martes, 15 de julio de 2008

Un discurso memorable y necesario

A veces, la realidad te sorprende brindándote noticias que te devuelven la esperanza de que la sociedad no acabe como el Titanic. Por lo general, son noticias escasas y venidas allende nuestras fronteras, pero, aun así, son todo un bálsamo reconfortante. Hace pocos días, se produjo una de estas noticias: el protagonista, David Cameron, líder del partido conservador británico. ¿La noticia? Lo que dijo o, mejor dicho, la valentía, sensatez y contundencia que rezuman todas las palabras que se atrevió a decir alto y claro el señor Cameron. ¿Qué dijo? Esto:

"I think the time has come for me to speak out about something that has been troubling me for a long time. I have not found the words to say it sensitively. And then I realised, that is the whole point.
We as a society have been far too sensitive. In order to avoid injury to people's feelings, in order to avoid appearing judgemental, we have failed to say what needs to be said. We have seen a decades-long erosion of responsibility, of social virtue, of self-discipline, respect for others, deferring gratification instead of instant gratification.
Instead we prefer moral neutrality, a refusal to make judgments about what is good and bad behaviour, right and wrong behaviour. Bad. Good. Right. Wrong. These are words that our political system and our public sector scarcely dare use any more.
Of course as soon as a politician says this there is a clamour - "but what about all of you?" And let me say now, yes, we are human, flawed and frequently screw up.
Our relationships crack up, our marriages break down, we fail as parents and as citizens just like everyone else. But if the result of this is a stultifying silence about things that really matter, we re-double the failure. Refusing to use these words - right and wrong - means a denial of personal responsibility and the concept of a moral choice.
We talk about people being "at risk of obesity" instead of talking about people who eat too much and take too little exercise. We talk about people being at risk of poverty, or social exclusion: it's as if these things - obesity, alcohol abuse, drug addiction - are purely external events like a plague or bad weather.
Of course, circumstances - where you are born, your neighbourhood, your school, and the choices your parents make - have a huge impact. But social problems are often the consequence of the choices that people make.
There is a danger of becoming quite literally a de-moralised society, where nobody will tell the truth anymore about what is good and bad, right and wrong. That is why children are growing up without boundaries, thinking they can do as they please, and why no adult will intervene to stop them - including, often, their parents. If we are going to get any where near solving some of these problems, that has to stop.
(…)
Changing our culture is not easy or quick. You cannot pull a lever. You cannot do it top-down. But you can give a lead. You can give a nudge. You can make a difference if you are clear where you stand.
(…)
Above all, I believe that this cultural change needs to start at home. The values we need to repair our broken society and to build a strong society are values that should be taught in the home, in the family."


Este discurso, grande en la oratoria y colosal en su honestidad, está disponible también en la lengua que lustraron Cervantes, Quevedo, Delibes y cía. Si bien sus palabras van dedicadas a la sociedad británica, Cameron hace un preciso y rotundo diagnóstico de tres de los peores males de la sociedad actual global: la mordaza de lo "políticamente correcto", la neutralidad moral y la infame negligencia por mutismo.

No voy a redundar en lo dicho por este político (es sorprendente que un político hable tan claro y tan bien en estos tiempos que corren), porque suscribo punto por punto todo lo que ha dicho el líder conservador. No obstante, sí quiero destacar lo siguiente: La sociedad en que vivimos ha convertido la sinceridad en un lujo y la honestidad en algo enterrado bajo toneladas de pudor mal entendido. Y de eso somos culpables todos: los que convierten y los que se dejan/nos dejamos convertir. Una sociedad en la que los blogs se reproducen como pandemias de la libertad y en la que causan furor gente como los geniales Risto Mejide o el doctor Gregory House (o su alter ego, Hugh Laurie), que lo "único" que hacen es decir siempre lo que piensan, es una sociedad en la que algo va mal...bastante mal. ¿Nos encandila que alguien sea sincero, que diga aquello que le dicte su conciencia más íntima y que casi siempre se ajuste a una verdad ampliamente consensuada y total y sistemáticamente ninguneada en nuestra vida pública? Vivimos en un mundo de paños calientes y boquitas pequeñas donde la honestidad se relaja en la tibieza de una corrección impuesta por el miedo a que alguien muera de shock anafiláctico por alergia a la sinceridad. Vivimos en una sociedad de retóricas artificiales que marginan y minan las diferencias, discrepancias y altisonancias. Vivimos en una sociedad en la que ejercer el derecho moral a ser sincero reporta el morbo de lo prohibido. Vivimos, en definitiva, en una sociedad en la que la mayor y mejor forma de expresar nuestra individualidad , nuestros pensamientos y sentimientos, está supeditada demencial y desquicidamente al "qué dirán", "qué pensarán" y demás eufemismos utilizados para referirse a la dictadura tácita y consensuada de "lo correcto" según los cánones y modas sociales. Vivimos en una sociedad en la que da pánico llamar a las cosas por su nombre, en la que hemos hecho de "al pan, pan, y al vino, vino" un mero refrán entrañable en fase terminal. Vivimos en una sociedad en la que cualquiera tiene fácil perder el norte o el paso en el dédalo de eufemismos y circunloquios. Vivimos en una sociedad que ha hecho del lenguaje un pajar, de la verdad una aguja y de la conciencia un pecado a disfrutar en la intimidad.


En definitiva, hoy, ser sincero no es normal, es un rasgo de distinción y valentía, es querer ataviarse con un halo de admiración y polémica, rodearse de una primavera de dedos índices erectos y cargarse a la espalda cuchicheos de hiel y vestiduras rasgadas de demagogos en cueros. Por todo ello, yo sólo puedo aplaudir desde este blog lo dicho por David Cameron, esperando que nunca, nunca, pueda darme por aludido por su certera, memorable y necesaria crítica.

lunes, 7 de julio de 2008

Campeón

Podría dedicar este artículo a glosar la espectacular victoria de Rafa Nadal en la épica final del torneo de Wimbledon. Podría regodearme en el ascenso al olimpo inmortal de los tenistas míticos del jugador con cara de indio y brazo de Conan el Bárbaro. Podría glosar hasta el hastío qué supone este triunfo y cuán merecido es. Podría hablar de principio a fin del mejor tenista español de la historia. Pero, en lugar de eso, quiero dedicar este artículo al que ha demostrado ser un magistral jugador y un caballero dentro y fuera de la pista: el tenista más grande que ha conocido el tenis en toda su historia, Roger Federer, un campeón ejemplar, irrepetible e inigualable.

Federer es un deportista que hace del tenis algo cercano al arte: elegante en todos sus movimientos, magistral en sus decisiones, inimitable en sus golpes...el tenista suizo es lo más parecido a una deidad con raqueta en ristre. Por eso es el número 1 y será para muchos el mejor de todos los tiempos. Por eso y porque, como persona, es aún mejor que como tenista. Educado, deportivo, honesto, humilde y elegante,el suizo es una persona modélica, un campeón incontestable que brilla en las victorias pero aún más en las derrotas, como la que cosechó ante Rafa Nadal ayer en un partido memorable por el despliegue físico y tenístico de ambos. Roger Federer, con o sin raqueta, representa la esencia de lo que significa el deporte y el espíritu olímpico, y exhibe una panoplia de virtudes que hacen grande al ser humano. Ante gente así, cualquier loa, alabanza, elogio, reverencia, agradecimiento o aplauso está más que justificado.

