El pasado martes gente que perdió la educación, la elegancia, la humildad y la honorabilidad junto con el cordón umbilical nos preguntaba en un tifo a los colchoneros qué se siente. Harían bien esos individuos en ver la segunda parte del Atlético - Éibar para tener una vaga idea de lo que se siente al ser del Atleti: el inmenso orgullo de pertenecer a un equipo al que nadie nunca le ha regalado nada, un equipo que se levanta siempre que cae, un equipo que jugará mejor o peor pero siempre estará compitiendo contra todos los elementos, un equipo que irá una y otra vez contra lo imposible hasta conseguir lo inolvidable, un equipo que pase lo que pase siempre tendrá a una afición dispuesta a llevarlo en volandas, un equipo que ante la adversidad le echa coraje y corazón porque el Atleti no es un club hecho para las calculadoras sino para los corazones.
Como decía, harían bien en ver esas personas de camiseta blanca y alma negra en ver la segunda parte del partido contra el Éibar en la que el Atleti convirtió un partido con pinta de inquietante despropósito en otro partido bastante distinto que acabó de forma memorable. Y lo hizo sin brillo pero con alma, con mucha alma; sin hacer un juego extraordinario ni mucho menos pero echándole orgullo, el orgullo que lleva a un central como Godín a correr la banda como un lateral y centrar como un mediapunta un balón que Saúl mandó al fondo de la portería vasca, el orgullo que permitió aguantar como gladiadores las embestidas del Éibar, el orgullo de darlo todo cuando ya no te queda nada, el orgullo de ser un equipo que encarna todo lo contrario de lo que representan clubs como el Real Madrid, porque, las cosas como son, hay más grandeza en el sudor de la camiseta rojiblanca de Saúl Ñíguez que en todas las vitrinas del Santiago Bernabéu.
La mediocre primera parte fue la típica en la que no sabes si el vaso está medio lleno o medio vacío. La segunda despejó las dudas: medio lleno. Por desgracia para el Atleti y su afición y el fútbol en general el árbitro Fernández Borbalán, quien es al arbitraje lo que el ébola a la salud, decidió que también la segunda mitad era un buen momento para lograr que todo un estadio se acordara de su señora madre y ancestros varios montando un show que acabó con Godín expulsado (como extraña compensación por no haber expulsado antes a Filipe Luis) y el Vicente Calderón con ganas de obsequiar al pésimo colegiado con un dos de mayo. Por suerte, el tensísimo y desagradable epílogo concluyó para dar paso a algo que es puro y simple Atleti: en los marcadores apareció un mensaje "no lo pueden entender" mientras en las gradas la inmensa mayoría de aficionados nos quedamos aplaudiendo y cantando y animando al equipo como si no hubiera un mañana y...entonces la plantilla al completo del Atlético volvió al césped y dio una vuelta al campo demostrando a todo el mundo por qué ciertos vecinos no pueden ni podrán entendernos a los atléticos. Y es que el Atlético de Madrid es una familia, no un matrimonio de conveniencia...¡Aúpa Atleti!
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