Y es que, si me apuras, lo de menos ayer fue el espléndido partido que cuajó un desatado Atleti para celebrar con la afición ser el primero de los mortales (terceros en Liga). Tampoco destacaría como lo mejor el sensacional doblete de Torres, esa leyenda andante que una temporada más se ha remontado a sí mismo
para tapar bocas y dejar en el banquillo a relumbrantes sustitutos. Tampoco subrayaría como lo más notable la retirada del hasta ayer jugador rojiblanco y hoy eterno mito, Tiago, quien en su despedida volvió a dar una clase magistral de cómo desempeñarse como mediocampista y como persona. Ni siquiera fue lo mejor la confirmación a los cuatro vientos de la continuidad la próxima temporada de Simeone, gran chamán, intérprete y psicoanalista de los misterios rojiblancos y, además, terror de acomplejados y envidiosos de todo pelaje.No, para mí, lo más importante de ayer fue todo lo que pasó antes, durante y, especialmente, después del partido que no se puede describir con estadísticas ni con retórica deportiva ni con resúmenes a ritmo de videoclip. Lo más importante de la tarde del "hasta siempre" se podría explicar, salvo a aquellos que no lo pueden entender por mucho que lo pregunten una y otra vez, con una sonrisa, un nudo en la garganta o una lágrima. Porque lo más importante de ayer fue sentir hasta el llanto de felicidad que todos (leyendas del pasado y del presente, trofeos, entrenadores, estadios y aficionados) formamos un mismo cuerpo, una impresionante y entrañable falange que cuenta su historia por gestas contrapronóstico y momentos inolvidables. Esto es el Atleti: una familia por encima del tiempo y el espacio para la
que nada es imposible y que, por eso mismo, es capaz de hacer frente a todos los elementos y contratiempos propios o ajenos, como ha demostrado esta temporada en la que las lesiones (está claro que el Atleti tiene jugadores con un corazón más fuerte que su cuerpo), las inconvenientes y contraproducentes polémicas institucionales (no me hables del escudo que me pongo Wanda), los enrevesados debates estilísticos (el Atleti es un concepto, no una forma), las insidias y la cizaña obsesiva de buena parte de la prensa deportiva (motivo suficiente para dejar de leer como mínimo un par de ¿periódicos?), los decepcionantes rendimientos de algunos jugadores llamados a hacer más y mejores cosas (a estas alturas ya no hace falta explicitar nombres), las imprecisiones en pases y tiros, las tóxicas sobrevaloraciones que han nublado el juicio a algunos aficionados, las bochornosas actuaciones de los árbitros (únicos intervinientes en partidos de fútbol que no son sancionados por actuar contra el reglamento), el descomunal potencial de los rivales y la pura y simple mala suerte han convertido esta travesía 2016-2017 en algo que rima con gesta y termina en hazaña.Acabó así el Calderón, oficialmente en lo que al Atleti se refiere, con una despedida redonda, una inolvidable tarde que no tuvo esa impresionante y mágica lluvia del último partido de Champions porque, en la última tarde del Vicente Calderón, la lluvia no estaba en las nubes sino en los ojos de quienes nos quebramos por pura y sencilla felicidad siendo y sintiendo al Atleti en lo más profundo de nosotros.
Terminan aquí mis crónicas de un abono en rojiblanco, el que me ha permitido disfrutar y reseñar la mayoría de partidos celebrados en el Calderón esta temporada. Quién sabe si la temporada siguiente podré seguir contando las proezas de este equipo de hombres que hacen temblar a los dioses...Pase lo que pase, ha sido un placer. ¡Aúpa Atleti!




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