Aspirar a parecerse a alguien tan elegante y excepcional en todas sus bondades es una meta tan inalcanzable como exigible, ya estemos hablando del terreno deportivo o del meramente humano. Por todo ello, este artículo va para el caballero blanco, el excelso Federer, mito, maestro e icono. Alguien que sintetiza en todas sus acciones uno de los poemas que deberían estar en cualquier casa de gentes de bien y que paso a citar, como cierre del artículo:

"Si puedes conservar la cabeza cuando a tu alrededor / todos la pierden y te echan la culpa; / si puedes confiar en ti mismo cuando los demás dudan de ti, / pero al mismo tiempo tienes en cuenta su duda; / si puedes esperar y no cansarte de la espera, / o siendo engañado por los que te rodean, no pagar con mentiras, / o siendo odiado no dar cabida al odio, / y no obstante no parecer demasiado bueno, ni hablar con demasiada sabiduría... / Si puedes soñar y no dejar que los sueños te dominen; / si puedes pensar y no hacer de los pensamientos tu objetivo; / si puedes encontrarte con el triunfo y el fracaso / y tratar a estos dos impostores de la misma manera; / si puedes soportar oír la verdad que has dicho: / tergiversada por bribones para hacer una trampa para los necios, / o contemplar destrozadas las cosas a las que habías dedicado tu vida / y agacharte y reconstruirlas con las herramientas desgastadas... / Si puedes hacer un hato con todos tus triunfos / y arriesgarlo todo de una vez a una sola carta, / y perder, y comenzar de nuevo por el principio / y no dejar de escapar nunca una palabra sobre tu pérdida; / y si puedes obligar a tu corazón, a tus nervios y a tus músculos / a servirte en tu camino mucho después de que hayan perdido su fuerza, / excepto la voluntad que les dice ¡continuad! / Si puedes hablar con la multitud y perseverar en la virtud / o caminar entre reyes y no cambiar tu manera de ser; / si ni los enemigos ni los buenos amigos pueden dañarte, / si todos los hombres cuentan contigo pero ninguno demasiado; / si puedes emplear el inexorable minuto / recorriendo una distancia que valga los sesenta segundos / tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella, / y lo que es más, serás un hombre, hijo mío". (Poema IF de Rudyard Kipling)

viernes, 4 de julio de 2008

Vaya, vaya, aquí no hay...crisis (ni playa)

No, hoy no voy a hablar de la canción de "Los Refrescos", no. Hoy toca hablar de cómo está al patio nacional, que está perfecto. Dejando a un lado que todos los datos e indicadores apuntan a lo contrario, en España no hay crisis. En serio. Hay “situación ciertamente difícil y complicada”, “tiempos difíciles y complicados”, “momento adverso”, “coyuntura económica claramente adversa”, “sensación de deterioro”, “brusca desaceleración”, “disminución de la liquidez”, “un claro y rápido empeoramiento de la situación”, “crecimiento debilitado”, “situación actual y complicada”, “rápida evolución, a la baja, de la economía”, “frenazo económico”, “un período de serias dificultades”, “debilidad del crecimiento económico”, “difícil momento coyuntural”, “fuerte ajuste del crecimiento”, “dificultades endurecimiento de las condiciones crediticias”, “algunos problemas específicos o que padecemos con mayor intensidad”, “condiciones adversas”, pero no crisis. Lógicamente, esto no lo digo yo, que de eso no entiendo, sino alguien que sabe muy bien lo que se dice: el señor POE, cuyos conocimientos económicos, como todo el mundo sabe, son excepcionales, al igual que su magistral habilidad para hablar la lengua de Shakespeare. Después de su última intervención, lo tengo claro: El señor POE, Premio Nobel de Economía, y George W. Bush, Premio Nobel de la Paz. En fin. La magnitud que alcanza nuestro omnisciente líder en el manejo de los eufemismos es sólo comparable a su indudable estulticia. La crisis es tan "discutible" como la necedad de quien afirma eso. Me temo que lo próximo será sostener que el cielo es rojo, el sol gira alrededor de la Tierra y que Ortega y Gasset era un dúo de humoristas. Tiempo al tiempo. Cualquier cosa puede salir de la chistera de quien, como los adictos a las sustancias alucinógenas, le ha encontrado el gusto a enrocarse en una dimensión distinta de la realidad.

De todos modos, para mí, la crisis tiene cosas buenas. Sólo tres, pero las tiene. A saber: La crisis señala conceptos y paradigmas a corregir para evolucionar positivamente, desgasta corrosivamente a un Gobierno infame y vergonzoso, y zarandea como un gorila cabreado a los constructores y promotores inmobiliarios. Por todo ello, me alegro profundamente. Sobre la primera ventaja no me detendré, puesto que doctores tiene la Iglesia para ese menester. En cuanto a la segunda, mi blog ha sido y es, para quien lo lea, una declaración de mi rotunda admiración y manifiesto amor por el Gabinete del señor POE, así que no merece la pena que redunde en ello hoy. Pero la tercera ventaja del thriller económico que vivimos bien vale que me regodee.


Vaya por delante que no estoy de acuerdo con quienes afirman y acusan a los constructores y promotores inmobiliarios de ser unos auténticos mafiosos. ¡Per favore! La Mafia por lo menos tenía educación, valores y clase. Salvando las escasas y honrosas excepciones de mi andanada, he de decir que para mí estos especuladores de sueños ajenos, traficantes del ladrillo, proxenetas de la vivienda y caníbales del suelo, se merecen que, de vez en cuando, algo o alguien les desvista de su halo de rey Midas para que el resto de los mortales les podamos mirar a esos ojos ególatras y decirles: "Bienvenido al club. Sufre, sufre, mamón". Estos jerifaltes del pelotazo, grandes maestres de la chapuza dorada, que construyen sus imperios con penurias y explotaciones ajenas, deben y merecen desaparecer del panorama económico y social del país para dejar paso a gente que asuma sus funciones pero sin convertir en un filántropo altruista a Gollum ni adoptar la ética de un negrero o la compasión de un jefe de obra del Antiguo Egipto. Y digo esto no sólo por su decisiva aportación a la sempiterna primavera de estratosféricas hipotecas que azota España desde hace demasiados años y su papel clave en la reclusión de muchos jóvenes en casas paternales. Lo digo también porque estos mastuerzos de cheque en blanco están cargándose el paisaje y la naturaleza, con la connivencia de los políticos y la pasividad de los jueces. El último ejemplo de ello viene de la mano de Greenpeace, que ha puesto de manifiesto que, gracias a estos mentecatos de ladrillo en ristre, en España, la virginidad del litoral patrio se aproxima peligrosamente a la de Nuria Bermúdez.


Gracias a estos chulos con posibles y afición al Lego a escala demencial, se va a terminar el problema, proverbial en el Levante, de tener que poner la toalla debajo del sobaco del vecino o adivinar la arena o el mar entre masas fondonas y horteras de bañistas. Y se va a acabar porque ya no va a haber playa...Ya saben. ¡Vaya, vaya, aquí no hay...vergüenza! Ni crisis, por supuesto.

lunes, 30 de junio de 2008

La épica de la elegancia

Ni crisis, ni hipotecas, ni contratos basura, ni llegar a fin de mes, ni lunes por la mañana, ni hambre en el mundo, ni guerras injustas, ni jefes en el trabajo, ni POE en la Moncloa ni Mariano en el PP. Conseguir que todo esto, no sólo deje de importar sino que incluso se olvide, tiene mérito. Tanto como ganar una Eurocopa de fútbol 44 años después del testarazo de Marcelino. No obstante, antes de proseguir con este artículo, quiero pedir perdón por el maltrato que di a la selección de fútbol en artículos publicados hace dos años (uno sobre balompié y otro sobre baloncesto). Quiero retractarme porque, si bien las críticas de entonces estaban bastante justificadas, también lo están las alabanzas y parabienes que se merecen buena parte de quienes convertí en dianas de esos artículos. Por todo ello, perdón, de corazón, a todos los que desde anoche me han dado motivos para dar gracias.

La Eurocopa de Austria y Suiza ha sido un monumento al buen fútbol, a la épica de la elegancia, al glamour de la gesta. La única salvedad, respecto a otros campeonatos internacionales de fútbol de los últimos lustros, es que esta vez sí ha ganado la selección que mejor fútbol ha hecho: la española. Y lo hemos hecho apostando por un fútbol de toque (el tiki-taka, el "tocamos, tocamos, tocamos"...) que se diferencia en un importante matiz del que propugnan los apóstoles del sobeteo del balón: No tocamos para inducir el suicidio por hastío ni ver cuántos pases seguidos son capaces de dar correctamente los defensas. Tocamos para bailar y desesperar a los rivales, tocamos para que los equipos que se enfrenten a nosotros vean la pelota pasar delante de sus narices sin que puedan hacer otra cosa para remediarlo que no sea falta. Y, para eso, la selección se ha desprendido de futbolistas de saldo que lastraban o mermaban este concepto futbolístico y ha apostado por pequeños grandes genios que han demostrado, una vez más, que el tamaño no importa.

