África es, desde hace mucho tiempo, un continente humanamente fallido. África es a la Humanidad lo que cierto retrato a Dorian Gray: un recordatorio en tiempo real de la podredumbre del ser humano. África, supuesta cuna del hombre, es la fosa séptica del hombre. África es el trastero de la conciencia del resto del mundo. África es el paraíso de la estupidez y la crueldad humanas. África es un problema que no se ha querido ni sabido solucionar y cuya única salida práctica ya sólo pasaría por la extinción de todo mamífero que camine sobre dos piernas. África es una mierda de tal magnitud que ya no merece la pena limpiar. Porque, siendo honestos y tirando de hemeroteca (ahí están esperando decenas de despropósitos, tragedias y salvajadas para quien quiera recordarlas), el único valor de África es...dar tres tropas extra en el Risk.
Y ahora que ya me habré librado de muchos bienpensantes que mojan la ropa interior con lo "políticamente correcto", voy al tema de este artículo: el brutal asesinato de Satao. Y Satao no es o, mejor dicho, no era uno de esos gobernantes africanos tan corruptos e infames que hacen que Bárcenas parezca un monaguillo. Ni uno de esos terroristas islamistas que cambió el escudo y la lanza por el traje paramilitar el y fusil. Ni un jefe de la guerra tribal de los que se pasan por la piedra los derechos humanos y de paso unos cuantos miles de niños y mujeres. Ni un traficante al que le da lo mismo mercadear con droga, diamantes, seres humanos o marfil. No. De haber sido uno de esos cuatro casos, la noticia no me habría llenado de tanta pena y rabia, sino de todo lo contrario.
A Satao lo asesinaron primero disparándole flechas envenenadas y,
una vez abatido, arrancádole la cara salvajemente. Así acabaron los 46 años de vida de uno de los símbolos de Kenia: el elefante Satao, uno de los últimos "tuskers" (elefantes cuyos colmillos son tan largos que -casi- tocan el suelo). Y precisamente por eso lo asesinaron los furtivos: por sus colmillos. Marfil. Pasta. Sonrisas blancas para almas negras.
La pena de África (aunque no exclusiva de ella) es que las vidas de los animales importan ya tanto como las de los humanos. Es decir: absolutamente nada. Así les va. Así nos va.
¿Y qué decir ante esto? ¿Qué hacer al enterarse de una monstruosidad así? Poco. Excepto cagarme en la pu*a estampa de los cazadores ilegales, de los traficantes y de los compradores de marfil que una vez perteneció a elefantes como Satao. Gentuza cuya evisceración sin anestesia debía ser retransmitida en horario de máxima audiencia por aquello de hacer un poco de justicia en un mundo que cada vez se la merece menos. Porque, al paso que vamos, animales como Satao sólo podrán ser admirados en zoológicos y la bondad humana será carne de vitrina y sueño de arqueólogos. Y es que hay días que da auténtico asco compartir genes con otros seres ¿humanos?
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