Marzo está siendo un mes letal para los comediantes españoles: Paco Valladares, Pepe Rubio, Quique Camoiras...artistas que seguramente han pisado más escenarios que alfombras rojas y que no han sido tan abrumados por los flashes como por el aplauso del público.
La reciente muerte del polifacético Valladares, unida a los de los otros citados, me lleva a preguntarme si en esto del "artisteo" patrio no hay una absurda e injusta desconsideración que se traduce en el reconocimiento mediático, social y honorífico.Comparando la trayectoria y la experiencia en las tablas españolas de los comediantes fallecidos con los premios que recibieron en vida y el impacto mediático que ha causado su muerte, me reafirmo en la idea que ya expresé en otro artículo de que si estos tipos hubieran nacido en Hollywood habrían disfrutado de un carisma, respeto y reconocimiento mucho mayor del que han recibido. Así que voy a ahorrarme aquello de "nadie es profeta en su tierra" y pasaré directamente a la discriminación según la cual en España hay "artistas de primera" y "artistas de segunda". Los de primera son los que esperamos ver en Los Goya. Lo de segunda, todos los que están marginados por la industria cinematográfica y tienen en el teatro o la televisión su último o único refugio. Me parece sencillamente lamentable.
Dejando a un lado sus cualidades interpretativas, los géneros que cultiven y las preferencias de cada espectador, todos los artistas deberían ser tratados con la misma consideración porque al fin y al cabo los Valladares, Rubio, Camoiras y tantos otros han hecho por la dignidad actoral y el público español tanto o más que los VIPs que desfilan glamurosos o se ponen a berrear detrás de pancartas, etc. Conviene recordar que cuando en este país ser actor era una versión altruista de mendicidad, cuando en este país hacer reír costaba mucho ingenio y unas cuantas lágrimas, cuando en este país el mayor premio que podía tener un comediante era un aplauso o una carcajada, Valladares y compañía ya estaban pateándose tablas y platós con la honestidad y el orgullo de quien ama a su profesión y respeta a un público. Y eso es algo ante lo que no hay más remedio que agachar la cabeza y ser agradecidos.
Que España tiene una propensión alarmante al borreguismo y la ingratitud es algo ya casi proverbial, pero no puede servirnos de excusa para no valorar con justicia y agradecer de corazón el trabajo y la entrega de quienes humildemente lo han dado todo para honrar el arte dramático y a los espectadores que hoy les lloran. Y no creo que a quienes lamentan su pérdida les mueva sólo la tristeza, sino también la rabia. La rabia de ver cómo se marchan artistas españoles con pena y sin gloria.
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