Yo he de reconocer que era bastante escéptico al comienzo de la Eurocopa ante el futuro de la selección. Con mi resignación colchonera, estaba convencido de que, una vez más, tendría que flagelarme con aquello de: "Jugamos como nunca, perdimos como siempre". Y así seguí cuando apabullamos a las sparrings del grupo inicial: Rusia, Suecia y Grecia. Mas, cuando mandamos a comer pizza a una de las escuadras cuyo palmarés da tanto miedo como su proverbial suerte en competición, algo empezó a moverse dentro de mí. "Oye, que sí, que a lo mejor este año...sí". Luego volvió a cruzarse en nuestro camino Rusia, a ver si a la segunda vez iba la vencida, y los mandamos a tocar la balalaica con tres goles bajo el brazo. "¡Jobar tú! ¡Que estamos en final!". Y ahí, en la final, nuestro rival, el fútbol hecho Terminator, me los puso de pajarita. De Alemania sólo hay una cosa que da más miedo que la masa muscular y el apellido de los que llevan su camiseta: su excepcional efectividad. Volvía otra vez la incertidumbre a mi sesera y otra vez, como un león en ayunas, frente al televisor y a un reloj que coqueteaba con el paro cardíaco. Fue una final a medio camino entre una película de Tarantino y otra de Hitchcock: Acción, sangre, momentos brillantes, tensión y mucho suspense. Suspense con empate a cero y suspense con un gol de ventaja porque Alemania será muchas cosas, pero desde luego no es una selección cobarde y sólo la mata el pitido final de un árbitro: nadie más.


Y se cumplió el minuto 93 y yo rompí a gritar, saltar y llorar de emoción y, al igual que yo, toda España, desde sus casas, bares o plazas o desde el estadio que coronó uno de los mayores logres del deporte español de las últimas décadas: que la selección de fútbol gane, con merecimiento, una competición. Orgía en rojo y amarillo, cacofonía atronadora, júbilo multidisciplinar...Ni con Franco se habían visto tantas banderas rojigualdas ni escuchado tantos vivas a España, y eso que en aquel entonces era casi por imposición...

Si una cosa está clara es que Luis Aragonés, el seleccionador, el pararrayos nacional, el humilde Matusalén, el sabio no ya de Hortaleza sino de España, sabía lo que se hacía. Sabía lo que se hacía no convocando a Raúl ni a otros jubilados idolatrados. Sabía lo que se hacía apostando por el toque con sentido. Sabía lo que se hacía sacando a pitufos frente a colosos. Sabía lo que se hacía desde hacía mucho tiempo, aunque muchos no lo creyéramos...La historia de España está llena de ingratitud para sus mayores héroes. Somos así. ¡Qué le vamos a hacer...excepto pedir disculpas!

Podría destacar ampliamente a cualquiera de mis favoritos del equipo español (Iker Casillas, Cesc Fábregas, Marcos Senna), pero volvería a cometer una injusticia con la selección nacional porque si algo han demostrado estos chicos es que no son una constelación de "estrellitas" que hacen la guerra por su cuenta en el césped sino que son un gran equipo de fútbol y mejor grupo de amigos. Y eso, se nota. Y mucho. Que se lo digan a Italia, Rusia o Alemania. Una selección excelsa en el juego y perfecta en los detalles, incluso en la celebración (Palop con la elástica de Arconada y Ramos con la camiseta en recuerdo de Puerta...se comentan por sí solos).

España ha encontrado en el fútbol, como ya hiciera en baloncesto, la piedra filosofal que convierte el compromiso innegable en talento arrollador. Nos han regalado muchos minutos de recuerdos imborrables que quedarán para la historia nacional y la memoria íntima y personal de quienes nos emocionamos cuando las cosas bien hechas tienen su recompensa.


Podría extenderme oceánicamente entrando en vericuetos de afinidades e impresiones personales, mas todo cuanto siento creo que es compartido por quienes hoy se han levantado con la voz ronca, los ojos irritados y una sonrisa tonta. Por ese motivo, lo justo es que cierre este artículo con la siguiente frase, dirigida a todos los integrantes de la selección española de fútbol: Habéis conquistado la gloria; me habéis regalado uno de los mejores recuerdos que tendré en mi vida. ¡GRACIAS, CAMPEONES!

lunes, 23 de junio de 2008

Que le vote su PPadre

Decía Cicerón que "Todos los hombres pueden caer en un error, pero sólo los necios perseveran en él". Mariano Rajoy, que de listo tiene lo mismo que de atractivo, lo sabe bien y por eso, lejos de perseverar en el error, lo ha modificado por completo y redimensionado hasta unos parámetros lo suficientemente grandes como para que de un simple error estemos ahora ante un error colosal.
Este fin de semana se ha celebrado el XVI Congreso del PP, que pone punto y seguido al descenso abisal de este partido. ¿Sabían ustedes que la hendidura más profunda del mundo son las Fosas de las Marianas? Curiosas similitudes nos brinda la naturaleza, ¿verdad? Mas, volviendo al partido de Rajoy, otrora Partido Popular, hora es ya de que me desahogue, pues por mesura y fútil esperanza, he esperado todas estas semanas a que finalizara el congreso de marras. Como siempre hago y por evitar enseñamientos que me llevarían a superar la extensión de "Guerra y Paz", resumiré mi parecer en pocos puntos, de menor a mayor importancia o de lo malo a lo peor, como prefieran:

  • La hobbit de Rajoy: Mucho se habló durante las pasadas elecciones de la payasada de "la niña de Rajoy". Como la cera que recibió Mariano por ello le daba para abastecer de velas a todas las iglesias europeas durante un año y la guasa que suscitó semejante memez no la genera ni un congreso internacional de humoristas, el brillante Rajoy decidió presentar a su niña en sociedad y así sacudirse de encima tanta crítica injusta. Lo que pocos, poquísimos sabían es que, en lugar de referirse a una niña, el gallego tenía en mente a una hobbit. Soraya Sáenz de Santamaría, flamante portavoz del PP en el Congreso, cuyo principal mérito es dar mimos y babas a granel a su idolatrado Mariano. Yo he de reconocer que ignoraba que, además de conocedor del bestiario de Tolkien, Rajoy era aficionado a las miniaturas y hete aquí que me nombra como espolón de proa a una mujer a la que Velázquez habría llamado Maribárbola. ¡Sí, señor!¡Con un par! ¡Que no se diga que los políticos del PP no están a la altura de las circunstancias! Yo, desde luego, estoy convencido de que Heidi Sáenz de Santamaría puede ser una excepcional política, de la misma forma que estoy seguro de que sería una excepcional pívot en la WNBA.


