jueves, 2 de febrero de 2017

Obviedades

La fuerza de la gravedad, la belleza de Charlize Theron, el sabor de la Mahou, la salida del sol por levante, el tupé de Trump...La vida está llena de obviedades que escapan a cualquier duda. La calidad del Barça es una. El pésimo nivel arbitral en el fútbol español, otra. Pero el orgullo del Atlético de Madrid es una de las obviedades más indiscutibles.
 

La ida de las semifinales de Copa dejó dos partidos y un escándalo. La primera parte fue una autopsia en tiempo real con el Atleti en el papel de cadáver involuntario porque, las cosas como son, al Atleti de la primera parte le sobró actitud (al menos a bastantes jugadores rojiblancos...) y le faltó todo lo demás, lo cual fue aprovechado por un Barça ramplón para adelantarse dos veces: no hay pirañas veganas. La segunda parte fue una historia totalmente diferente y memorable: la de un equipo que hizo honor a la letra de su himno y, liderado por un extraordinario Fernando Torres, vapuleó a los visitantes como si la charla en el descanso la hubiera dado Don Luis Aragonés, de cuya muerte se cumplía el tercer aniversario. Cómo el Atleti mutó de Kiko Rivera en Bruce Springsteen es uno de esos estrafalarios y deliciosos milagros que se dan a orillas del Manzanares. Si el partido no acabó como esos épicos combates de Rocky Balboa fue sólo por dos motivos: la mala suerte local de cara a puerta (se hace crowdfunding para pagar la terapia a Gameiro) y la aparición de un hombre de negro. Hay muchas películas de terror que dan menos miedo que el nivel de los árbitros españoles, al menos en lo que a fútbol se refiere. Uno puede aceptar que la Escuela Culé de Arte Dramático (Neymar, Piqué, Alba...) induzca al error  o que alguien tenga un mal día en el trabajo (Godín, por ejemplo, lo tuvo anoche) pero lo de este árbitro en la segunda parte fue comparable a plantarse en un jardín de infancia, despelotarse y ponerse a bailar "La Macarena". Fue incluso peor que "lo que ocurrió contra el Circo de Variedades Florentino Pérez". Quizá la palabra "atraco" sea un tanto desmedida, ventajista y victimista pero "escándalo" sí encaja bastante bien con la realidad. Culpar al árbitro de la derrota es una estupidez igual que ignorar la incidencia de la actuación arbitral en el partido, al menos en lo que respecta a los últimos cuarenta y cinco minutos.

Pero este no es un artículo sobre un hombre que eligió mal momento para salir del armario de la imbecilidad. Tampoco es un artículo sobre un partido que el Barcelona no mereció ganar ni el Atlético perder. Este es un artículo sobre eso que demostró el Atlético en la segunda parte a pesar del adverso resultado, del potencial del rival, de los desesperantes fallos propios y de los insultantes errores del árbitro. Sobre eso que demostró la afición convirtiendo al Calderón en un enorme y estremecedor rugido durante noventa minutos. Sobre eso que hizo que jugadores y espectadores se quedaran después del final del partido para aplaudirse mutuamente. Honra. Dignidad. Honor. Orgullo.

Y es que puede que la eliminatoria copera tenga ahora un nivel de dificultad que ni el Dark Souls pero la gran verdad, la gran obviedad de la noche fue que el Atleti está hecho de la misma pasta que aquellos trescientos espartanos que decidieron luchar a la sombra cuando las flechas enemigas oscurecían el sol. De esto no dirán nada mañana toda esa prensa polarizada y bufandera que acecha en quioscos, radios y televisores...ni falta que hace.

Las rachas acaban, los ciclos se alternan, las condiciones físicas decaen, las carreras finalizan, los nombres varían, los escudos se rediseñan, los estadios cambian pero el orgullo rojiblanco siempre permanece. ¡Aúpa Atleti!

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