Lo fácil es dejarse llevar por la tristeza. Lo fácil es permitir que la frustración apague la luz. Lo fácil es dejar que la rabia busque excusas y encuentre culpables. Lo fácil es renunciar a la perspectiva. Lo fácil es ningunear la serenidad. Lo fácil es especular con lo irremediable. Lo fácil es patalear en el tremendismo. Lo fácil es ignorar el pasado. Lo fácil es olvidarse del futuro. Lo fácil es centrarse en el problema y no en la solución. Lo fácil es quedarse con lo malo. Lo fácil es no saber afrontar la pérdida. Lo fácil es tener alergia al cambio. Lo fácil es negar que vivir es conocer el triunfo, la derrota y la suerte. Lo fácil es vincular la felicidad al éxito y la pena a la ausencia de éste. Lo fácil es sacar pecho sólo con viento a favor. Lo fácil es entender el fracaso como un final y no como un principio. Lo fácil es olvidar que la vida siempre fue, es y será un vals entre contrarios. Lo fácil es no querer aceptar que nada dura para siempre. Eso es lo fácil. Lo sencillo. Lo humano. Lo erróneo.
Por eso, esta madrugada en la que una abdicación abre una nueva etapa, no merece la pena hacer lo fácil. No merece la pena recordar que el fútbol, como cualquier deporte, como cualquier cosa en la vida, es cuestión de aptitud y actitud. No merece la pena recordar que en el fútbol, como en cualquier deporte, como en la vida, no se puede vivir del pasado. No merece la pena recordar que en el fútbol, como en cualquier deporte, como en la vida, las malas decisiones siempre pasan factura. No merece la pena recordar que en el fútbol, como en cualquier deporte, como en la vida, las buenas intenciones no bastan para conquistar la gloria. No merece la pena recordar que en el fútbol, como en cualquier deporte, como en la vida, la mediocridad es muy difícil de disimular. No merece la pena recordar que el éxito es mucho más difícil de digerir que el fracaso. No merece la pena recordar que todo lo que empieza tiene un final. Eso lo sabemos. Y lo sabíamos ya antes del partido de esta noche. Antes del Mundial. Lo supimos siempre. Y haríamos bien en no olvidarlo.
Por eso, esta madrugada en la que la oscuridad parece más profunda y el pasado parece perdido en el olvido, no merece la pena hacer lo fácil. No merece la pena hacer leña del árbol caído. No merece la pena formar parte del carnaval de la acusación y la culpa. No merece la pena secundar el festival de la ingratitud y el reproche. No merece la pena agrandar heridas ni exagerar el drama. No merece la pena cambiar el orgullo por la vergüenza. No merece la pena agachar la mirada.
Y nada de eso merece la pena porque quienes hoy son motivo de decepción y firmantes del fracaso han sido los últimos seis años el motivo de alegría y firmantes del éxito. No merece la pena ningunear un legado que quedará para la historia y la admiración de todo el mundo. No merece la pena criticar a quienes marcaron una época y cambiaron la forma de entender y jugar al fútbol. No
merece la pena arrasar con el desprecio oportunista a quienes consiguieron con todo merecimiento formar parte de la leyenda. No merece la pena renegar de quienes nos dieron un motivo para estar orgullosos de ser españoles. No merece la pena reprochar nada a quienes se dejaron el alma por regalarnos la más absoluta felicidad.
En la antigua Esparta, a los guerreros que marchaban a la guerra
se les despedía con la siguiente orden: "Vuelve a casa con tu escudo o sobre él". Hoy, los nuestros, la Selección española de fútbol vuelve con todo merecimiento sobre el escudo. Pero muchas veces antes volvió con él. Las veces suficientes para estar agradecidos por siempre. Por
eso, en una noche amarga, dura, difícil, lo único que puedo es dar las
gracias a los que han ido y a los que no. Gracias por cambiar la
historia. Gracias por cambiar mi vida. Gracias por todo.
Y ahora, si me lo permiten, voy a pensar desde ya en el futuro. Porque, como decía al principio, nada dura para siempre. Lo malo tampoco.
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