Ni crisis, ni hipotecas, ni contratos basura, ni llegar a fin de mes, ni lunes por la mañana, ni hambre en el mundo, ni guerras injustas, ni jefes en el trabajo, ni POE en la Moncloa ni Mariano en el PP. Conseguir que todo esto, no sólo deje de importar sino que incluso se olvide, tiene mérito. Tanto como ganar una Eurocopa de fútbol 44 años después del testarazo de Marcelino. No obstante, antes de proseguir con este artículo, quiero pedir perdón por el maltrato que di a la selección de fútbol en artículos publicados hace dos años (uno sobre balompié y otro sobre baloncesto). Quiero retractarme porque, si bien las críticas de entonces estaban bastante justificadas, también lo están las alabanzas y parabienes que se merecen buena parte de quienes convertí en dianas de esos artículos. Por todo ello, perdón, de corazón, a todos los que desde anoche me han dado motivos para dar gracias.
La Eurocopa de Austria y Suiza ha sido un monumento al buen fútbol, a la épica de la elegancia, al glamour de la gesta. La única salvedad, respecto a otros campeonatos internacionales de fútbol de los últimos lustros, es que esta vez sí ha ganado la selección que mejor fútbol ha hecho: la española. Y lo hemos hecho apostando por un fútbol de toque (el tiki-taka, el "tocamos, tocamos, tocamos"...) que se diferencia en un importante matiz del que propugnan los apóstoles del sobeteo del balón: No tocamos para inducir el suicidio por hastío ni ver cuántos pases seguidos son capaces de dar correctamente los defensas. Tocamos para bailar y desesperar a los rivales, tocamos para que los equipos que se enfrenten a nosotros vean la pelota pasar delante de sus narices sin que puedan hacer otra cosa para remediarlo que no sea falta. Y, para eso, la selección se ha desprendido de futbolistas de saldo que lastraban o mermaban este concepto futbolístico y ha apostado por pequeños grandes genios que han demostrado, una vez más, que el tamaño no importa.
Yo he de reconocer que era bastante escéptico al comienzo de la Eurocopa ante el futuro de la selección. Con mi resignación colchonera, estaba convencido de que, una vez más, tendría que flagelarme con aquello de: "Jugamos como nunca, perdimos como siempre". Y así seguí cuando apabullamos a las sparrings del grupo inicial: Rusia, Suecia y Grecia. Mas, cuando mandamos a comer pizza a una de las escuadras cuyo palmarés da tanto miedo como su proverbial suerte en competición, algo empezó a moverse dentro de mí. "Oye, que sí, que a lo mejor este año...sí". Luego volvió a cruzarse en nuestro camino Rusia, a ver si a la segunda vez iba la vencida, y los mandamos a tocar la balalaica con tres goles bajo el brazo. "¡Jobar tú! ¡Que estamos en final!". Y ahí, en la final, nuestro rival, el fútbol hecho Terminator, me los puso de pajarita. De Alemania sólo hay una cosa que da más miedo que la masa muscular y el apellido de los que llevan su camiseta: su excepcional efectividad. Volvía otra vez la incertidumbre a mi sesera y otra vez, como un león en ayunas, frente al televisor y a un reloj que coqueteaba con el paro cardíaco. Fue una final a medio camino entre una película de Tarantino y otra de Hitchcock: Acción, sangre, momentos brillantes, tensión y mucho suspense. Suspense con empate a cero y suspense con un gol de ventaja porque Alemania será muchas cosas, pero desde luego no es una selección cobarde y sólo la mata el pitido final de un árbitro: nadie más.
Y se cumplió el minuto 93 y yo rompí a gritar, saltar y llorar de emoción y, al igual que yo, toda España, desde sus casas, bares o plazas o desde el estadio que coronó uno de los mayores logres del deporte español de las últimas décadas: que la selección de fútbol gane, con merecimiento, una competición. Orgía en rojo y amarillo, cacofonía atronadora, júbilo multidisciplinar...Ni con Franco se habían visto tantas banderas rojigualdas ni escuchado tantos vivas a España, y eso que en aquel entonces era casi por imposición...
Si una cosa está clara es que Luis Aragonés, el seleccionador, el pararrayos nacional, el humilde Matusalén, el sabio no ya de Hortaleza sino de España, sabía lo que se hacía. Sabía lo que se hacía no convocando a Raúl ni a otros jubilados idolatrados. Sabía lo que se hacía apostando por el toque con sentido. Sabía lo que se hacía sacando a pitufos frente a colosos. Sabía lo que se hacía desde hacía mucho tiempo, aunque muchos no lo creyéramos...La historia de España está llena de ingratitud para sus mayores héroes. Somos así. ¡Qué le vamos a hacer...excepto pedir disculpas!
Podría destacar ampliamente a cualquiera de mis favoritos del equipo español (Iker Casillas, Cesc Fábregas, Marcos Senna), pero volvería a cometer una injusticia con la selección nacional porque si algo han demostrado estos chicos es que no son una constelación de "estrellitas" que hacen la guerra por su cuenta en el césped sino que son un gran equipo de fútbol y mejor grupo de amigos. Y eso, se nota. Y mucho. Que se lo digan a Italia, Rusia o Alemania. Una selección excelsa en el juego y perfecta en los detalles, incluso en la celebración (Palop con la elástica de Arconada y Ramos con la camiseta en recuerdo de Puerta...se comentan por sí solos).
España ha encontrado en el fútbol, como ya hiciera en baloncesto, la piedra filosofal que convierte el compromiso innegable en talento arrollador. Nos han regalado muchos minutos de recuerdos imborrables que quedarán para la historia nacional y la memoria íntima y personal de quienes nos emocionamos cuando las cosas bien hechas tienen su recompensa.
Podría extenderme oceánicamente entrando en vericuetos de afinidades e impresiones personales, mas todo cuanto siento creo que es compartido por quienes hoy se han levantado con la voz ronca, los ojos irritados y una sonrisa tonta. Por ese motivo, lo justo es que cierre este artículo con la siguiente frase, dirigida a todos los integrantes de la selección española de fútbol: Habéis conquistado la gloria; me habéis regalado uno de los mejores recuerdos que tendré en mi vida. ¡GRACIAS, CAMPEONES!
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