lunes, 23 de noviembre de 2015

¿Se puede cambiar el mundo?

¿Se puede cambiar el mundo? Sí ¿Permanentemente? No. ¿Globalmente? No. ¿Simultáneamente? No ¿Uniformemente? No. ¿Previsiblemente? No. Por tanto, ese “sí” es una afirmación llena de negaciones, de imposibilidades. Y lo es porque el devenir de la Humanidad ha demostrado que el mundo entendido como sociedad planetaria, como sistema humano, como organismo social está sujeto a la dinámica de acción y reacción que rige la física o a la dialéctica entre tesis y antítesis que vertebra el pensamiento, con el agravante de que, en el mundo, especialmente en la actualidad, están constante y simultáneamente activos miles de procesos que inciden unos sobre otros y bajo circunstancias muy dispares, lo cual hace bastante cuestionables las posibilidades de lograr un cambio suficientemente estable en el tiempo y en el espacio como para que tenga éxito. Cambiar el mundo obedece así a una voluntad de imponerse sobre lo inasible e imprevisible y, por tanto, destinada al fracaso, al menos entendido en los términos con los que se diseña y persigue ese objetivo de cambio. Pero, además, cambiar el mundo obedece a una visión del mismo que, aunque sea de forma inconsciente, menosprecia o ignora al otro o a la visión de los otros en favor de la cosmovisión individual y, por tanto, igualmente fallida. 

A lo largo de la Historia, se ha intentado cambiar el mundo partiendo de diferentes concepciones del mismo, alegando diversas motivaciones y empleando distintas maneras. Se ha intentado cambiar el mundo concibiéndolo como escenario y catalizador de la culminación de una polis o de una nación o de una clase o del propio individuo en sí mismo considerado. Se ha intentado cambiar el mundo apostando por la paideia, por la ley o por la lucha. Se ha intentado cambiar el mundo mediante una regulación compleja y rígida o mediante una legislación simple y laxa. Se ha intentado cambiar el mundo desde la acción individual y desde la acción colectiva. Se ha intentado cambiar el mundo creyendo que el bien individual y el colectivo son compatibles o bien pensando que la sociedad y quienes la integran son un buffet libre al servicio de las apetencias y objetivos individuales. Se ha intentado cambiar el mundo desde la cohesión y desde el apartamiento. Se ha intentado cambiar el mundo desde la transformación y desde la ruptura. Se ha intentado cambiar el mundo desde la imposición y desde la persuasión. Se ha intentado cambiar el mundo desde planteamientos filosóficos, políticos, económicos, religiosos y psicológicos. Se ha intentado cambiar el mundo de muchas maneras, desde muchos lugares y en muchos momentos y el mundo siempre ha seguido su propio camino, sin cerrar la puerta a la sorpresa, dejando en papel mojado todo tipo de cuadrículas y planteamientos. En ese sentido, se puede decir que el mundo en que vivimos se comporta, desde siempre pero especialmente en nuestra época, como lo haría un péndulo de Newton.

Quizás ello se deba a que basta una sola persona para iniciar el desmoronamiento de todo un sistema o planteamiento; a que siempre habrá alguien dispuesto a ir en contra de lo que diga otro o que vea beneficio en ir contracorriente o que se sienta atraído por hacer lo contrario, lo alternativo, lo prohibido. O a que somos tan propensos a la aplicación de esquemas y a la búsqueda de panaceas que acabamos por ignorar fenómenos como el “efecto mariposa” o el “cisne negro”. O, tal vez, a que, queriendo cambiar el mundo, es el mundo el que acaba por cambiarnos y entonces ya no es momento de ofrecer respuestas sino de buscar nuevas preguntas.

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