  • El dream team: Yo pienso, especialmente en los últimos años, que el PP ha tenido buenas ideas pero le han fallado las personas. Por eso abogué en su día por relevar a las "caras visibles" del PP por otras más eficaces, fiables y carismáticas. De ahí que tuviera una tímida ilusión cuando empezaron a desfilar Acebes, Zaplana, etc. Ilusión que por supuesto ha quedado triturada en las últimas fechas. Se ha dicho que la nueva cúpula directiva del Partido Popular es un "dream team", un equipo de ensueño, en lengua de Quevedo. De ensueño no sé, pero de desvelo seguro. A mí, la nueva nao popular me recuerda a las tripulaciones que se solían embarcar hacia el nuevo mundo, con el ansia de mejorar trayectoria profesional o llenar los bolsillos de limosnas de El Dorado: gente prescindible que nadie echaría en falta en su casa a la hora de comer, bellacos, arribistas, zánganos duchos en la coba...Dicen que es un equipo de integración. Totalmente de acuerdo. Integra a melifluos palmeros y aviesos aduladores de todo a un euro. Vale, me he pasado. No todos los miembros de la cúpula son así. Casi todos. Y digo casi porque Rajoy ha querido maquillar a su clac y aderezarla con alguien del gusto del "jefe" (Ana Botella), otro con el beneplácito de Aguirre (Juan José Güemes) y una (Mª del Mar Blanco) para apaciguar a los exaltados por los justificados portazos de María San Gil y Ortega Lara. Es decir, ha querido o pretendido o simulado - vaya a usted a saber - apaciguar a todo el mundo y lo que ha hecho sin embargo es dar "una de cospedal y otra de arenas". Un maquillaje que buscaba presentar a la Gioconda y ha acabado en fulana de Montera. Lo único que integra la nueva cúpula del PP es a todos los que han defendido interesadamente a Rajoy, porque a este tío, desinteresadamente, sólo le defendería un familiar suyo (y cercano). El PP está ahora en manos de un coro griego de pelotas y advenedizos como el que tuvo Julio César. Y, hablando de Bruto, ahí está Albertotep y su amado y leal chiguagua de pelea, Manuel Coba, perdón, Cobo. Mariano ha configurado una corte donde nadie le critique y todo el mundo le ría las gracias, quizás pensando que un partido político es algo similar al show de un humorista en el que, diga lo que diga el cómico, el público tiene que partirse las manos a aplaudir y desencajarse la mandíbula por las carcajadas. Ni un tablao flamenco tiene tanta gente dispuesta a dar palmas: ¡Ozú qué arte tiene er Mariano pa dar er cante, quillo! Quizás por eso, la última gracia del gallego ha sido nombrar Secretaria General a una mujer que es la encarnación viva de una de las soflamas de la infame Dolores Ibárruri: "¡Hijos sí, maridos no!". Es tronchante poner a una mujer así al frente de un partido que, hasta ahora, defendía el modelo de familia tradicional, etc, etc. Lo único bueno que tiene Mª Dolores de Cospedal, además de su sutil atractivo físico, es ser una de las más furibundas cheerleaders del presidente de su partido. ¡Viva Mariano! ¡Viva su barba! ¡Vivan sus huesos!¿El motivo de todo esto? No es enajenación mental, no. Es más sencillo: Rajoy no quiere cerca a nadie que le pueda hacer sombra. Está claro. Cuando su carrera política acabe (que no tardará mucho), su biografía estará al caer en las librerías: "Mariano Rajoy: Los complejos de un bonsái".

  • Marianiño: Es innegable que las aportaciones de Galicia a la política española sólo son comparables a la contribución del sida a la salud mundial: Franco, Manuel Fraga, BNG, Pepín Blanco, y, sí, amigos, sí: Mariano Rajoy. A este gallego le he defendido tanto como criticado, pero desde el cariño y porque quería lo mejor para él y para el PP como votante suyo que era. Todo tiene un límite. Ya me ha hartado. Sus defectos menos importantes - para mí - son ya los que le han condenado electoralmente: que tenga menos carisma que George Bush en Irán y con un gracejo por descubrir (si se ahogara en el mar, seguiría siendo soso). Si me he hartado de Rajoy es por ser, y tiro de diccionario, un pelele, tarugo, ruin, pusilánime, hipócrita, desleal, engreído, acomplejado, cretino, cobarde, ingrato, vanidoso, caciquil, altivo y mentiroso. Todos ellos adjetivos, según la RAE y que, lejos de insultar, retratan con hiperrealismo al mentecato de Génova 13. Me siento defraudado por el último error de Aznar, por el paladín de Fraga (un vegestorio bamboleante al que ya le deben estar preparando vitrina en el Museo de Ciencias Naturalres) y por el nuevo ídolo de cierto alcalde de cabellera púbica que convierte en hombres de bien a rufianes como Efialtes, Bruto, Judas Iscariote o Vellido Dolfos. Me siento defraudado por Mariano Rajoy, al que, por sus méritos, más me vale rebautizar como Marianulidad. Pero es que ya ni siquiera le aprecio como diana de críticas. Me parece, desde ya, una pérdida de tiempo. Si, como has dicho, querías arreglar las cosas y romper con el pasado, Mariano, Marianecio, Marianulidad, deberías haber empezado por coger las maletas y no salir de la Galicia que te parió.


Por todas estas razones, hoy puedo decir con dolor y orgullo que no volveré a votar al PP mientras sean Rajoy y su séquito de babeantes quienes lo dirijan y encarnen. Se acabó. A partir de hoy, pido el voto para UPD. Y a Mariano, que le vote su PPadre.

viernes, 20 de junio de 2008

Más allá de "La Niebla"

En ocasiones, la línea que separa el Bien del Mal, el éxito del fracaso, la alegría del llanto, el acierto del error, el éxtasis de la tragedia es confusa, borrosa, como si estuviera inmersa en una densa y misteriosa niebla...De eso, en esencia, nos habla el nuevo film resultante de la brillante colaboración entre Stephen King, indiscutible maestro del terror escrito, y el director Frank Darabont, que ya nos regalaron años ha las excelentes "Cadena perpetua" y "La milla verde". La película "La Niebla" (The Mist) gira en torno a una trama que nos remite a las añejas películas de ciencia ficción y a dignos títulos de serie B: un experimento militar sale mal (como en tantas y tantas películas de este corte) y gracias a ello una pléyade de criaturas y engendros de pesadilla se dan un sanguinolento garbeo por una modesta localidad estadounidense, amparados por una densa niebla. Con esta premisa, se puede hacer bien un bodrio, bien una entretenida película de terror o bien una película muy interesante. Hablando de la sociedad King-Darabont (donde los guiños de este último hacia el primero son más que claros en la escena inicial), este film es cualquier cosa menos un bodrio. ¿Por qué? Porque el pavor y el asombro no vienen en esta película tanto de los monstruos como de los propios humanos, quienes, víctimas del miedo, la incertidumbre, la desesperación y el ancestral temor a lo desconocido, liberan la caja de pandora que contiene todo aquello de lo que es capaz una persona en situaciones tan críticas como las que presenciamos en "La Niebla". Por decirlo de forma pueril, el verdadero "malo" de esta película es el ser humano. Por poner un ejemplo: la señora Carmody (sensacional interpretación de Marcia Gay Harden) y sus acólitos dan más miedo, infinitamente más miedo que todas las criaturas de ultramundo que pululan en la niebla.


Bien rodada y mejor interpretada, este film nos pone frente a la esencia de nosotros mismos, esa que presenta descarnada sólo cuando las circunstancias mandan al garete la educación, los convencionalismos, lo políticamente correcto y la rutina diaria, esa que se presenta cuando somos conscientes de que nuestra vida puede desaparecer inmediata e incontestablemente. Si a eso añadimos que el intenso y creciente drama que viven los personajes de "La Niebla" hace incluso olvidar el espanto desatado por el cataclismo interdimensional, nos encontramos no sólo ante una película de terror atípica por la inteligencia, calidad y humanidad que rezuma, sino ante un film que es digno de aplauso y atención, especialmente porque no trata a los espectadores como si fueran anormales, porque nos habla mirándonos a los ojos y nos muestra cosas que preferimos obviar por miedo o vergüenza pero que han estado, están y siempre estarán ahí, en lo más hondo de cada uno de nosotros.

Estamos por tanto ante una película "realista", contundente, inmisericorde y sin concesiones de ningún tipo, que destruye los patrones habituales que rigen el cine comercial y que descuartiza con sadismo cualquier atisbo de final "made in Disney". Y es precisamente eso, el final, lo más conmovedor y destacable de "La Niebla": agridulce y enormemente desolador, no apto para públicos acomodados y autocomplacientes pero sí para personas que sean conscientes de que en el mundo real, en la vida diaria, las cosas no salen nunca como uno quiere o presupone. El desenlace, una auténtica bomba de hidrógeno para el ánimo de quien lo ve, es un digno, dignísimo broche para una muy recomendable película que, más allá de la niebla del terror, nos habla con una poco frecuente sinceridad de algo tan primario, tan humano y tan real que causa verdadero horror ignorarlo.

miércoles, 11 de junio de 2008

Elegía a un piquete

Ayer murió un piquete de la huelga de transportistas que colapsa las carreteras, asedia mercados y crispa a la gente de bien por culpa de la "no-crisis" económica (hay más dificultades y desaceleración que en un paso de Semana Santa en Sevilla, pero crisis no).
No entraré aquí a valorar la legitimidad de la huelga, a la que cualquier persona tiene derecho, ni si tienen motivos justos o no, que los tienen.

