¿Se puede cambiar el mundo? Sí ¿Permanentemente?
No. ¿Globalmente? No. ¿Simultáneamente? No ¿Uniformemente? No. ¿Previsiblemente?
No. Por tanto, ese “sí” es una afirmación llena de negaciones, de
imposibilidades. Y lo es porque el devenir de la Humanidad ha demostrado que el
mundo entendido como sociedad planetaria, como sistema humano, como organismo
social está sujeto a la dinámica de acción y reacción que rige la física o a la
dialéctica entre tesis y antítesis que vertebra el pensamiento, con el
agravante de que, en el mundo, especialmente en la actualidad, están constante
y simultáneamente activos miles de procesos que inciden unos sobre otros y bajo
circunstancias muy dispares, lo cual hace bastante cuestionables las posibilidades
de lograr un cambio suficientemente estable en el tiempo y en el espacio como
para que tenga éxito. Cambiar el mundo obedece así a una voluntad de imponerse
sobre lo inasible e imprevisible y, por tanto, destinada al fracaso, al menos entendido
en los términos con los que se diseña y persigue ese objetivo de cambio. Pero,
además, cambiar el mundo obedece a una visión del mismo que, aunque sea de
forma inconsciente, menosprecia o ignora al otro o a la visión de los otros en
favor de la cosmovisión individual y, por tanto, igualmente fallida.
A lo largo de la Historia, se ha
intentado cambiar el mundo partiendo de diferentes concepciones del mismo,
alegando diversas motivaciones y empleando distintas maneras. Se ha intentado
cambiar el mundo concibiéndolo como escenario y catalizador de la culminación
de una polis o de una nación o de una clase o del propio individuo en sí mismo
considerado. Se ha intentado cambiar el mundo apostando por la paideia, por la
ley o por la lucha. Se ha intentado cambiar el mundo mediante una regulación
compleja y rígida o mediante una legislación simple y laxa. Se ha intentado
cambiar el mundo desde la acción individual y desde la acción colectiva. Se ha
intentado cambiar el mundo creyendo que el bien individual y el colectivo son
compatibles o bien pensando que la sociedad y quienes la integran son un buffet libre al servicio de las
apetencias y objetivos individuales. Se ha intentado cambiar el mundo desde la
cohesión y desde el apartamiento. Se ha intentado cambiar el mundo desde la
transformación y desde la ruptura. Se ha intentado cambiar el mundo desde la
imposición y desde la persuasión. Se ha intentado cambiar el mundo desde
planteamientos filosóficos, políticos, económicos, religiosos y psicológicos. Se
ha intentado cambiar el mundo de muchas maneras, desde muchos lugares y en
muchos momentos y el mundo siempre ha seguido su propio camino, sin cerrar la
puerta a la sorpresa, dejando en papel mojado todo tipo de cuadrículas y
planteamientos. En ese sentido, se puede decir que el mundo en que vivimos se comporta, desde siempre pero especialmente en nuestra época, como lo haría un péndulo de Newton.
Quizás ello se deba a que basta
una sola persona para iniciar el desmoronamiento de todo un sistema o
planteamiento; a que siempre habrá alguien dispuesto a ir en contra de lo que
diga otro o que vea beneficio en ir contracorriente o que se sienta atraído por
hacer lo contrario, lo alternativo, lo prohibido. O a que somos tan propensos a
la aplicación de esquemas y a la búsqueda de panaceas que acabamos por ignorar
fenómenos como el “efecto mariposa” o el “cisne negro”. O, tal vez, a que,
queriendo cambiar el mundo, es el mundo el que acaba por cambiarnos y entonces
ya no es momento de ofrecer respuestas sino de buscar nuevas preguntas.
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