domingo, 11 de mayo de 2014

"La mujer de negro": Un viaje al corazón del miedo

Allá por 2007, escribí una reseña en este mismo blog sobre la hoy famosa La mujer de negro, obra de Stephen Mallatratt, a partir de la novela homónima de Susan Hill, que presenta al espectador al señor Arthur Kipps, un honorable abogado que alquila un teatro y contrata los servicios de un actor profesional para que le ayude a recrear un misterioso suceso que le ocurrió hace años...y hasta ahí puedo escribir.

Ahora, se ha reestrenado en España, de nuevo protagonizada por ese incontestable maestro de la escena llamado Emilio Gutiérrez Caba (en esta ocasión, también desempeñando las funciones de
director), quien, en este nuevo montaje, está brillantemente acompañado por el joven actor Ivan Massagué.

¿Por qué volver a escribir entonces sobre una obra que ya he vi y comenté en su día? Por las mismas razones por las que merece la pena (volver a) ver La mujer de negro
  • Porque es una obra que pretende y consigue algo enormemente difícil (y máxime en un escenario): inquietar al espectador. Y lo hace de manera especialmente hábil, es decir, sin recurrir o apelar al susto o grito fácil, sino a la tensión, a la sugestión, a la mente del espectador.
  • Porque es un creciente recital de dos actores que simplemente bordan sus papeles.
  • Porque es una pieza ejemplar a la hora de demostrar que cuando hay ingenio no hace falta mucho más.
  • Porque es una fantástica prueba de cómo la complicidad y la capacidad de sugestión del espectador convierten lo irreal en experiencia real.
  • Porque es un entretenidísimo juego de teatro dentro del teatro en el que realidad y ficción se alternan hasta
    (con)fundirse.
  • Porque, más allá de lo sobrenatural y lo fantástico, habla de cómo nuestras deficiencias a la hora de enfrentarnos al dolor y la pérdida pueden desencadenar males mayores o, mejor dicho, peores.
  • Porque esta historia de fantasmas es una buena forma de revisitar el elegante e inteligente "terror gótico", ese que antaño cultivaron maestros como Edgar Allan Poe o Henry James.
  • Y porque, en esencia, es un viaje al corazón del miedo, entendido éste como una reacción de nuestra mente ante lo imposible, lo desconocido, lo invisible, lo imprevisto, lo inexplicable o, simplemente, ante lo que nos supera de tal manera que nuestro papel queda reducido a víctima.
Por eso, no puedo más que recomendar esta obra y este montaje porque, aunque mejorable (yo, por ejemplo, eliminaría las proyecciones de imágenes), dignifica al teatro como arte y espectáculo y, además, no decepcionará ni a los espectadores más exigentes ni a aquellos que sean menos expertos o simpatizantes del arte dramático. Y es que ver La mujer de negro es, con todo merecimiento y en muchos sentidos, un plan de miedo.

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