Se acaba 2017. Para mí, un año lleno de "casi": en 2017 casi supero unas oposiciones, casi consigo mi trabajo soñado, casi publico mi novela, casi me rompo los tobillos, casi pierdo la fe en cualquier cosa, casi me doy por vencido, casi mando todo a la mierda, casi me quedo compuesto y sin alma, casi pierdo lo que queda de ese castillo de naipes llamado felicidad, casi me tiro la toalla, casi me conformo con el Game over. 2017 seguramente habrá sido un año extraordinario y feliz para muchísimas personas; me alegro de verdad por ellas. Para mí han sido 365 días durísimos, crueles, amargos, tormentosos, extenuantes, erosivos, tóxicos, frustrantes, oscuros. Decir que 2017 ha sido para mí un año difícil sería un eufemismo; más bien ha sido una insaciable bola de demolición. Indudablemente, esta es mi etapa vital más desagradable y eso que ya antes incluso de iniciar estos largos cuatro años de infierno y destierro en el desempleo tampoco las cosas eran color Disney por culpa del demencial estrés y el mobbing que marcaron mi última etapa en mi trabajo. 2017 ha sido, hasta el momento, mi noche más oscura. Sé que todo esto es subjetivo, relativo y susceptible de merecidas matizaciones y reproches pero no escribo para ser políticamente correcto ni tampoco para ir de víctima: escribo para ser sincero y coherente con lo que pienso y siento. Y sí, tengo muchas cosas por las que dar gracias y sentirme afortunado pero esas cosas no desequilibran la balanza en favor de la alegría; me ayudan a seguir en pie (que no es poco).
Como decía, este 2017 ha sido mi noche más oscura: no recuerdo un año en el que me haya sentido tantas veces triste, desconsolado, frustrado, agotado, hueco, derrotado, avergonzado, naufragado, humillado, roto, fracasado. Pero, y es un pero muy importante, yo soy de los que no sólo ven el vaso medio vacío sino que me gusta ver también la mitad que está llena. La cobardía y el pesimismo se los dejo a otros. Yo soy de los que creen en aquello de que el momento más oscuro de la noche es justo el que precede al amanecer. Y eso espero que sea 2018, un amanecer, porque de oscuridad ya he quedado suficientemente alquitranado este moribundo 2017. Por eso, pienso que ahora mismo estoy en ese decisivo momento cuando, según el viaje del héroe de Joseph Campbell, el protagonista ha sido derrotado hasta casi su aniquilación pero en el cual, gracias a ese "casi", ha aprendido lo necesario y se ha endurecido lo suficiente como para no volver a caer derrotado y así convertirse en el héroe que estaba destinado a ser para retornar triunfal a su mundo. Como me gusta decir: el éxito es la mejor venganza. Y en eso estoy: en triunfar donde he fracasado, en devolver los colores a esta vida en blanco y negro, en romper el bucle cruel en el que ando metido desde hace tanto tiempo que ya todo lo anterior me suena remoto y ajeno, en desenterrar la normalidad, en reconquistar mi futuro para abrir de par en par las puertas a la felicidad, en dejar atrás este atroz tour por el tártaro y llegar donde quiero y merezco estar. Y estoy convencido de que lo lograré; ya no es una cuestión de "sí o no" sino de "cuándo". ¿Por qué estoy tan seguro de eso? Porque mi 2017 se puede resumir no por el número de veces que he caído sino por el número de veces que me he levantado. Porque, como el Atlético de Madrid, cuando me caigo, me reincorporo inmediatamente y combato. Porque, como los espartanos, cuando las flechas oscurecen el sol, lucho a la sombra. Porque, como Rocky Balboa, no me importa el número de veces que me forren a hostias tanto como saber esperar el momento en que todo mi esfuerzo, sacrificio, dolor, paciencia, resistencia e ira se transformen en una deslumbrante victoria por KO. Porque, como he aprendido en este desolador año, la vida no consiste en otra cosa más que en saber reaccionar. Porque, como me ha enseñado 2017 por las malas, la clave del éxito, del verdadero éxito (vamos a dejarnos de mamonadas de coaching, new age, buenismo, pensamiento positivo y la madre que los parió) consiste en hacer algo muy sencillo en un momento muy complicado: levantarse en cuanto te derrumban/derrumbas. La victoria no comienza cuando todo son aplausos, sonrisas y admiraciones. No, el triunfo empieza cuando te duele hasta el alma, cuando eres incapaz de ver porque ya ni siquiera tienes ganas de abrir los ojos, cuando eres un rotundo fracaso tatuado en el suelo de tu memoria y, aun así, coges y haces algo ilógico y tan suicida que parece absurdo: te vuelves a levantar, a sabiendas de que puede venir un nuevo hostión, porque sabes algo más aparte de eso: que tarde o temprano las hostias dejarán de venir; que tarde o temprano dejarás de tener miedo al propio miedo, a la incertidumbre, al error, a la tristeza, al fracaso; que tarde o temprano llegará el momento en que serán el miedo, la incertidumbre, el error, la tristeza y el fracaso los que tengan miedo de ti porque nada hay más temible que una persona dispuesta a ser feliz, cueste lo que cueste.
Yo llevo años dejándome el alma para agarrar la felicidad y no soltarla. Casi lo he conseguido...pero he caído en el intento o, mejor dicho, en los intentos. No obstante, pese a todo, lo importante es que he comprendido que el "casi he triunfado" ya no es una mala noticia. Es sólo el anticipo de una buenísima. Y para que ésta llegue hay que desengañarse: esto no es cuestión de besar estampitas, alentar supersticiones, amamantar la ingenuiudad con gurús del pensamiento positivo, leer milagrosas recetas de autoayuda o atender lucrativas lecciones de coaching. Esto es cuestión de tres cosas: la primera, tener claro qué quieres; la segunda, saber que de este juego sólo te expulsa la muerte; y la tercera, recordar que nunca llueve eternamente, como decía Eric Draven. Así que bienvenido, 2018. Espero que te portes bien conmigo...y si no, estoy preparado para levantarme todas las puñeteras veces que hagan falta. Si la buena suerte viene por fin a verme, me pillará luchando para que todo esto tenga un final feliz.
¿Por qué quiero que sea este mi último post de 2017? Porque quiero despedir a este año de mierda como se merece; y no, no es mandándolo a tomar por ****: es dándole las gracias por hacerme más duro, sabio y valiente. Y también porque me encantaría que, por una vez, algo de lo que escribo en este blog personal pueda servir de ayuda a alguien. Feliz cambio de año.
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