Todos hemos tenido una etapa en nuestras vidas en la que, con muy poco y muy pequeño, podíamos vivir muchas grandes aventuras, dejando en papel mojado el tiempo y el espacio, saliéndonos al margen de la vida, permitiendo que nuestra imaginación se pusiera a los mandos, convirtiendo cualquier rincón en un teatro de lo imprevisible, transformándonos en creadores y protagonistas de lo impensable, renunciando al reglamento del tedio, haciendo que apenas bastaran unos minutos para alcanzar la más absoluta felicidad y despreocupación. Una etapa en la que soñar y jugar iban de la mano. Una etapa en la que cruzábamos la frontera entre la realidad y la ficción con la velocidad del parpadeo. Una etapa en la que lo grande cabía en lo pequeño. Una etapa llamada infancia donde, conforme van pasando los años, el recuerdo y el fetiche se confuden en objetos que unos afortunados aún conservan y otros los perdieron allí donde comienza la nostalgia.
Una etapa que, al igual que las posteriores, está señalada por
sus propias y numerosas marcas. En mi caso:Disney, Lego, Bandai, Mattel, Kenner, Hasbro...Pero, si hay una marca y un juguete especialmente vinculados a esos pequeños grandes años no hay duda posible: Playmobil. Y es que esos muñecos, los archifamosos "clicks", que este año cumplen su 40º aniversario, han acompañado a varias generaciones en esos ratos en los que cualquier intromisión procedente del mundo real era susceptible de no ser bienvenida. Unos muñecos menudos (7,5 cm),sencillos, rígidos y con el nivel de detalle justo para ser enormemente eficaces, pues, con ellos en tus manos, podías desde meterte en un sarao prehistórico hastaexplorar la galaxia. Unos juguetes que, "reproduciéndose" más rápido que el ser humano, llevan camino de no dejar ni un solo lugar, momento, época, personaje o profesión sin "playmobilizar". Tanto han crecido que incluso ya no es tan raro encontrar clicks tamaño "humano".
Pero, más allá de la anécdota del 40 cumpleaños de estos entrañables juguetes, lo verdaderamente llamativo es su paradójico encanto: Basta un playmobil para que un niño tire toda consciencia por el sumidero de unos ojos abiertos. Pero también basta un playmobil para que un adulto recupere la consciencia y redescubra la felicidad de lo pequeño, la magia de lo sencillo, el ilimitado poder de la imaginación y la reconfortante convicción de saber que, en algún momento de su biografía, ha vivido sin más condición que la de no caer en el aburrimiento. Y todo eso con, por, junto y gracias a un muñeco. No es poco.
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