del cine. 

Birdman es una película que, en lo técnico y lo artístico, bordea la perfección porque, ya desde sus estupendos créditos iniciales, exhibe tanto ingenio y habilidad delante y detrás de la cámara que hay que hilar muy fino (y ser bastante cabrón) para encontrarle algún desperfecto o fallo. Por eso, puede y debe destacarse la ya habitual maestría de González Iñárritu para contar historias (tanto con el guión como con la cámara), la impresionante destreza de montar todo el metraje de forma de que parezca un único plano-secuencia (algo sólo al alcance de genios como Hitchcock) y el sensacional equilibrio en el tono entre la comedia, el drama, el realismo sucio y el realismo mágico. Ello por no hablar del reparto...decir que este film supondrá para Michael Keaton lo mismo que Pulp fiction supuso para John Travolta es un obviedad. Como lo es afirmar que Keaton hace una interpretación tan magistral del excéntrico y atormentado Riggan Thomson (un alter ego más que autoparódico) que si no se lleva el Óscar va a ser una de las grandes injusticias del año. Como lo es reconocer que Edward Norton roba el plano cada vez que sale, demostrando una vez más que tiene un talento y carisma simplemente tremendos. Como lo es decir que el resto del elenco no desentona en este festival interpretativo.
 
Pero es que Birdman, además de todo eso, constituye un manifiesto en pro de la interpretación como arte y del cine y el teatro como obras artesanales; un alegato a favor de la sinceridad y la piel en tiempos de blockbusters y disparates con mucho artificio y
ninguna alma; un discurso en el que se funden de forma precisa y limpia la autocrítica, la sátira y la autorreferencia de todos los elementos que conforman el cine actual; una bofetada a una industria más orientada al merchandising y la taquilla que a la calidad; una elegante mofa del cine estrambótico y superheroico que domina el panorama de los últimos años; un ácido retrato del esnobismo y la decadencia de un mundo iluminado artificialmente; un viaje al "off" de la vida del artista y, de paso, de todo ser humano; una declaración de amor al riesgo, a la honestidad, a ser uno mismo, a ser quien se quiere ser.

Quizás por ello, las gracias y desgracias que se plasman en Birdman llevan deliberadamente al espectador a reflexionar sobre varias cuestiones interesantes y no por ello fáciles de digerir. Cuestiones como, por ejemplo, asumir que fama, prestigio y popularidad no son sinónimos; o como la falta de fiabilidad de los parámetros que utilizamos hoy en día para calibrar nuestra felicidad (reconocimiento ajeno, estabilidad laboral, éxito profesional, riqueza material, tranquilidad sentimental, cohesión familiar, satisfacción sexual, coherencia con nuestras metas, número de followers o amigos en redes sociales...); o como el incierto concepto de "éxito", asunto que, en mi opinión, supone el eje íntimo e intelectual de la película-historia que nos cuenta González Iñárritu, pues creo que toda ella está concebida y construida como una respuesta a la pregunta "¿de qué hablamos cuando hablamos de éxito?". En ese sentido, creo que la solución que el cineasta mexicano intenta dar al espectador se aleja de cualquiera que vincule el éxito con los triunfos profesionales o con la relevancia mediática o con el reconocimiento social o con el prestigio de nuestra ocupación profesional o con el número de personas que pasen por tu cama o con el saldo de tu cuenta bancaria o con la estética personal o con el hecho de tener o no una familia canónica o con los logros conseguidos en el pasado o con estar a la altura de las expecativas que otros tengan sobre ti o con las opiniones/críticas de los demás o con el número de personas que te sigan en redes sociales. En mi opinión, Birdman nos dice que el éxito, el verdadero éxito, el éxito capaz no sólo de sentirse sino de vertebrar y transformar una vida y dar sentido y forma a la identidad consiste en algo tan simple y difícil como ser uno mismo; en renunciar a dictados ajenos (vengan de donde vengan); en hacer de nuestra vida nuestro proyecto más importante e innegociable; en saber que lo importante no es tanto qué hacemos en la vida sino qué hacemos con nuestra vida; en vivir como queramos, que, ojo, no consiste en vivir de cualquier manera sino de la manera en que nos sintamos felices y en paz con nosotros mismos sin importar nada ni nadie más. Es decir, que el éxito es ser tú y no lo que los demás dicen que eres o seas. De ahí que no sea nada gratuita la nota que aparece en el espejo del camerino de Riggan Thomson: una cosa es lo que es y no lo que dicen que es.

En definitiva, Birdman es una película inteligente, entrañable, friki, cool, cohesionada y desbordante de ingenio y humanidad. Y, por todo ello, absolutamente recomendable...e imprescindible en los tiempos en que vivimos.