Hace escasos días se ha inaugurado en Madrid la exposición Titanic, the exhibition. La muestra, de carácter internacional y albergada hasta el próximo marzo en el Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa, está dando bastante que hablar no sólo por el magnetismo intrínseco de todo lo que rodea al citado barco (que se lo digan a James Cameron) sino por el éxito de público que está cosechando estos días en forma de largas colas, entradas agotadas, etc. Un éxito más que justificado ya que, además del colosal potencial de lo histórico, esta exposición, aun siendo mejorable (como todo en esta vida), está organizada con un excelente criterio y es asequible en todos los sentidos, completa en fondo y forma y muy satisfactoria. Pero, por encima incluso de todo esto, el gran mérito de la exhibición es que resulta francamente emocionante en lo humano, al hacer visibles algunas de las historias dentro de la historia; esas historias perdidas en la polvareda de los datos y la crónica de brocha gorda; esas historias que nos hablan de personas reales asociadas para siempre a la tragedia del Titanic por cómo murieron o cómo sobrevivieron en aquella fatídica noche; esas historias con las que no cuesta nada conectar gracias a la eficaz combinación de reseña biográfica, fotografías y objetos personales. De ahí que no sean pocos los momentos en los que el escalofrío o la lágrima puede aparecer por sorpresa fuera del guión de la audioguía.
Se dice que el Titanic es desde su terrible hundimiento un barco mítico. Y es cierto que algo de mítico tiene pues es relativamente fácil ver reflejados en su tremenda peripecia los ecos de mitos tan antiguos y universales como los de Prometeo, Ícaro o Aquiles. Pero, aun siendo esto verdad, lo verdaderamente conmovedor de todo lo relacionado con el Titanic es su capacidad para sintetizar en unos hechos objetivos y concretos algo tan
universal como la contradictoria condición humana, esa que oscila entre la vida y la muerte, la bondad y la vileza, la suerte y la desgracia, la realidad y el deseo, la valentía y la cobardía, el altruismo y el egoísmo, la templanza y la locura, la lealtad y la traición, la responsabilidad y la despreocupación, la lucidez y la estupidez, lo racional y lo irracional...Quizás, parte del descomunal atractivo que aún conserva el Titanic se debe a que, en esencia, no deja de ser un colosal "memento mori" pronunciado en un grito que desgarra los límites de lo geográfico y lo temporal. O tal vez se deba simplemente a que nos recuerda de una forma rotunda y estremecedora de qué somos capaces en una situación límite, para bien o para mal. De ahí lo acertado de esta exposición al conceder la misma importancia a lo más personal y "anónimo" que la prestada a lo más histórico y conocido.
En definitiva, Titanic, the exhibition es una exposición francamente buena y muy recomendable porque, más allá de saciar suficientemente la curiosidad o el interés que pueden suscitar los hechos y los datos, la muestra nos deja sensaciones y enseñanzas que no debemos dejar olvidadas en el fondo de ningún océano.
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