Pasaron unos segundos hasta que tomé conciencia de que todo había
terminado, de que el viaje había llegado a su fin, de que ya no habría más. Mientras, el silencio y las emociones y los pensamientos.
Recientemente he terminado de ver la serie Battlestar Galáctica, de un
tirón, todas sus temporadas, todos sus episodios, condensando así en
pocas semanas una producción que se emitió entre 2004 y 2009. Lo que
sentí al concluir su (extraordinario) último capítulo se podría resumir
con alguna onomatopeya o exclamación malsonante, pero me es muy
complicado encontrar palabras que se ajusten de forma precisa y concisa a
todo lo que me pasó por dentro mientras desfilaban los créditos
finales. Quizás la palabra que mejor se adapte sea: "serión", porque lo cierto es que este reboot de la setentera serie homónima no sólo supera a la original con creces (la deja como un
entrañable show a medio camino entre lo cutre y lo kitsch) sino que es
de tal magnitud que para mí sólo tiene parangón con las colosales Star Wars en el ámbito cinematográfico y Mass effect en el campo de los
videojuegos. En el mundo de las series, no hay otra en su género y muy
pocas en los demás que alcancen esa excelencia, esa perfecta y extraña
redondez que logra BSG. Por eso no extraña tampoco que esta fuera una de las primeras series en tener un éxito transmedia como el que hoy tienen por ejemplo Juego de Tronos o The Walking Dead.
Battlestar Galáctica es, grosso modo, una epopeya de frontera (si es que es posible hablar de frontera estando el cosmos por medio) que se va desarrollando en un constante contexto emocional y psicológico de situación límite, en una atmósfera de amenaza latente o patente que llena de tensión argumental y humana los equilibrios al borde del abismo de una Humanidad que ha perdido pie por culpa de una creación suya que aspira a reemplazarla (matar al padre que diría aquél). Por eso, no sería descabellado establecer intersecciones entre BSG y obras tan dispares como la Anábasis de Jenofonte, el Frankenstein de Shelley, las Argonáuticas de Apolonio de Rodas, el Cantar del Grial de Troyes, el Blade Runner de Ridley Scott o los western de John Ford.
Battlestar Galáctica es, grosso modo, una epopeya de frontera (si es que es posible hablar de frontera estando el cosmos por medio) que se va desarrollando en un constante contexto emocional y psicológico de situación límite, en una atmósfera de amenaza latente o patente que llena de tensión argumental y humana los equilibrios al borde del abismo de una Humanidad que ha perdido pie por culpa de una creación suya que aspira a reemplazarla (matar al padre que diría aquél). Por eso, no sería descabellado establecer intersecciones entre BSG y obras tan dispares como la Anábasis de Jenofonte, el Frankenstein de Shelley, las Argonáuticas de Apolonio de Rodas, el Cantar del Grial de Troyes, el Blade Runner de Ridley Scott o los western de John Ford.
Una de las principales claves del éxito de Battlestar Galáctica consiste en quitar
toda la estridente parafernalia del género "space opera" y sustituirlo por un drama
profundamente humano (nada de extraterrestres) y verosímil que permite a
sus creadores plantear preguntas y abordar temas impensables en
despiporres tan icónicos como Star Trek o Flash Gordon. Así, BSG explora asuntos
tan interesantes como la interacción de los tres elementos
tradicionalmente vertebradores de una nación (las ideologías, las armas y
las creencias), la confrontación entre ciencia y religión, la
concepción de la identidad en tanto que singularidad, la deificación de
lo inexplicable como recurso para sostener lo explicable, los daños
colaterales de obedecer a la razón o al corazón, la aceptación del otro
como requisito para la asimilación del yo, la necesidad de estar abierto
a los cambios para no caer en la obsolescencia, la delgada línea que
separa conceptos tan relativos como "bueno" o "malo", la difícil
conjugación entre la realidad y el deseo, la identificación de valores
que trascienden al individuo como garantía de pervivencia de la
especie...
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Otro punto de interés aunque más "anecdótico" radica en las similitudes entre la Humanidad de las 12 Colonias y la nuestra: todo en los capricanos y compañía desde su vestimenta hasta sus edificios y creencias nos recuerda a nosotros aunque en la ficción de BSG la Tierra sea más un mito que otra cosa. Por eso, por ejemplo, resulta especialmente curioso que los Dioses de Kobol se correspondan con los de panteón griego o que las 12 Colonias evoquen en sus denominaciones a los signos zodiacales o que el almirante Adama tenga como pasatiempo una extraordinaria maqueta de un galeón o que los teléfonos y otros ingenios que vemos en la serie pertenezcan a nuestro imaginario tecnológico más vintage o que el politeísmo, el monoteísmo y el agnosticismo se solapen con la misma naturalidad en las estrellas que en la tierra. Esto, por cierto entronca con uno de los grandes misterios de nuestra especie: ¿cómo culturas distantes en lo cronológico y lo geográfico fueron capaces de desarrollar construcciones (piramidales) y creencias (politeistas) similares? Pero eso es otra historia.
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Todo esto casi basta para explicar por qué tuve esa reacción al concluir el último capítulo. El "casi" requiere para su eliminación ver la serie porque Battlestar Galáctica no es una serie más, ni siquiera una buena serie sino una de ésas que se ven muy de cuando en cuando: un auténtico serión. Por eso, por su calidad y singularidad, no me cabe duda de que, por muchos años que pasen, BSG tendrá siempre mucho futuro. ¡Eso decimos todos!
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