Hoy quiero hablar de ese colectivo anónimo y eufemístico que responde al nombre de "piquetes" que ayer perdió a uno de sus integrantes. Esta guardia pretoriana de los sindivagos (los sindicatos dejaron de serlo desde el momento en que pasaron de luchar por los derechos de los trabajadores a querer vivir del aire y el incordio) en primer lugar le hace un flaco favor al oceánico léxico castellano, pues ceñirse a la etiqueta "piquete" para referirse a quien se puede citar como vándalo, asilvestrado, cafre, gañán, bruto, mastuerzo, energúmeno, zote, salvaje, animal, rudo, bárbaro, basto, chusma o turba, por decir sólo unos ejemplos, no deja de ser una gesto de deslealtad y minusvaloración no ya al sentido común sino a la lengua que honraron Cervantes, Quevedo y compañía.

En ese sentido, me encantaría que alguien me explicara por qué en no pocas ocasiones se habla de "piquetes informativos". ¿De qué informan estos bufones del paleolítico? ¿De que te van a fastidiar el día, desgraciar la cara o jorobar el negocio? En todo caso, te informan de los motivos de la huelga entre insulto e insulto, mientras cogen resuello para calzarte un hostión o zarandearte como si fueras una actriz porno en una convención de obsesos sexuales.

Pero, disquisiciones léxicas aparte, vayamos al meollo de la cuestión. Dicen por ahí, que la libertad de uno termina donde empieza la del otro. Una gran verdad que, aplicada a este caso, viene a resultar en: "Tú tienes tanto derecho a hacer huelga como yo a trabajar". Un axioma que le cuesta entender pero no olvidar al tropel de homínidos que salpican las huelgas con su verborrea, su berrea y sus "incidentes" tan democráticos. Estas personas de ínfima ralea y menor educación son quienes, con su sola presencia, desacreditan y echan por tierra los motivos para holgar y reivindicar, por muy honestos o sensatos que sean (lo cual no ocurre a menudo). Si alguna vez entienden esto, se habrá dado un paso enorme.

En cuanto al fenecido, no voy a decir que me alegre, porque sería incierto, pero sí que me produce una contundente indiferencia. Lo siento más por su familia que por él. Honestamente, me importa bastante más el infortunio que le pueda ocurrir a un perro abandonado, un niño perdido o un enfermo en situación precaria que lo que le ocurra a una persona exaltada que se enganche simiescamente a la ventanilla del vehículo de alguien que comete la osadía de querer trabajar. Todo el mundo sabe del mortal peligro de combinar mal genio y automoción desde la carrera de cuádrigas entre Messala y Ben-Hur. Si alguien decide arriesgarse, allá películas, nunca mejor dicho. Dios me libre de justificar nada y menos un atropello mortal, pero todo el mundo es mayorcito para distinguir hasta dónde es razonable y humanamente sensato llevar una protesta.

Así pues, es una pena, una verdadera pena que una persona muera por hacer el cafre, jaleado por una horda de discutibles valientes que holgazanean por culpa de una crisis que el Gobierno se niega a reconocer. He ahí un ejemplo claro de cómo malgastar radicalmente una vida. Por tonto y bruto, has concertado una cita con la desgracia, querido piquete. Por tonto y bruto, has dejado rota a tu familia, querido piquete. Por tonto y bruto, has puesto tu granito de arena para la extinción del ser humano, querido piquete. Por tonto y bruto, has restado una cabeza a la hidra de energúmenos, querido piquete (gracias). Guardaré un instante de silencio por ti...Vale. Ya está. A otra cosa, mariposa.

sábado, 24 de mayo de 2008

Indiana Jones: En busca de la nostalgia perdida

Ayer vi la cuarta y ¿última entrega? de la saga de aventuras más famosa de la historia del cine: "Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal". Una película que no juega tanto con la espectacularidad y los sensacionales guiones de sus predecesoras como con un casi permanente guiño a los nostálgicos fans de lo que hasta el jueves 22 de mayo fue una trilogía. Como siempre hago en estos casos, haré un resumen por puntos:



  • El director: Steven Spielberg. Con eso ya está casi todo dicho. Es uno de los pocos directores que puede permitirse el lujo de, cuando se lo toma en serio, bordar un drama de lo más conmovedor o una espectacular película de fantasía y aventuras. En este caso, la película denota todo el oficio (que es muchísimo) de Spielberg, si bien no puede presumir del ritmo y el asombro que mostraban los tres films previos. Una dirección impecable que, sin embargo, hace añorar al Spielberg de otros tiempos.


  • El reparto: Tan acertado en su elección como viene siendo costumbre en la saga, cumple con eficaz solvencia sus cometidos, si bien hay varios personajes que son meros clichés del género de una forma tan clara y simple que roza lo pueril (Irina Spalko y "Mac" George Michale, por poner unos ejemplos). En lo referente al joven lugarteniente del arquélogo más famoso del cine, Shia LeBouf ofrece una actuación en la que, además de constituir un calco estético al Marlon Brando de "Salvaje", evidencia que como intérprete es simplemente correcto pero que tiene un carisma que brilla enormemente en películas de este tipo...como le ocurrió al hombre detrás de Han Solo y Rick Deckard. En cuanto a Indy, Harrison Ford borda ese Indiana Jones crepuscular que se sabe observado por fans de todas las edades. Es quizás una de las mayores virtudes de la película: que Indiana Jones es humano y por el pasa el tiempo y la vida, con todo lo que eso significa.


  • El guión: Tras una elección llena de vericuetos y contratiempos propios del protagonista de la película, el guión está firmado por David Koepp, el hombre que perpetró uno de los mayores sinsentidos y de las más estúpidas adaptaciones que ha visto (o, mejor dicho, sufrido) el cine reciente: "La guerra de los mundos". Si poner al responsable argumental de semejante sandez es la mejor elección consensuada por George Lucas, Steven Spielberg y Harrison Ford, me cisco en el consenso. La premisa no está mal, pese a que mezcle churras precolombinas con merinas extraterrestres. Lo peor es la propia forma de contar la historia, con menos gracia que Paquirrín desfilando en Pasarela Cibeles y con más cabos sueltos que la investigación del 11-M. Si a eso unimos unos diálogos no excesivamente brillantes y a menudo desafortunados, el guión de esta película es el verdadero enemigo de Indiana Jones y no Irina Spalko. Así de claro.
  • La música: Salida de la chistera de uno de los mejores compositores de todos los tiempos cinematográficos: el gran, gran, grandísimo John Williams. Por él sí que no pasan los años ni la calidad.

  • La película: En sí misma, es un homenaje a los seguidores de la trilogía, pues ofrece muchos guiños a los fans más avispados (el "Arca perdida" guardada en el área 51, las fotos de Henry Jones Senior y Marcus Brody, el recordatorio del miedo a las serpientes, el propio personaje de Marion Ravenwood...). Es una estupenda película de aventuras de un Indiana Jones otoñal que, por mucho que se empeñen, no está a la altura de los tres títulos que la antecedieron. No obstante, fue el propio George Lucas quien ya avisó a los entusiastas (entre los que me incluyo): "Cuando haces una película como ésta, una secuela tan, tan esperada, la gente espera que se trate de algo muy grande, como la segunda venida de Jesucristo. Y no lo es". No, no lo es, George, pero tampoco está al mismo nivel que las otras, que era lo mínimo que se podía pedir. Una cosa es hacer una película donde la aventura, la acción y el humor bueno constituyan un film increíble (que eso es lo que son las tres anteriores entregas), y otra muy distinta es realizar una película de aventuras que cuesta creer y en la que se utiliza la nostalgia como cheque en blanco para inflar una producción cuyo principal valor es la buena fe y predisposición de quien va a verla, una benevolencia que hace pasar por alto los ya incluso entrañables fallos de racord, obviar el tufo a plató de muchos escenarios y pasar de puntillas por absurdos diálogos y escenas o tramas de lo más inverosímiles sin más justificación que el "porque sí".

