Anoche Jordi Évole y su Salvados volvieron a demostrar por qué es importante que programas así se hagan en televisión, aunque sea en cadenas privadas. Porque, dejando a un lado que innegablemente en ocasiones pinche en hueso (como por ejemplo, el programa dedicado al Colegio del Pilar), Évole tiene la sana costumbre de ofrecer al espectador un producto de impecable forma (siempre) e interesante fondo (casi siempre); un programa que, sin ser periodístico (ni pretenderlo, ojo), sí se parece mucho a lo que tiene que aspirar el periodismo: decir, contar, denunciar y mostrar.
Anoche, como digo, fue una de esas ocasiones en las que ponerse frente al televisor fue un auténtico gustazo, aunque lo que te muestre la pantalla sea poco o nada agradable, festivo o divertido, como fue el caso. El Salvados sobre Jánovas fue un programa que repugnaba por lo que se decía y conmovía por cómo y quién lo contaba. Al verlo, no pude evitar tener la misma sensación que al leer a grandes narradores nuestros como Rafael Chirbes o Julio Llamazares, maestros a la hora de tomar como base un suceso "anónimo" y muy concreto en lo geográfico y cronológico para elaborar una radiografía de España y los españoles tan descarnada y vigente que siempre merece la pena aunque duela. Así, la trágica vergüenza del "no pantano" de Jánovas y sus dramáticas consecuencias para los lugareños entronca directamente con novelas
de Llamazares como La lluvia amarilla o Distintas formas de mirar el agua y de Chirbes como La buena letra o En la orilla.
De todos modos, el programa de ayer, es decir, el programón de anoche no tuvo su mejor virtud en lo que denunciaba: por desgracia en este país, llueve sobre mojado a la hora de hablar de la asquerosa desvergüenza de políticos y empresarios de todo pelaje, época o lugar. Si acaso, podría servir para comprobar que ya en el Franquismo existía el "capitalismo de amiguetes", o lo que es lo mismo: el gentuceo en las altas esferas, el mamoneo entre los intocables, el menudeo de favores entre los poderosos, el mamporrerismo entre los que tienen el poder político y los que ostentan la soberanía económica...aunque, siendo rigurosos, ese infame trapicheo existe desde los tiempos del "Aula Regia".
Para mí, lo más acertado del último Salvados fue mostrar la habilidad y la sensibilidad necesarias para saber qué contar, qué decir y cómo hacerlo. Así, el excelente programa de ayer sirvió para convertir a Jánovas y su pantano fantasma en un remedo español del retrato de Dorian Gray en el que se pueden ver reflejados los principales males y disparates que han caracterizado la vida pública de España desde hace décadas. Un retrato que se hace difícil de mirar pero que no hay que olvidar si queremos llegar a ser algún día un país enteramente civilizado en lo ético porque el de Jánovas es un pantano que no existe pero en el que se ahogaron la
alegría, la tranquilidad, el porvenir y los derechos de demasiadas personas. El de
Jánovas es un pantano que no existe pero en cuya superficie flotan como
cadáveres putrefactos la honradez política, la ética empresarial y la deontología profesional de muchos medios de comunicación. Pero además, y
quizás lo más importante y valioso de todo, es que el de Jánovas es un
pantano que no existe pero en cuyas aguas se alza desafiante la dignidad insumergible de las personas, ésas que saben llorar; que saben
apretar los dientes; que saben levantarse tras ser derribados pero que
no saben agachar la cabeza ni poner rodilla en tierra; que engrandecen
su derrota mientras otros envilecen su victoria; que sostienen en silencio a un
país más que miles de datos macroeconómicos, gráficos al alza y discursos triunfalistas. Héroes cuya única aspiración es poder disfrutar de una vida tranquila y digna. Personas que no tienen un Homero que les cante pero sí un Évole que los entreviste. Por eso, en mi opinión, lo mejor del Salvados de anoche no fue mostrar gentuza por la que sentir asco sino sacar del anonimato a gente por la que sentir una profunda, honesta y absoluta admiración.
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