martes, 3 de abril de 2012

Cien días de Mariano, El Reformador

Se han cumplido cien días de gobierno de Mariano Rajoy. Un tiempo en el que el Gabinete ha revolucionado el patio nacional como lo haría Jason Voorhees en una fiesta en la mansión Playboy. La actitud reformista de Rajoy y sus ministros me recuerda a esa escena de Kill Bill en la que La Novia se cepilla a los "88 Maníacos". Cortes, recortes y más cortes por todos lados y al final...al final ya veremos qué pasa, pero el ambiente no está para fiestas.

Parte de la culpa la tienen el que cada declaración presidencial o ministerial parezca un parte de defunción; que la actitud de perito cabreado con el mundo que tienen los miembros del Gobierno no es la mejor para generar empatía; que la celeridad reformista está causando una sensación de agobio y hostigamiento que transforma públicamente al Gobierno en "mosca cojonera"; que el nulo carisma de Rajoy (ese hombre que hace que Rouco Varela parezca Tony Manero) y sus ministros les convierte en una especie de autómatas incapaces de conectar con los ciudadanos; que el hombre al que votaron masivamente los ciudadanos el 20N se esconda detrás de los jerifaltes ministeriales y de su partido, o que las reformas se están ¿explicando? tan sumamente mal que la sensación que provoca en la ciudadanía es que están actuando por inspiración divina o, en todo caso, mariana (de Rajoy, no de la Virgen). Vamos, que visto lo visto, a más de uno le entran ganas de que un meteoro nos mande a hacer compañía a los dinosaurios.

Así, el desencanto, el desconcierto y el resquemor empiezan a correr como un reguero de pólvora que puede acabar en mascletá. Creo que eso se debe a que en las últimas generales quienes votaron al PP lo hicieron con la misma esperanza de Paquirri en 1984 cuando dijo aquello de "Doctor, yo tengo que hablar con usted. Tengo una cornada con dos trayectorias, pero usted esté tranquilo. Abra todo lo que tenga que abrir". Lo que ocurre ahora es que crecen las dudas sobre si Rajoy tiene más de "Avispado" que de doctor. Ya se verá, pero cuando alguien recibe el respaldo y las expectativas que recibió Rajoy en las elecciones nacionales es mucho más sencillo decepcionar que reafirmar. Por otro lado, parece cada día más evidente que el apoyo y la confianza que el Gobierno de Rajoy se afana por conseguir fuera (Europa y aledaños), los está perdiendo dentro. ¿Cómo? Pues renunciando a promesas y premisas con la desesperación de un pollo al que las circunstancias le han cortado la cabeza. Así que las cosas no pintan especialmente bien ni para el país ni para el Gobierno.

Las cosas como son: Rajoy no ha hecho otra cosa que reformar, que era lo único que podría hacer alguien sensato o decente después del muerto en el armario que le dejó el anterior inquilino de La Moncloa no sólo a Rajoy, sino a todo el país. Dicho eso, la cuestión no es por tanto si había que reformar o no, sino cómo. No es lo mismo reformar la casa y dejarla como Buckingham Palace que dejarla como la de Mario Vaquerizo. Y aquí está el problema: Que casi todo lo que ha hecho Rajoy o es manifiestamente mejorable o es sencillamente cuestionable. 

Por no alargarme demasiado y dejando a un lado el asunto de los presupuestos, me centraré muy brevemente en dos de las más importantes reformas: la económica y la laboral. Sobre la primera, ¿qué credibilidad o simpatía va a generar una reforma que se olvida de sanear a fondo y radicalmente a la banca y la Administración Pública (central, autonómica y local? ¿Por qué no obligar fiscal y legalmente a la banca a que, antes de presumir de beneficios, sueldos y demás, den de una puta vez salida al dinero que pymes y particulares necesitan para levantar cabeza? ¿Por qué se la agarra con papel de fumar a la hora de promover la dación en pago como método para solventar las deudas hipotecarias? ¿Por qué no reducir drásticamente el número de organismos y entidades públicas? ¿Por qué no concretar tajantemente el ámbito competencial entre el Estado, las autonomías y los ayuntamientos para evitar duplicidades y gastos duplicados o triplicados? ¿Por qué no encarar con un par de narices el cachondeo de la factura energética? ¿Por qué no, además de congelar sueldos a los funcionarios, baja el sueldo de los cargos públicos ya sean estatales, regionales o locales? ¿Por qué se premia con una ganga fiscal a los evasores de capital en lugar de perseguirlos implacablemente? ¿Por qué no, por ejemplo, hacer que los sindicatos sean imperativamente autosuficientes?...Parece que el Gobierno olvida que para hacer lo que hay que hacer, hay que tener lo que hay que tener. Claro que, estando Rajoy de por medio, coraje, lucidez y claridad son términos que no están en el diccionario.
Y, en cuanto a la reforma laboral, si se trata de sacar a la gente del paro (uno de los grandes legados de esos impresentables del puño y la rosa), ¿no sería mejor fomentar y premiar la contratación en lugar de facilitar y flexibilizar las condiciones de despido? ¿Por qué parece que esta reforma se ha hecho pensando más en los empresarios que en los parados?
En definitiva, refórmese todo lo que se quiera, pero con sensatez, coherencia y valentía y sin olvidar esto: Una cosa es que los ciudadanos seamos pacientes, sufridos, estoicos y responsables...y otra muy distinta es que seamos gilipollas. No puede ser que los beneficios de unos se asienten sobre los suplicios de otros. Aquí, o todos moros, o todos cristianos, pero, cachondeos, los justos.

Así las cosas, no extraña que la ciudadanía mire actualmente a Rajoy con el mismo escepticismo que los judíos miraron antaño a Moisés cuando les comentó aquello de "¿Veis ese desierto? Pues lo cruzaremos durante cuarenta años y luego llegaremos a la tierra prometida".

En fin. Se cumplen 100 días de un Gobierno que aún anda buscando el interruptor que ilumine a un país hundido por los políticos, los banqueros y los lobbys empresariales y que sigue corriendo el peligro de ser una nueva Italia o un nuevo "caso griego".

1 comentario:

Javi Crespo dijo...

Un muy buen análisis: http://www.elmundo.es/elmundo/2012/04/09/opinion/1333968442.html