La tormenta emborronaba la ciudad convirtiéndola en una burda acuarela. La gente aún expuesta a la lluvia corría a refugiarse en medio de una esquizofrenia de paraguas, los coches bautizaban rítmicamente las aceras con agua estancada, las fachadas se llenaban de voyeurs de aquella ducha furiosa y las apps discutían si el tiempo previsto era poco nuboso o despejado. Abrió la ventana al gris, cerró los ojos y dejó que el mundo se redujera al siseo del aguacero estrellándose contra el suelo,a los aullidos de los árboles azotados por el viento, al bramido del cielo desgarrado por los relámpagos, al olor germinal de la tierra enfangada, al frío escupiéndole su pureza a la cara, a los relojes yéndose alcantarilla abajo, a los calendarios deshaciéndose en papel mojado, a la esperanza desangrándose en ceniza, al llanto musitado de mejillas rotas, al grito histérico de la vida dándole un portazo. Cerró la ventana. Se colocó el traje que ella le regaló hacía años. Se repeinó las canas con las manos temblando por el miedo más que por la edad. Se abrochó los zapatos cuarteados. Se puso el abrigo. Se guardó en el bosillo la disculpa que había tardado en escribir una noche y cuatro líneas. Y salió dejando atrás el paragüas y una casa aún por pagar.
Cuando el cielo reconquistó el azul, la tormentaba ya se lo había llevado.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario