El Real Madrid ganó el partido y el Atlético de Madrid lo perdió. Uno puso todo para llevarse la victoria y otro puso todo de su parte para llevarse un revolcón y tres cornadas. En los locales, todos hicieron lo que se espera de ellos; en los visitantes, Griezmann y Oblak fueron los únicos en estar a la altura que la competición, la afición (bravo por esos 4000 valientes que fueron al Bernabéu) y la propia leyenda exigen. Tan sencillo como eso. Tan simple como que sin actitud, sin convicción, sin coraje, sin compromiso, sin carácter el Atleti deja desnudas las suficientes carencias para recordar que lo que ha hecho y hace el Cholo con esta plantilla está más cerca del milagro que de la lógica. Pero en una noche en la que hasta Simeone se equivocó no hay hueco para las excusas: ni bajas ni fatiga ni ayudas arbitrales ni mala suerte. Anoche Santa Bárbara tronó y todo el decálogo del Cholismo se desvaneció como si estuviera escrito en vao. En resumen: el Atleti hizo justo lo que esperaban esos malnacidos madridistas restregando el recuerdo de Lisboa y Milán: ponérselo inauditamente fácil a un equipo que es pura pegada firmando una tragedia con sabor a ridículo. Fin de las perogrulladas dolorosas.
Dicho esto, a mí lo que más me duele de lo de anoche no fue el qué (la derrota) ni el cuánto (3-0) sino el cómo (dejando al himno y a la afición huérfanos de argumentos). No obstante, no voy a participar ahora en esos aquelarres que nacen al calor de la derrota donde participan hinchas cabreados y trolls oportunistas. Las notas, las facturas y los ajustes de cuentas, por muy merecidos o no que sean, a final de temporada, nunca antes. Pero respeto a quienes quieran dedicar el tiempo a ensañarse con el equipo y/o el entrenador y/o los dirigentes. Tampoco voy a participar en esas guerrillas ilusionadas que no dejan que la realidad les estropee un sueño. El optimismo sólo beneficia a quienes escriben lucrativos libros sobre memeces como el pensamiento positivo. Pero respeto a quienes quieran dedicar el tiempo viendo portentosos jugadores donde no los hay (salvo contadas excepciones) o pensando que esto es una película de Disney donde el "happy end" es obligado. Yo a lo único que voy a dedicar el tiempo es a desear que el próximo miércoles el Atleti honre al Calderón dando la cara como los espartanos en las Termópilas, que acaben el partido con el escudo o sobre él me es igual con tal de que, si esta es la última carga de esta legendaria tropa, sea gloriosa. Los jugadores lo tienen fácil: basta con que recuerden y demuestren todos y cada uno de los motivos por los que cientos de miles de atléticos en todo el mundo les estamos agradecidos ya para siempre. Me es igual el resultado o si pasamos o no la eliminatoria. Lo único que quiero es sentirme orgulloso.
Dicho esto, a mí lo que más me duele de lo de anoche no fue el qué (la derrota) ni el cuánto (3-0) sino el cómo (dejando al himno y a la afición huérfanos de argumentos). No obstante, no voy a participar ahora en esos aquelarres que nacen al calor de la derrota donde participan hinchas cabreados y trolls oportunistas. Las notas, las facturas y los ajustes de cuentas, por muy merecidos o no que sean, a final de temporada, nunca antes. Pero respeto a quienes quieran dedicar el tiempo a ensañarse con el equipo y/o el entrenador y/o los dirigentes. Tampoco voy a participar en esas guerrillas ilusionadas que no dejan que la realidad les estropee un sueño. El optimismo sólo beneficia a quienes escriben lucrativos libros sobre memeces como el pensamiento positivo. Pero respeto a quienes quieran dedicar el tiempo viendo portentosos jugadores donde no los hay (salvo contadas excepciones) o pensando que esto es una película de Disney donde el "happy end" es obligado. Yo a lo único que voy a dedicar el tiempo es a desear que el próximo miércoles el Atleti honre al Calderón dando la cara como los espartanos en las Termópilas, que acaben el partido con el escudo o sobre él me es igual con tal de que, si esta es la última carga de esta legendaria tropa, sea gloriosa. Los jugadores lo tienen fácil: basta con que recuerden y demuestren todos y cada uno de los motivos por los que cientos de miles de atléticos en todo el mundo les estamos agradecidos ya para siempre. Me es igual el resultado o si pasamos o no la eliminatoria. Lo único que quiero es sentirme orgulloso.
Por mi parte, el próximo miércoles estaré en la grada, dejándome la garganta y el alma animando al equipo, porque ser del Atleti no es una afición, es una forma de ser y estar en la vida y de afrontar las cosas. Por eso, hoy, el día después de que un mal sueño se hiciera realidad en el peor momento, en el peor escenario y ante el peor rival, yo sólo puedo y quiero decir una cosa: ¡Aúpa Atleti!
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