El Atlético de Madrid es así de peculiar. Tiene un presidente que no entiende qué significa ser del Atleti. Por eso, imagino que anoche Cerezo se acostaría sin entender qué lleva a Fernando Torres a sobreponerse a su declive físico para seguir marcando goles decisivos o qué empuja a Gabi a jugarse la cara y la pierna en cada lance o por qué Filipe Luis siente más y mejor el Atleti que toda la directiva colchonera o qué hacen decenas de miles de personas aguantando el frío invernal en la fresquera del Metropolitano pudiendo quedarse cobijados en su casa.
Lo de Cerezo está claro que no es el fútbol y mucho menos el Atleti; lo suyo es otra cosa, una que no rima con decencia, por cierto. Por eso anoche imagino que el presidente de mi equipo acostaría su jeta de titanio sin entender que ser del Atleti, si no es un sentimiento, es indudablemente una pasión que está por encima de los cuentos y las cuentas de las que Cerezo y cía viven; que ser del Atleti es tener claro que Simeone se irá como un héroe mientras los del palco lo harán como los villanos que siempre serán; que ser del Atleti es saber que Luis Aragonés te representa pero Enrique Cerezo no; que ser del Atleti es celebrar una pírrica victoria contra el Alavés como si fuera una de Champions; que ser del Atleti implica sufrir un partido sí y otro también a incompetentes tan impresentables como Gil Manzano; que ser del Atleti significa sentir a lo grande con la humildad del pequeño; que ser del Atleti es pensar partido a partido porque las grandes hazañas siempre ocurren de la misma manera: paso a paso. Y el de anoche puede que no fuera un paso de flashes y lentejuelas pero fue un paso muy importante para seguir soñando, molestando, insistiendo, compitiendo.
Pero todo esto el presidente del Atleti no lo sabe ni lo sabrá nunca porque ser del Atleti, entre otras cosas, es tener muy claro que el sentimiento siempre será un buen negocio, uno familiar, puesto que se transmite de abuelos a padres y de padres a nietos. ¡Aúpa Atleti!
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