En definitiva,"Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal" es una entretenida película hecha para nostálgicos que colmará y frustrará simultáneamente a los fans de la saga. A esta película la salva Indiana. En tiempos en los que por el cine se pasean sagas herederas directas del arqueólogo Jones como son "La búsqueda" o "La momia", que recuperan y potencian las mejores virtudes de la otrora trilogía, cuesta creer que Lucas, Spielberg y Ford hayan apostado tanto por una película que, al terminar de verla, hace echar de menos el empaque añejo y colosal de "En busca del arca perdida", "El templo maldito" y "La última cruzada". En fin, menos mal que Indiana Jones ya es mito e icono, que si no...

martes, 20 de mayo de 2008

Bell y Meucci: Una disputa telefónica

¿Quién inventó el teléfono? Si está pensando en Alexander Graham Bell…¡está equivocado! Uno de los inventos más trascendentales de la Historia nació de las manos de un “desconocido” ingeniero italiano: Antonio Meucci.

- Ciao. ¿Sei signore Bell?
- Yes. Why? Who are you?
- Io sono Antonio Meucci, il inventari del telefono.
- Really? Me too!

Esta ficticia conversación telefónica podría resumir a la perfección quiénes son los dos grandes nombres propios que hay detrás de la invención de uno de los aparatos más revolucionarios e indispensables en la sociedad actual: el teléfono. Los laureles se los llevó cierto escocés nacionalizado norteamericano y que responde al nombre de Alexander Graham Bell; las hieles, por el contrario, fueron a parar a un italiano que no se desenvolvía muy bien con el idioma inglés: Antonio Meucci.


Alexander Graham Bell: De la cabeza parlante al teléfono
Uno de los hijos más famosos de Escocia (con permiso de
William Wallace, Macbeth y Sean Connery), nació en Edimburgo en 1847. Como tantos otros genios, no fue un estudiante modélico, si bien demostró ser un chico de lo más virtuoso, con habilidades innatas para tocar el piano, la mímica o, incluso, la ventriloquia. Sea como fuere, el hecho de pertenecer a una estirpe de logopedas y contemplar cómo una sordera gradual iba privando de oído a su madre, inclinó a Bell a interesarse por los temas relacionados con el sonido y la voz humana, curiosidad que estuvo marcada en sus inicios por experimentos tan extravagantes como fabricar una cabeza mecánica (influencia del autómata de Sir Charles Wheatstone) que “decía” la palabra mamá o “manipular” al perro familiar, Trouve, para que ladrara algo similar a “How are you, grandma?” (¿Cómo estás, abuela?). ¿Qué sería de un genio sin sus rarezas?

En 1870, Alexander Graham Bell cruzó el Atlántico huyendo de una tuberculosis que amenazaba con diezmar a su familia, pero no así su talento. De esta forma, mientras continuaba su exitosa enseñanza para sordomudos, experimentó con ingenios como el “telégrafo armónico”, con la idea de que se podían enviar mensajes a través de un alambre mientras cada uno fuera transmitido en un distinto pulso, o el “fonoautógrafo”, curioso dispositivo que dibujaba formas sobre cristal ahumado basándose en ondas acústicas. Tales experimentos llevaron a Bell a creer firmemente que sería posible enviar tonos en un alambre de telégrafo utilizando para ello un aparato de múltiples alambres. ¿Qué le hacía falta para demostrarlo? Dinero. Éste llegó de manos de uno de los mentores de Bell en Estados Unidos y su futuro suegro, Gardnier Greene Hubbard, presidente de la Escuela Clarke para el Sordo, quien decidió apostar por la idea del escocés visto el formidable éxito del telégrafo. No obstante, fue la serendipia y no la pecunia la que catapultó al genio de Edimburgo a la fama universal: El 2 de junio de 1875, el ayudante de Bell, Thomas Watson desenchufó accidentalmente uno de los alambres del dispositivo, permitiendo oír a Bell las insinuaciones que llegaban al final del alambre, esenciales para transmitir el discurso sonoro. Este suceso demostró al escocés que solamente era necesario un alambre para que “su teléfono” tuviera éxito, un invento que patentaría meses más tarde, ya en 1876. Después vinieron hitos como la fundación de la Bell Telephone Company o la National Geographic Society pero eso…es otra historia.



Antonio Meucci: ¿Teléfono? No, teletrófono
El ingeniero Antonio Giuseppe Meucci comenzó su infortunada existencia en 1808 en la bella ciudad italiana de Florencia. Allí, al igual que su colega y rival escocés, desarrolló en su juventud un peculiar ingenio: un antecesor del teléfono en el Teatro della Pergola, donde trabajaba como técnico de escenografía, y que mejoró notablemente la comunicación entre sus compañeros, tanto que hoy todavía se utiliza. No obstante, del mismo modo que Bell tuvo que cruzar el Atlántico para huir de una enfermedad, Meucci atravesó en 1835 el océano con su mujer con el fin de escapar de las reiteradas acusaciones de conspiración política, dejando atrás un país al que nunca regresaría y empezando una nueva vida en Cuba. En La Habana, Meucci volvió a sus menesteres artísticos trabajando de tramoyista en el Gran Teatro de Tacón, pero sin descuidar su faceta de inventor, pergeñando un curioso sistema de descargas eléctricas terapéuticas que utilizaba para aliviar dolencias reumáticas.

Sin embargo, cinco años después de su desembarco en tierras cubanas, el matrimonio Meucci puso rumbo a Estados Unidos, a Clifton (Staten Island), en las cercanías de Nueva York. Sin saberlo, la suerte de este florentino iba a cambiar…para siempre, y a peor. Al poco de establecerse en aquellos lares, este pintoresco ingeniero puso en pie una fábrica de velas (sí, se dedicaba a cualquier cosa menos a las que se le podría presuponer) y se convirtió en un prohombre de la comunidad italiana neoyorquina. En aquel entonces, una nueva coincidencia con el escocés Bell dio el impulso definitivo al ingenio de Meucci: el problema de salud de un ser querido. Si en el caso de aquel fue la sordera de su madre, en el del italiano fue el reumatismo de su esposa, que la postró irremisiblemente en cama. Ante esta situación, el talentoso florentino ideó en torno al año 1854 un aparato que permitía comunicar la habitación de su mujer con el taller donde trabajaba, ya que descubrió que transformar la vibración sonora en impulso eléctrico hacía posible transmitir, cable mediante, la voz a distancia. Por mucho que se empeñara en llamarle “teletrófono”, Meucci acababa de inventar el teléfono y con bastantes años de antelación respecto a Alexander Graham Bell, como se encargó de evidenciar públicamente en 1860, cuando consiguió reproducir la voz de una cantante a lo largo de un notable trecho, suceso del que se haría eco la prensa italiana de Nueva York. El próximo paso era patentar el invento. Comenzaban los problemas.

¿Alguien ha visto mi teléfono?
Tras la exhibición pública de su invento, Meucci comenzaría a sufrir lo que podría denominarse como “desapariciones misteriosas”: la primera de ellas protagonizada por un tal señor Bendelari, que se llevó un prototipo del aparato y documentación sobre el mismo a tierras italianas o al limbo, porque jamás se volvió a saber de él; la segunda desaparición es la que atañe a los trabajos de Meucci empeñados por su mujer, para costear las vacas flacas que provocó un accidente del que el desgraciado florentino salió, literalmente, quemado, y que jamás consiguieron recuperar; y la tercera y más sonada desaparición: la que nos habla de cómo se perdieron misteriosamente documentos y materiales demostrativos del “telégrafo parlante” de Meucci que éste había presentado en 1874 a unos laboratorios de la
Western Union Company en los que – oh, casualidad – trabajaría años más tarde Alexander Graham Bell. En este último caso, el infortunado florentino tenía tres importantes elementos en su contra a la hora de recuperar su prodigioso aparato: una situación económica bastante precaria, un escaso dominio del idioma inglés, y la sagacidad de los directivos de la Western Union para preservar un invento potencialmente rentable, aun a costa de arrebatárselo a su autor con excusas de lo más peregrinas.

No obstante, no todo fueron desgracias en ese tiempo para el inventor italiano. Empleando buena parte de sus ahorros, depositó el 28 de diciembre de 1871 una demanda de patente de su teletrófono, documento renovable anualmente por un coste sensiblemente menor que el de una patente (10 dólares aquel, 250 ésta). Sin embargo, la penuria económica de Meucci no tardó en volver a interferir en el devenir del teletrófono y el florentino se quedó sin poder renovar la demanda de patente sólo dos años después de haberla depositado.

