Anoche, los dos minutos iniciales de la serie "El chiringuito de Pepe" fueron el mejor resumen que he visto nunca de en qué se ha convertido la cocina actual, o, mejor dicho, en qué han convertido algunos la gastronomía de hoy en día: platos minimalistas "concebidos" por chefs con un ego maximalista y jeta de proporciones cósmicas (salvo escasas y loables excepciones como ese ese auténtico crack llamado David Muñoz, al que admiro y respeto).
Mi problema no es tanto con esa cocina que unos han llamado "creativa" (si eso es un arte, un vómito debe ser el equivalente a un Pollock) o "deconstructiva" (la "esencia del cochinillo" que diría el personaje de Santi Millán), como con/contra ciertos tipos encumbrados (por los medios y unos cuantos snobs) como referentes de los fogones cuyo mayor talento consiste únicamente en justificar sin descojonarse de risa lo que
en el fondo es y será siempre una auténtica tomadura de pelo servida en plato de diseño. Tipos que, más allá de cocinar "distinto", hacen del narcisismo y la caradura su leitmotiv existencial y de la cocina un nuevo objeto de pitorreo. Tipos como, por ejemplo, Ferrán Adriá y los sucedáneos que han venido después de él. Vendedores de humo de nuevo cuño. Timadores del gusto. Gurús de la soplapollez. Estafadores de la inteligencia. Buscadores de excusas alucinógenas. Miniaturistas de la gilipollez. Onanistas de la tontería. Personas a las que la honradez se les atraganta. Mamarrachos que se creen semidioses y que tienen hordas de "groupies" dispuestos a gastarse dinerales para probar su última memez, su bobada definitiva.
De todos modos, el problema no es tanto que existan tipos así: jetas, bribones, pícaros y mamones ha habido en todos los ámbitos, lugares y épocas. Y, además, cada uno vale para lo que vale y tomar el pelo es una habilidad como otra cualquiera. El problema es que haya gente dispuesta a hacerles la ola, a aplaudir sus diarreas mentales, a mojar la ropa interior en su presencia y, lo que es peor aún, a gastar su dinero y atención en ellos. Y de esa gente, en España, hay mucha. Demasiada. Lo cual da una idea del nivelón de país que tenemos...Igual que lo da el hecho de que haya entidades españolas dispuestas a reirles las gracias, esto es, a soltar auténticos dinerales en concepto de patrocinio o promoción de estos genios de la majadería servida en platos cuadrados y que son a la gastronomía lo que Tàpies a la pintura. Visto así, la sociedad española hace que los morlocks parezcan expertos en física cuántica. Así nos va...
Mi problema no es tanto con esa cocina que unos han llamado "creativa" (si eso es un arte, un vómito debe ser el equivalente a un Pollock) o "deconstructiva" (la "esencia del cochinillo" que diría el personaje de Santi Millán), como con/contra ciertos tipos encumbrados (por los medios y unos cuantos snobs) como referentes de los fogones cuyo mayor talento consiste únicamente en justificar sin descojonarse de risa lo que
en el fondo es y será siempre una auténtica tomadura de pelo servida en plato de diseño. Tipos que, más allá de cocinar "distinto", hacen del narcisismo y la caradura su leitmotiv existencial y de la cocina un nuevo objeto de pitorreo. Tipos como, por ejemplo, Ferrán Adriá y los sucedáneos que han venido después de él. Vendedores de humo de nuevo cuño. Timadores del gusto. Gurús de la soplapollez. Estafadores de la inteligencia. Buscadores de excusas alucinógenas. Miniaturistas de la gilipollez. Onanistas de la tontería. Personas a las que la honradez se les atraganta. Mamarrachos que se creen semidioses y que tienen hordas de "groupies" dispuestos a gastarse dinerales para probar su última memez, su bobada definitiva.
De todos modos, el problema no es tanto que existan tipos así: jetas, bribones, pícaros y mamones ha habido en todos los ámbitos, lugares y épocas. Y, además, cada uno vale para lo que vale y tomar el pelo es una habilidad como otra cualquiera. El problema es que haya gente dispuesta a hacerles la ola, a aplaudir sus diarreas mentales, a mojar la ropa interior en su presencia y, lo que es peor aún, a gastar su dinero y atención en ellos. Y de esa gente, en España, hay mucha. Demasiada. Lo cual da una idea del nivelón de país que tenemos...Igual que lo da el hecho de que haya entidades españolas dispuestas a reirles las gracias, esto es, a soltar auténticos dinerales en concepto de patrocinio o promoción de estos genios de la majadería servida en platos cuadrados y que son a la gastronomía lo que Tàpies a la pintura. Visto así, la sociedad española hace que los morlocks parezcan expertos en física cuántica. Así nos va...
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