Ser inoportuno va ligado con más frecuencia de la deseable a una carencia o deficiencia en lo que a capacidad de discernimiento se refiere. O, dicho en plata, si padeces de gilipollez (latente o rampante) es bastante probable que seas inoportuno.
Por otra parte, la demagogia (esa estrategia/técnica que ya los griegos pusieron a parir mucho antes de que España tuviera Congreso de los Diputados y tertulias televisadas) está vinculada a personas que aprovechan cualquier ocasión para ganar relevancia a costa de no decir nada que demuestre ingenio, honradez o un mínimo esfuerzo intelectual. O, dicho de otra forma, el demagogo es un oportunista con menos vergüenza aún que argumentos.
Por todo ello, ser un demagogo y además inoportuno te hace automáticamente formar parte de la crème de la crème del cubo de la basura oral o escrita. Son los que hacen leña del árbol caído, los que se suben al carro tarde, los que mezclan churras con merinas, los que quieren ser más papistas que el Papa, los que confunden la velocidad con el tocino, los inflacionistas de la economía verbal...hay muchas subespecies de demagogos inoportunos pero todas tienen en común ansiar un minuto de gloria o unos segundos de clac. Y no todo el mundo vale para eso. No. Hay que esforzarse. Currárselo. Tener la vocación de llegar a convertirte en una hemorroide de la palabra y no parar hasta conseguirlo. Mentalizarse para convertir cualquier ocasión para estar callado en un desliz vergonzoso: Parecer idiota y además demostrarlo sin complejos sólo está reservado para unos elegidos.
Normalmente, los demagogos inoportunos suelen darse con mayor frecuencia en casos en los que concurren afán de protagonismo, escasa valía mental y/o una desorientación ética de tomo y lomo. Casos en los que se suple con narcisismo y vedettismo todos los desperfectos intelectuales, éticos, morales, educativos y/o profesionales que tiene el sujeto en cuestión. En resumen: el demagogo inoportuno es un kamikaze verbal que cumple a rajatabla aquello de "Que hablen de ti, aunque sea mal" (Salvador Dalí
dixit) para alimentar un ego enorme lleno de nada (o de basura, según). Por eso no extraña que abunden en el campo de la política, en el que el poder, los votos y los aplausos nublan algo más que la vista a más de uno.
El problema está en que (salvo que te dirijas a una audiencia como la que babea viendo "Sálvame" o agita banderitas en mítines) el demagogo inoportuno queda en evidencia a la velocidad de la luz y consigue una discutible y fugaz notoriedad a costa de quedar para la posteridad como un cretino cuando no en un perfecto candidato para haberse quedado en aborto prematuro.
Ejemplos de demagogos inoportunos tenemos en España muchos (tantos que deberíamos considerar su exportación) y de todo pelaje y condición. Dos de esos ejemplos los hemos descubierto este año:
- El primero es un chaval de Izquierda Unida que manifestó a los cuatro vientos su alegría por la derogación de la doctrina Parot (que mantenía en la cárcel a gentuza de la peor condición). Olé.
- El segundo ejemplo lo encarna un perroflauta con ínfulas académicas y pretensiones políticas que recientemente ha comparado un asesinato a sangre fría con un suicidio. Olé y olé y olé.
Lo peor de esto es que los casos en los que un demagogo inoportuno deja de ser ambas cosas son tan marginales que habría que declararlos leyendas urbanas. Vamos que de retractarse de sus gilipolleces rien de rien: hasta el ridículo y más allá.
Así las cosas, lo mejor que se puede hacer ante un demagogo inoportuno, dado que es tarde para avisar a su padre de los beneficios de ponerse un condón, es dedicar el mínimo tiempo a descalificarlos por hacer de la libertad de expresión un cheque en blanco para idioteces. Con lo cual, mejor acabo ya el artículo no vaya a ser que a lo tonto esté dando relevancia a gente que, honestamente, no se merecen ni un segundo más de mi atención (ni de la de nadie medianamente normal).
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