Y, como si algo puede ir mal, irá a peor, en 1876 Meucci estuvo próximo a quedarse catatónico al enterarse de que un escocés con mejor posición económica y contactos más importantes había patentado un invento: el suyo.

Scusi, quel telefono è il mio
Pobre pero con su orgullo intacto, Meucci inició un pleito judicial con Bell para recuperar su honra y, de paso, el reconocimiento como padre del teléfono, teletrófono, telégrafo parlante o como quisiera llamarse al aparato que él había inventado antes que nadie. Sin embargo, la mala suerte jugaría un papel decisivo en la vida del inventor italiano: no tenía evidencias materiales de su invención (todas se habían “extraviado”), no tenía mucho dinero y, por último pero más importante, su rival, Alexander Graham Bell, tenía más influencia y mejores abogados. No en vano, el escocés ya había salido airoso de litigios similares contra otros supuestos “inventores del teléfono” como
Elisha Gray o Amos Dolbear. Un éxito nada casual, pues a lo largo de 18 años, la Bell Telephone Company solventó positivamente cerca de 600 demandas de personas que reclamaban la autoría del teléfono.

Con todos estos ingredientes, no es de extrañar el plato resultante: Antonio Giuseppe Meucci moriría pobre y triste en 1889 mientras Alexander Graham Bell disfrutaría de la fama universal (y sus réditos económicos) como inventor del teléfono, gracias a unos abogados que hábilmente embarrancaron con recursos la investigación por fraude puesta en marcha por el Tribunal Supremo de Estados Unidos. A tanto llegó el reconocimiento de este escocés que el día de su muerte, el 2 de agosto de 1922, los teléfonos de EEUU enmudecieron durante un minuto como tributo a su difunto “padre”.

Un final ¿feliz?
Aunque Bell ya había pasado para la posteridad como uno de los inventores más célebres de la historia y Meucci dormía para toda la eternidad sumido en el ostracismo, esta peculiar historia de estrellas y estrellados tendría un nuevo final en
2002. El 11 de junio de ese año, y gracias a la decidida campaña puesta en marcha por el congresista ítaloamericano Vito Fossella a favor de su compatriota, la Cámara de Representantes de los Estados Unidos aprobó por unanimidad un documento que reconocía a Antonio Meucci como inventor del teléfono, al tiempo que destacaba su “extraordinaria y trágica” trayectoria. Más vale tarde que nunca, aunque, a buen seguro, al desafortunado ingeniero florentino le habría encantado disfrutar de ese reconocimiento en vida, un éxito del que se vio privado por sólo diez dólares. Nunca la fama costó tan poco.



Para más información:

viernes, 16 de mayo de 2008

Extraterrestre, que estás en los cielos...

¡Es posible que existan extraterrestres! Esto no la ha dicho ni J.J.Benítez ni Íker Jiménez ni el agente Mulder ni el capitán Kirk. Lo ha dicho el astrónomo jefe del Vaticano, el argentino José Gabriel Funes, en una entrevista para el periódico de cabecera de la Santa Sede. Toma jeroma. Para que luego digan que el Vaticano es rancio y caduco. Bien es verdad que esto no lo ha dicho ningún purpurado ni mucho menos nadie que hable en nombre del Papa, pero no deja de ser curioso e importante que alguien del ombligo religioso cristiano se pronuncie claramente sobre el tema. Y, lo que es más importante, que lo haga con una sensatez y naturalidad que es de agradecer, teniendo en cuenta el gusto vaticano por hablar para iniciados...
Dejando a un lado las posibles implicaciones teológicas, a mí me parece sensacional que se hable con naturalidad de algo que puede ser perfectamente posible o, cuando menos, probable: que no estemos solos en el universo. Porque, vamos a ver, ¿alquien cree que en un espacio infinito como es el cosmos vamos a ser la única forma de vida? Una cosa es que nos creamos los reyes del mambo galáctico y otra es que seamos unos necios. Esto es sencillo: Si el Universo no tiene límites, tampoco deberían tenerlo cábalas como las que apuestan por la existencia de otras formas de vida. Hay infinitas probabilidades y posibilidades, por tanto, hay espacio para todos, nunca mejor dicho.

Yo, que soy católico creyente y practicante, no tengo ningún problema en reconocer que, lejos de descartar que existan extraterrestres, creo que sí existen y que es perfectamente lógico, por los motivos arriba citados. Y esto no colisiona en absoluto con mis creencias.
Creer en Dios y en ET es perfectamente compatible, incluso aunque ET sea ateo, animista, panteísta o rastafari. Además, uno y otro comparten el mismo mensaje: "Hay otra vida", aunque por motivos bien distintos. Religión y ufología son piezas de un mismo puzzle, que no es otro que el de la mera existencia. Además, ambas tienen algo en común bastante importante: dada la ausencia de pruebas irrefutables y la escasez de indicios, ambas apelan a la fe, a creer por convicción personal y no empíricamente demostrable en que hay "algo más". Por tanto, creer en Dios y en que exista vida en otros lugares que no sean la Tierra no sólo es compatible, sino que es coherente de punta a cabo. En ambos casos, si crees, crees en ello, aunque no lo puedas demostrar.

El problema es que la creencia en otras formas de vida ha sido tan denostada o más que la religión en general y el catolicismo en particular. Creer en extraterrestres se ha asociado a lunáticos, estrafalarios y frikis. Parecía y parece que el interés por la ufología ha sido patrimonio de talibanes de lo absurdo, cuando lo cierto es que hay mucha gente, seria y honesta que, movidos por una sana curiosidad, han investigado e investigan este campo con un creciente rigor y responsabilidad. Por suerte, actualmente, la ufología tiene por estandartes a personas con una formación y una seriedad que en nada tiene que envidiar a la de otros investigadores o científicos, aunque el cliché de "chalado" sigue estando y estará ahí mucho tiempo, adosado como un sanbenito para el que crea en otras formas de vida, sean como sean.

Yo, por mi parte, estaré encantado de tener "hermanos" fuera de este peculiar planeta y entonces como ahora, seguiré estando convencido de que creer en Dios es compatible con creer en la ciencia (sea cual sea su ámbito de estudio) porque, en esencia, ambas radican en lo mismo: creer en la Vida, en toda su universal extensión. Por tanto, del mismo modo que la religión, desprovista de todo el folclore mitológico asociado (en mi caso, véase Antiguo Testamento), no está reñida en absoluto con la ciencia, la creencia en formas de vida extraterrestres, desprovista de todo el aderezo lunático, no choca con mi fe ni con mi sensatez. No obstante, mientras salimos de dudas, yo seguiré disfrutando de fantasías como "Star Wars", "Star Trek", "ET", "Encuentros en la 3ª fase", "Dune", "Futurama", "Flash Gordon"... En fin: Yo Creo. Y punto.

lunes, 12 de mayo de 2008

El AtlétiKun, a la Champions

Once años más tarde, después de alternar el ridículo con el fracaso, el Atlético de Madrid se ha clasificado de nuevo para la Liga de Campeones. Perdón, para ser honestos, hay que decir que, si todo va bien, el año que viene jugará la Champions el AtlétiKun de Madrid, porque ha sido ese jugador, Sergio "Kun" Agüero el máximo responsable de que el Atleti vuelva a la senda de los laureles y abandone la gris clase media futbolística. Un genio que ya ha hecho olvidar las proezas de cierto Niño, de Kiko y de tantos otros. Un nuevo dios para la religión rojiblanca. Pero, como siempre hago, haré un repaso por todos los aspectos de mi equipo del alma, una vez se puede considerar ya finiquitada la temporada:

