Los madridistas no lo entienden. Ni lo entendieron nunca. Ni lo entenderán jamás.
No
entenderán por qué un equipo al que todo el madridismo daba por muerto
sembró el pánico de principio a fin en el partido de esta noche dejando al Real Madrid sin más recursos que la suerte, las triquiñuelas y el árbitro.
No entenderán por qué un equipo al que intentan perjudicar, desestabilizar, ridiculizar y mancillar constantemente hasta extremos patéticos sigue mirándoles "a los ojitos" como diría el gran Luis Aragonés.
No entenderán por qué nos invade una deliciosa satisfacción al sentir el miedo que nos tiene el autoproclamado mejor equipo del mundo y la Historia porque están demasiado pendientes de gestionar su prepotencia.
No entenderán por qué toda una afición se queda en sus asientos tras un partido bajo una tromba de lluvia cantando y animando a unos jugadores que acaban de ser eliminados en una competición.
No entenderán por qué a las once de la noche de un miércoles diez de mayo en Madrid, en las inmediaciones del estadio Vicente Calderón, los andenes del cercanías y del metro y los vagones de los respectivos convoys se llenaron de cánticos de alegría y sonrisas de satisfacción de los aficionados rojiblancos como si nuestro próximo destino fuera Cardiff.
No entenderán por qué estamos felices de ser parte de este antihéroe que es el Atleti, capaz de hacer temblar a esa banda de divos que se creen los dioses de un Olimpo situado en Concha Espina.
No entenderán por qué los atléticos preferimos la épica "canchera" al vedettismo hueco que enarbola su equipo porque nosotros somos más de Mahou que de talonarios y champán.
No entenderán por qué entre lo que se puede comprar con dinero y lo que no se puede pagar nosotros siempre nos quedaremos con lo que no cabe en vitrinas sino en corazones.
No entenderán por qué no necesitamos el brillo de trofeos ni la cháchara babeante de la prensa para sentirnos importantes porque a nosotros nos basta con once hombres dejándose el alma para convertir lo impensable en probable.
No entenderán por qué ante las mofas y chulerías madridistas cada atlético, en lugar de ofenderse, sonríe con orgullo y piensa lo que decía cierta canción hace no mucho: "Si esos idiotas supieran que yo soy el hombre más rico del mundo así...".
No entenderán por qué los atléticos detestamos profundamente al Real Madrid en lugar de envidiarlo porque parte de nuestro orgullo, de nuestra inquebrantable dignidad radica precisamente en representar todo lo que el Real Madrid ni es ni fue ni será aunque dure mil años.
No entenderán por qué tenemos como ídolo a un caballero como Fernando Torres en lugar de a un "tipo" como Juanito.
No entenderán por qué los atléticos estamos profundamente orgullosos tanto en la derrota como en la victoria.
No entenderán que ser un campeón no consiste en levantar un trofeo o en quedar los primeros.
No entenderán por qué no fiamos nuestra felicidad ni a cuentos ni a cuentas sino sólo a una pasión sin cláusula de rescisión ni fecha de caducidad.
No entenderán por qué hoy ni un solo atlético se va a acostar triste.
No entenderán que uno no nace ni se hace del Atlético: como las mejores parejas, es el Atleti el que te escoge porque no todo el mundo vale para ser de un equipo cuya única promesa consiste en hacerte sentir vivo.
No entenderán por qué una noche como ésta en la que hemos quedado eliminados de la Champions League y en la que un súbito y furioso diluvio ha cerrado las puertas de Europa al Vicente Calderón es ya, con toda seguridad, una de las más emocionantes, mágicas e inolvidables para los que tenemos el escudo del Atleti a ambos lados de la piel.
No entenderán que nos dan igual los resultados mientras no perdamos el orgullo. Y de eso, de orgullo, vamos sobrados. Especialmente tras noches como ésta en la que el impagable silencio de la hinchada blanca fue el mejor fondo para el aplauso más largo del mundo, uno que duró más de 92 minutos, uno a la altura de un equipo que, gane o pierda, sigue engrandeciendo su leyenda de la mano de un tal Cholo. ¡Aúpa Atleti! (¡Y forza Juve!).
