sábado, 7 de noviembre de 2015

Cuestión de Educación

En las últimas semanas, ronda en los medios de comunicación el manido y bochornoso asunto de la Educación en España, a cuenta de majaderías varias como el estúpido debate de qué hacer con la asignatura de religión (católica) o la no menos soplapollesca propuesta de valorar a los profesores por buenos o malos. Que estas paridas sean las que refresquen la polémica dice mucho de lo mal que se afronta un problema real, continuado, preocupante y con visos no sólo ya de ser generacional (que lo es) sino endémico y estructural

Como ya en su día analicé este mismo tema en profundidad, intentaré no extenderme demasiado. En mi opinión, la clave del despropósito no está en una asignatura ni en la calidad del profesorado tanto como en la concepción, en fondo y forma, de la Educación de los escolares. En ese sentido, mejor sería preguntarse por qué, para qué y cómo antes que meterse en fregados que llevan a muchos titulares y ninguna parte. La Educación hoy en día está concebida no para formar sino para adoctrinar, no para habilitar sino para moldear, no para aprender sino para superar trámites de una forma casi burocrática que, a la hora de la verdad, no garantizan nada, tal y como está el patio. Yo no digo que hagamos con la Grecia clásica, que concebían la formación del individuo mediante la paideia, que, dicho resumidamente, ofrecía al niño un selecto compendio de saberes intelectuales y técnicos gracias al cual podría convertirse en alguien de provecho dedicándose a aquello que
mejor supiera hacer. Implantar la paideia hoy sería tan deseable como imposible por la concepción que se tiene actualmente del concepto de "sociedad", "individuo", "saber", "trabajo", etc. Lo que sí digo es que habría que revisar por completo un sistema que se limita a cumplir el expediente (en todos los sentidos), que sirve conocimientos de garrafón, que se orienta y vertebra en torno a un discutible criterio de practicidad, que menosprecia con saña todo lo etiquetable como "Humanidades", que no estimula el pensamiento sino que lo dirige, que no despierta la curiosidad sino que sodomiza la atención, que sólo entiende por cultura lo que diga el Gobierno de turno, que se preocupa más de lo cuantificable que de lo cualificable, que se deja marear por la corrección política y el buenismo pedagógico, que prefiere igualar por abajo y no por arriba, que no diferencia entre materias ni personas, que comete el error de creer que todos pueden hacer todo, que en lugar de ver seres humanos ven recipientes a rellenar con "aquello que ponga el currículo de turno" y tira millas, que está concebido como una factoría dedicada a la producción en serie de gente homogeneizada y gregaria. Claro que un sistema así sería impensable en un país en el que existen un Congreso de los Diputados convertido en una
constante declaración de amor a la vergüenza ajena, un Telecinco desviviéndose en aupar, jalear y forrar a los más impresentables de su generación (también llamados "tronistas", "grandeshermanos", "colaboradores", etc), un Estado que penaliza fiscalmente el acceso a la cultura, una televisión pública que ha renunciado a su papel docente, una sociedad en la que se ha desvirtuado el sentido y el significado de "cultura", "arte" o "creatividad", un mercado editorial en el que parece que lo mismo da Juana que su hermana, una conciliación entre la vida profesional y laboral que convierte a los hijos en un sudoku... 


¿Qué sistema sería aconsejable? Para empezar, uno en el que existiera una armonía entre las materias y las asignaturas de forma que cada alumno reciba la formación adecuada no sólo para saber estar en el mundo sino también para saber ser. Para
continuar, uno en el que lo intelectual, lo físico y lo técnico convivan teniendo el mismo respeto y consideración por quienes enseñan y quienes son enseñados. Para seguir, uno en el que no meta la zarpa el político, el pedadogo, el psicólogo, el obispo o el iluminado de turno. Y para acabar, uno que no se preocupe tanto de qué clase de votantes o trabajadores formar sino de qué tipo de persona saldrá ahí fuera cuando acabe su travesía académica.

Una vez conseguido eso, ya sería el momento para hablar de debates como los que comentaba al principio del artículo. En lo referente a la asignatura de religión, me parece más necesario (y constitucionalmente coherente) que los niños aprendan correctamente filosofía para así elegir con libertad y criterio en qué creen y por qué. Y respecto a lo de distinguir a "profesores buenos" y "profesores malos" como garantía de no se sabe muy bien qué...Sencillamente, de lo que hay que preocuparse es de que el profesor esté bien formado, bien respetado y bien motivado; todo lo demás son marinadas mentales. 

Cambiar todo esto es muy difícil, básicamente porque "no interesa" a quienes deben cambiarlo, pero no por ello hay que dejar de pretenderlo y, mientras tanto, seguir disfrutando de esos pequeños focos de resistencia contra el disparate y la mediocridad, "partisanos del conocimiento" que ya sea individualmente en centros ordinarios o colectivamente en escuelas extraordinarias busquen y ofrezcan otra forma de aprender.

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