Uno está tan acostumbrado ya a la desvergüenza, el golferío, la tomadura de pelo, el despropósito y la cobardía que abraza el cinismo y la desconfianza como únicas vías para sobrellevar el hecho de vivir en este país tan lleno de gentuza.
Por eso, noticias como la de hoy, te rompen los esquemas mientras te ponen una sonrisa en la cara y te regalan un átomo de esperanza. Y es que no todos los días alguien tiene los co*ones de hacer Justicia. No todos los días alguien tiene los co*ones de desafiar al poder legal y al poder fáctico. No todos los días alguien tiene los co*ones de convertir la honestidad profesional en un ejemplo de honradez personal. No todos los días alguien tiene los co*ones de hacer lo que le dicta su conciencia. No todos los días alguien tiene los co*ones de seguir adelante dejando atrás los miedos y las dudas. No todos los días alguien tiene los co*ones de tocar a los intocables. No todos los días alguien tiene los co*ones de demostrar que no todo está perdido. No todos los días alguien tiene los co*ones de hacer lo difícil. No todos los días alguien tiene los co*ones de imputar a toda una Infanta, hija y hermana de Reyes, por haber delinquido. No todos los días alguien tiene los co*ones del juez de instrucción José Castro.
Porque, admitámoslo, en este país de baratillo secuestrado por golfos, jetas e impresentables de variada índole lo fácil es dejarse llevar, dejarlo estar, mirar para otro lado, resignarse o quedarse en el más estéril de los pataleos. Es lo que tiene llevar décadas sometidos a unas castas política, judicial y empresarial en las que la vergüenza ni está ni se le espera.
De ahí que sea aún más admirable lo que ha hecho y conseguido el juez Castro, miembro junto a Pablo Ruz y Mercedes Alaya de esa santísima trinidad en la que creemos todos aquellos que pensamos que la Justicia es algo más que ponerse una toga, recitar artículos y mojar la entrepierna hablando de valores superiores, derechos, deberes y libertades. Un mérito el de Castro que no viene tanto de su excelente desempeño profesional como su capacidad para soportar todos los obstáculos y las presiones que se han deslizado más o menos discretamente desde la Presidencia del Gobierno, el Ministerio de Hacienda, el Ministerio de Justicia y el Ministerio Fiscal con la Jefatura del Estado al fondo. Y es que, gracias al bochornoso y patético espectáculo que han dado unos y otros en el caso Urdangarín, han convertido el simple trabajo de un juez de instrucción en una tarea colosal cercana a la épica: Luke metiendo un misil por el orto a la Estrella de la Muerte. Por el momento, les ha salido el tiro por la culata a esa ridícula y diligente legión de babosos. Sólo por esa razón, el 25 de junio debería declararse fiesta nacional.
Por todo ello, con independencia de cuál sea el futuro que les
espera a los Duques del Pelotazo, esto es, a la Infanta y al ex balonmanista y antiguo trabajador de cierta multinacional (una que, ya sólo por esta "hazaña", debería revisar su política de contrataciones y remuneraciones), hoy las personas decentes residentes en España sólo podemos estar felices.
Lo ideal sería desear que muchos jueces, abogados y fiscales se sientan inspirados por Castro y le echen co*ones y decencia a su trabajo. O que los mismos pelotas y serviles que se han desvivido y se desviven por salvar como sea el culo a la Infanta se apliquen en igual medida a la hora de lograr que delincuentes y criminales de todo tipo cumplan íntegramente sus condenas (por ejemplo, el asesino Bolinaga), o para revisar el ensañamiento judicial con quienes no tienen la suerte de tener apellidos de renombre o para conseguir la Administración de Justicia deje de parecer lobotomizada y tetrapléjica. Eso, como digo, sería lo ideal, pero, viviendo en España, hay que ser realista y conformarse con lo que hay y lo que hay es un juez valiente. Muy valiente.
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