  • El equipo: Un genio al que llaman Kun; un soberbio delantero y mejor hombre de equipo de apellido Forlán; un hombre comprometido con el respeto a un escudo de nombre Maxi; un portugués, Simao, al que le costó destapar el tarro de las esencias y dos chavales, Raúl García e Ignacio Camacho, que se han batido el cobre con centrocampistas de más renombre y experiencia como si les fuera la vida en ello. Eso ha sido el verdadero Atlético de Madrid. El resto de jugadores fueron, para su desgracia, mera comparsa entregada por completo a abrillantar con su mediocridad el talento y esfuerzo de los arriba citados. El Atleti, fiel a su extravagante e insondable hado, se ha empeñado en conquistar un billete a la gloria sin jugar a algo que sea reconocible como fútbol, excepto cuando el balón está en las botas del Kun Agüero o Diego Forlán. Así es el Atleti. Capaz de tirar dos competiciones a la basura pero de clasificarse para la Liga de Campeones. Inexplicablemente desquiciante y adictivo.
  • El entrenador: Javier Aguirre. Sabido es que este "cuate" no es santo de mi devoción, pero ha sido el técnico del año del regreso a Europa y sólo por eso creo que es honesto respetar su trabajo, aunque para mí sea más que discutible. Incapaz de imponer un estilo de juego claro y de solventar problemas como los defensivos, Javier Aguirre sí ha demostrado en cambio saber ganarse el cariño de sus jugadores, que han estado "ahí" a la hora de la verdad. El Atleti ha llegado donde ha llegado por las genialidades de Kun, Forlán y unos pocos más, no por juego ni por preparación táctica. Mas si aun así ha llegado al principal objetivo señalado para esta temporada, no debería peligrar el puesto de un entrenador que, pese a todo (incluido él mismo), es el del equipo que ha devuelto desde ayer la ilusión al Calderón.

  • Los dirigentes: Una de las razones por las que el Atleti ha vivido ciertas peripecias esta temporada y las previas ha sido padecer esquizofrenia institucional. Con mucha frecuencia se escuchan voces distintas, ambas con capacidad de decisión, que a menudo pueden incurrir en contradicciones. Es lo que tiene que el Consejero Delegado, Miguel Ángel Gil Marín, mande más que el Presidente, Enrique Cerezo. "Tú figura que yo dirijo". Y así nos ha ido. Pero así no nos puede seguir yendo. Es necesario, por coherencia, que quien mande, para bien o para mal, sea una misma persona. Yo, en particular, prefiero que sea Enrique Cerezo, que es quien ha dado la cara todos estos años y no Miguel Ángel Gil Marín, la sombría mano que mece la cuna del Manzanares y que hace tiempo debía haber dejado el club para favorecer una transición desde el gilismo a la modernidad. ¿En cuántos clubs han visto que no sea el Presidente el que mande? Pues eso...
  • La afición: La única que ha sido, es y será siempre de Liga de Campeones, Mundial, Oro olímpico y lo que se tercie.

Tiempo habrá de hacer limpieza y soltar el lastre de morralla que actualmente impide volar más alto. Ahora sólo impera hacer un cosa: Disfrutar de una alegría de esas que el Atleti no suele prodigar. ¡Champions, allá vamos! ¡Que tiemble Europa que llega el AtlétiKun de Madrid!

domingo, 11 de mayo de 2008

Magia, con "M" de musical

Fue Disney quien reconcilió al público, especialmente el infantil, con la música clásica a través de esa maravillosa película llamada "Fantasía". Fue y es Disney quien ha reconciliado al público, especialmente el infantil, con los musicales a través del prodigioso espectáculo "La Bella y la Bestia", inspirado en la película homónima. Ayer sábado tuve la inmensa fortuna de poder asistir a este gran (en todos los sentidos) show y no me resisto a escribir algo acerca de esa sensacional experiencia.

Este musical, caro como todos y sorprendente y emotivo como pocos, nos sumerge durante más de dos horas en un mundo fantástico donde toman cuerpo y voz todo el fabuloso imaginario de ese inolvidable cuento de hadas que encumbra una de las mejores lecciones que se puede aprender en esta vida: la verdadera belleza está en el interior.

Si tenemos en cuenta que todo (y cuando digo todo es todo) está cuidado con sumo detalle y organizado con milimétrica precisión, el espectáculo promete. Si a eso se le añade una fantástica música en directo (que rememora las magistrales piezas del gran Alan Menken) y un elenco en el que todos, sin excepción, bordan sus interpretaciones, la magia y la emoción irremisiblemente se apoderan de las butacas desde el primer hasta el último minuto. Conforme avanza el reloj, uno no sabe si está dentro de la película, del cuento o simplemente está teniendo uno de los sueños más bonitos de su vida.

Mención especial merecen a mi juicio tres soberbias interpretaciones: Julia Möller (Bella), una intérprete magnífica hasta cuando calla que hipnotiza y conmueve con una voz privilegiada que bien vale por sí sola el precio de la entrada; David Ordinas (Bestia), quien dota al personaje de un porte y una calidez humana inesperada; y Armando Pita (Lumière), que sencillamente hace una interpretación memorable del más llameante y chispeante de los sirvientes de Bestia.

Con todos estos argumentos, uno no puede menos que refrenar el ánimo o las lágrimas ante escenas como la de "¡Qué festín!", el baile de la Bella y la Bestia o el apoteósico final que cierra el espectáculo. Dado que es imposible compensar con dinero el colosal disfrute que este musical reporta, los aplausos atronan con incontestable fuerza el aforo del Teatro Coliseum durante minutos que se antojan insuficientes para premiar todo el esfuerzo y el talento exhibido en el escenario.

En definitiva, "La Bella y la Bestia" es un musical que, ya acudas solo o acompañado, convierte cualquier velada en una fecha inolvidable y una fuente de muchos, muchísimos buenos recuerdos. Simplemente extraordinario.

lunes, 5 de mayo de 2008

MADRE

Cierta película de culto tiene entre sus memorables frases una que dice lo siguiente: "Madre es el nombre de Dios en los labios y los corazones de los niños". Cuánta verdad y explicaciones hay condensadas en esa cita. Ayer, 4 de mayo, fue el Día de la Madre y, mercantilismos aparte, me parece sensacional que se "obligue" a reconocer, al menos durante un día, lo que debería tenerse presente los otros 364.

Las madres son esas mujeres que, por muchas personas que pasen por tu corazón, siempre estarán en lo más alto del podio. Son quienes te enseñan de verdad y para toda la vida en qué consiste vivir y amar, cómo deben usarse la cabeza y el corazón; son quienes te descubren el significado de "cariño", "compromiso", "amor, "sensatez", "coraje"...y todas las demás palabras que contribuyen a enriquecer los recuerdos y el alma de cualquier ser humano. Son el nombre con el que siempre contar, la mano tendida permanentemente , el baluarte perennemente en pie, el faro en las tormentas, el espejo en el que mirarse, el motivo por el que empezar a dar gracias al comienzo y al final de cada día.

Las madres son esas personas que dedican miles de ingratas horas de esfuerzo para que la vida sea un poco más benévola con sus hijos, son quienes te dicen la verdad aunque se la pagues con hiel, son las mujeres que dan todo por los suyos sin más premio muchas veces que un mísero "gracias"; son alambiques en los que, por mucha amargura y dolor que entren, siempre saldrá un extraordinario recital de amor y altruismo; son las personas que se visten de "superheroínas" para demostrarte que el ser humano, si se lo propone, puede llegar a ser muy grande.

En mi caso, tengo una madre que no me la merezco: Sensata, honesta, noble, sacrificada, habilidosa, esforzada, generosa, detallista, cariñosa, tierna, divertida, estoica hasta lo indecible y buena hasta bordear lo increíble. Se llama Camino y es la mejor persona que conozco; es mi mejor amiga y confidente, un verdadero referente humano, ético y moral, y si fuera sólo una milésima parte de bueno que ella, sería un santo. Podría contar muchísimas cosas de ella y siempre me quedaría corto. No obstante, sí puedo y quiero decir lo siguiente: Si consiguiera convertir cada lágrima y minuto amargo que ha tenido que sufrir en una sonrisa y en un minuto de felicidad, sería el hombre más feliz del mundo, aunque tuviera que vivir siglos para ello.

En definitiva, mi madre, las madres son esas personas a las que nunca les sobrará escuchar o leer, de corazón, un "gracias" o, lo que es más importante, un "Te quiero mucho, muchísimo".

Dedicado a la que ha sido, es y será siempre una auténtica campeona.