lunes, 15 de mayo de 2017

Aniversario de unas cenizas

Hace no muchos años, en Madrid, en tal fecha como hoy, el grito "¡Que no, que no, que no nos representan!" fue pólvora en un reguero de gargantas que florecieron indignadas entre el cadáver de la paciencia. Y muchos entonces soñamos con ver en aquello no sólo nuestra particular versión del francés mayo del 68 sino el comienzo de un tiempo nuevo. Un pasar de página deseando enamorarnos del siguiente capítulo sólo por despecho con el anterior. Y en esos días que hoy nos quedan más lejos  que un recuerdo el mundo entero vio cómo la Puerta del Sol se convirtió en un invernadero estrafalario y febril en el que cultivar sueños variopintos hasta la contradicción, en un acelerador de partículas ilusionadas espoleadas por el hartazgo de la decepción, en un hervidero mestizo de gentes e ideas dispuestas a cambiarlo todo para hacer presente el futuro, en el último reducto de la dignidad en los tiempos de la desesperación.
De todo aquello han pasado menos años (seis) que decepciones. Ni siquiera el placebo cosmético del gatopardismo ha hecho acto de presencia en este viaje sin paradas desde las nubes hasta el suelo. Lo viejo sigue siendo y estando y lo nuevo no está y queda la duda de si alguna vez fue. El PP es el epítome de la putrefacción política y democrática, el PSOE es un holograma al que no le llueve maná en el desierto, Ciudadanos es el tonto útil y fotogénico del bipartidismo y Podemos no es más nuevo ni mejor que el infame Frente Popular de 1936.

La esperanza en la regeneración es un suflé desinflado y rancio que sólo alimenta tertulias de moscas sin nada mejor que hacer que escudriñar lo que es más pasado que presente. Y es que los nuevos partidos, los autoproclamados estandartes de esa España insumisa ante la tiranía del despropósito, los políticos recién acuñados que prometieron el fuego sagrado, los chamanes que iban a traer a este erial la lluvia en forma de buenas nuevas han quedado desnudados de palabrería, dejando a la vista que ni buenas ni nuevas sino todo lo contrario. Los flautistas de Hamelin apenas tienen quien les siga porque su melodía suena a más de lo mismo que muchos no queremos volver a oír.

Hoy todos los partidos (viejos y viejóvenes) han cruzado el Rubicón del descrédito y ya no les queda más salida que repetir ad aeternum su papel en esta farsa inverosímil que tiene en el Congreso su mejor escenario, en los medios de comunicación su clac más interesada y en sus votantes unos diligentes sicarios con los que contar para meter por la rendija de una urna más plomo en el vejado cadáver de la democracia.

Hoy los que esperábamos la primavera aquel quince eme estamos resguardados en un palacio de invierno que se levanta como una lápida sobre las promesas rotas, los sueños abortados y los deseos envenenados de realidad, de esa realidad que por dolernos tanto y durante tanto tiempo ya casi no parece doler.

Hoy la infamia sigue dando el do de pecho. Hoy la vergüenza sigue ollando cumbres insospechadas. Hoy España es la Casa Usher. Hoy todo es disparate, astracanada y esperpento. Hoy no es mejor que ayer. Hoy siguen sin representarnos. Por eso, hoy, en el aniversario del 15-M, todo suena a réquiem porque sobre las cenizas de aquel inesperado alzamiento cívico caminamos hacia la nada.   
 

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