No entenderán por qué un equipo al que intentan perjudicar, desestabilizar, ridiculizar y mancillar constantemente hasta extremos patéticos sigue mirándoles "a los ojitos" como diría el gran Luis Aragonés.
No entenderán por qué nos invade una deliciosa satisfacción al sentir el miedo que nos tiene el autoproclamado mejor equipo del mundo y la Historia porque están demasiado pendientes de gestionar su prepotencia.
No entenderán por qué toda una afición se queda en sus asientos tras un partido bajo una tromba de lluvia cantando y animando a unos jugadores que acaban de ser eliminados en una competición.
No entenderán por qué a las once de la noche de un miércoles diez de mayo en Madrid, en las inmediaciones del estadio Vicente Calderón, los andenes del cercanías y del metro y los vagones de los respectivos convoys se llenaron de cánticos de alegría y sonrisas de satisfacción de los aficionados rojiblancos como si nuestro próximo destino fuera Cardiff.
No entenderán por qué estamos felices de ser parte de este antihéroe que es el Atleti, capaz de hacer temblar a esa banda de divos que se creen los dioses de un Olimpo situado en Concha Espina.
No entenderán por qué los atléticos preferimos la épica "canchera" al vedettismo hueco que enarbola su equipo porque nosotros somos más de Mahou que de talonarios y champán.
No entenderán por qué entre lo que se puede comprar con dinero y lo que no se puede pagar nosotros siempre nos quedaremos con lo que no cabe en vitrinas sino en corazones.
No entenderán por qué no necesitamos el brillo de trofeos ni la cháchara babeante de la prensa para sentirnos importantes porque a nosotros nos basta con once hombres dejándose el alma para convertir lo impensable en probable.
No entenderán por qué ante las mofas y chulerías madridistas cada atlético, en lugar de ofenderse, sonríe con orgullo y piensa lo que decía cierta canción hace no mucho: "Si esos idiotas supieran que yo soy el hombre más rico del mundo así...".
No entenderán por qué los atléticos detestamos profundamente al Real Madrid en lugar de envidiarlo porque parte de nuestro orgullo, de nuestra inquebrantable dignidad radica precisamente en representar todo lo que el Real Madrid ni es ni fue ni será aunque dure mil años.
No entenderán por qué tenemos como ídolo a un caballero como Fernando Torres en lugar de a un "tipo" como Juanito.
No entenderán por qué los atléticos estamos profundamente orgullosos tanto en la derrota como en la victoria.
No entenderán que ser un campeón no consiste en levantar un trofeo o en quedar los primeros.
No entenderán por qué no fiamos nuestra felicidad ni a cuentos ni a cuentas sino sólo a una pasión sin cláusula de rescisión ni fecha de caducidad.
No entenderán por qué hoy ni un solo atlético se va a acostar triste.
No entenderán que uno no nace ni se hace del Atlético: como las mejores parejas, es el Atleti el que te escoge porque no todo el mundo vale para ser de un equipo cuya única promesa consiste en hacerte sentir vivo.
No entenderán por qué una noche como ésta en la que hemos quedado eliminados de la Champions League y en la que un súbito y furioso diluvio ha cerrado las puertas de Europa al Vicente Calderón es ya, con toda seguridad, una de las más emocionantes, mágicas e inolvidables para los que tenemos el escudo del Atleti a ambos lados de la piel.
No entenderán que nos dan igual los resultados mientras no perdamos el orgullo. Y de eso, de orgullo, vamos sobrados. Especialmente tras noches como ésta en la que el impagable silencio de la hinchada blanca fue el mejor fondo para el aplauso más largo del mundo, uno que duró más de 92 minutos, uno a la altura de un equipo que, gane o pierda, sigue engrandeciendo su leyenda de la mano de un tal Cholo. ¡Aúpa Atleti! (¡Y forza Juve!).
No hay comentarios:
Publicar un comentario