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No quiero ni voy a redundar en lo que ya se ha repetido hasta la saciedad: Qué clase, qué calidad, qué desparpajo, qué intensidad, qué concentración, qué humildad, qué valor, qué capacidad de superación...Todo eso ya ha quedado claro para el mundo (A no ser que se sea ciego poco aficionado a la radio, sordo con aversión a la televisión, ermitaño sin cobertura o un snob intelectual de esos a los que les encanta situarse en planos paralelos a la realidad). Lo que sí me gustaría decir es que lo hecho por el equipo nacional de baloncesto (y no quiero destacar a nadie por encima de nadie porque han demostrado que son, en todos los sentidos, un equipo colosal) me ha emocionado tanto como descubrir el valor de los espartanos en la Batalla de las Termópilas, recordar las pelotas que pusieron sobre la mesa los españoles cuando a Napoleón le dio por jugar al Risk con nosotros o escuchar en el cine la gallarda y genial última frase de Alatriste "Decidle al Duque de Anjou que gracias, pero que somos un Tercio español". Olé, chicos, olé.
Por todo ello, esta crónica se podría resumir en una sola palabra: GRACIAS. Pero como sabida es mi incontinencia verbal pues he escrito este artículo, sobre un equipo que se merece no bajar nunca del lugar que se han ganado en el Olimpo y nuestra memoria, un artículo que, como decía al comienzo era mejor escribir con sosiego y habiendo dejado atrás toda la resaca festiva. Aunque, llegados a este punto, sólo me apetece decir una cosa: ¡¡VIVA LA MADRE QUE OS PARIÓ!!
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