Vivimos unos tiempos curiosos. Ya sea por las virguerías que permite la evolución tecnológica o por la necesidad de establecer patrones que nos sirvan de guía en medio del caos que es esto de la vida o por la malsana tendencia a compararnos con "el otro". El caso es que hoy parece que todo tiene que tener su traslación a cantidades, porcentajes, estadísticas u otros baremos. Estoy de acuerdo con que hay cosas que necesitan ser ponderadas en cifras o según el cumplimiento o no de unos requisitos pero...¿todo? No, todo no. Y ahí viene el problema: Que hay quien no quiere darse cuenta de que, llevadas al extremo actual, la cuantificación y la calificación son unos sutiles pero perversos juegos de cosificación, de deshumanización.
No puede ser que el sentirse a gusto con uno mismo dependa del resultado del índice de masa corporal, o que tu papel como "elegido" o "gilipollas" sea proclamado por el cociente intelectual, o que descubras que eres Gandhi o Hannibal Lecter a raíz de los resultados de un test, o que el atractivo de una persona se mida en centímetros, o que la calidad de un acto sexual se mida con un reloj, o que la importancia de una relación se compute por número de días, o que la calidad profesional de alguien se pondere en un porcentaje, o que el valor del trabajo de una persona dependa de la cifra que perciba como salario, o que la valía de un ser humano se transcriba en los números que muestre el saldo de su cuenta corriente, o que la bondad/hijaputez de alguien dependa de si juega o no a la quiniela con los Diez Mandamientos o el Código Penal, o que el carisma y la simpatía de una persona se mida por el número de amigos que tenga en Facebook, o que el interés de los pensamientos de alguien se calibre en función de cuántos seguidores tenga en Twitter, o que la relevancia de un ser humano dependa del número de resultados que ofrezca sobre él Google, o que la importancia de una persona se traduzca en impactos en prensa, o que el valor de la existencia de alguien se cuantifique patriomonialmente, o que la calidad de un músico se evalúe por el número de discos vendidos/descargados, o que la valía de un escritor sólo exista a partir de cierto número de ejemplares vendidos, o que el talento de un artista fluctúe según el precio de sus obras...hay cientos de ejemplos e invito al lector a ponerlos como comentarios. ¿Se puede pesar el aire? ¿Puntuar un sabor? ¿Cuantificar un sentimiento? ¿Calificar numéricamente una idea? ¿Porcentuar una sonrisa? ¿Parametrizar un suspiro? ¿Medir un escalofrío?... Entonces, ¿qué cojones estamos haciendo con todo lo demás? Ni cantidad es sinónimo de calidad ni tanto tienes tanto vales.
En definitiva, pienso que, desde el mismo momento que se cuantifica o califica a una persona (dejando al margen la honradez y honestidad de quien cuantifica o valora), se está excluyendo todo ese componente intangible, ese "lo demás", ese "lo otro", que nos hace ser quienes somos y como somos. En ocasiones, lo ponderable y lo intangible van de la mano...pero no siempre. Y ese "no siempre" es una gran injusticia que dice muy poco de la inteligencia de quien la comete y también de quien se deja afectar por ella. ¿O no?
3 comentarios:
Pienso que tal y como hoy la valoraciòn de una persona se hace, por el tanto tienes tanto vales, influenciado y mediatizado a veces por las redes sociales o los medios de comunicaciòn que valoran el escandalizar con tu propia vida ìntima. La escala de valor personal està descafeinada y a veces hasta resulta grotesca. Una buena entrada, Enhorabuena.
un saludo
fus
¡Muchas gracias! :) Estoy de acuerdo. La vida no es una ciencia exacta ni se puede resumir en una hoja de Excel... :)
Espero que no sea el último comentario que hagas. ¡Gracias por participar en el blog!
Un saludo
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