sábado, 10 de octubre de 2009

Apatía de Alejandría

Anoche vi "Ágora", película del afamado director Alejandro Amenábar sobre una de las mujeres más brillantes y desconocidas de toda la historia: Hipatia de Alejandría. El film no sólo es un nuevo cambio de género para este cineasta de talento voraz sino que es un gran reto toda vez que hacer una película con base histórica implica que el público conoce (o puede conocer perfectamente) el desenlace de los hechos ficcionados y la vida de Hipatia no es una excepción, como se han encargado de recordar decenas de revistas culturales y libros estas semanas previas. No hay por tanto elemento sorpresa que permita sostener la tensión de la trama ni dotar al film de un clímax que ponga el conmovedor broche a la cinta.

Teniendo esto presente, tengo que reconocer a la salida de la sala tuve la sensación de haber visto una película bastante correcta técnicamente pero aséptica y fría en lo emocional. Ya había avisado el propio Amenábar que con esta película buscaba abrir una ventana al mundo y la vida de Hipatia para que se asome el espectador...y lo ha conseguido, pero dejando frío al patio de butacas.

Como suelo hacer en estos casos, haré un repaso por puntos:
  • La trama: Con guión del propio Amenábar y su camarada Mateo Gil, es una correcta semblanza de la científica Hipatia de Alejandría, tomando como ejes la mayoría de los datos y anécdotas que son casi universalmente aceptados, si bien muchos detalles de su vida y obra desaparecieron en el olvido para siempre al poco de fenecer. Se puede decir que Hipatia era una vestal de la sabiduría, una anomalía en tiempos de sinrazón y discordia, el canto del cisne del mundo clásico en lo que a ciencia y filosofía se refiere y eso lo consigue plasmar correctamente el director. Su discutible e improbable triángulo amoroso, su relación con su padre Teón, su lucha por preservar el talento y el temple en una época convulsa...todo lo logra mostrar correctamente el film. Pero es tan aséptica como el sumario de un juez y tan fría como un diagnóstico médico. No tiene alma, no conmueve, no consigue que el espectador se implique y se olvide de que es un mero observador, como es menester en todo buen drama que se precie.
  • El reparto: Encabezados por la joven y oscarizada Rachel Weisz (que no actúa mal ni a posta), los actores de este film ofrecen unas interpretaciones tan correctas en lo técnico como desangeladas en lo emocional, pero esto último es más demérito del director que fallo del elenco, como comentaré luego. A destacar, no obstante, la interesante evolución dramática de la que dotan a sus personajes el tándem Óscar Isaac y Max Minghella, Orestes y Davo, respectivamente. Evolución que, por ejemplo, no consigue Rupert Evans con su Sinesio, que cambia de la noche al día, de la amistad a la vileza con pasmosa e injustificada (cinematográficamente) rapidez. En definitiva, un reparto con bastante potencial pero no del todo bien aprovechado.
  • La ambientación: Hasta cierto punto (especialmente económico) puedo llegar a entender la elección de Malta como epicentro del rodaje...pero de ahí a mostrar en escenas edificios o fortificaciones maltesas que claramente no se corresponden con los de la época de Hipatia de Alejandría, media un clamoroso trecho. Igual que el desconcierto que provoca ver tomas donde un edificio parece estar en medio de una yerma llanura y en otras, rodeado de inmuebles y monumentos. Por otra parte, el uso del ordenador ofrece las mejores imágenes de conjunto de lo que debió ser la Alejandría de Hipatia...mientras que no pocos decorados son tan poco creíbles que les falta la etiqueta con el precio. Esto hay que cuidarlo más.
  • El director: Hacer una película a medio camino entre el peplum y el drama, entre la historia de amor y el ensayo científico es un malabarismo demasiado difícil incluso para Amenábar, por mucho Óscar y premios que tenga en su haber merecidamente. Es como vestir a un mismo individuo con varios disfraces: no sabes bien con qué quedarte ni qué quiere decir. Hay que decir que el ateísmo del director le permite retratar desapasionada pero certeramente los desmanes y los aciertos de todas las religiones que aparecen en el film (el paganismo, el judaísmo y el cristianismo), algo que en manos de otro cineasta se habría convertido en un bochornoso retrato maniqueo y sesgado. Mas, si bien ése es un logro de Amenábar, constituye en cambio un extraño fallo el hecho de intercalar caprichosa y ocasionalmente imágenes espaciales más propias de un reportaje de la NASA o un documental galáctico, que rompen ritmo, tensión y atención de una tacada con "momentos chill-out de espacio exterior". No sé si con ello quería Amenábar establecer una relación visual entre la protagonista y su gran obsesión (los cielos) o una metáfora a favor de analizar las cosas con perspectiva, pero creo que es un recurso perfectamente prescindible. Igualmente, aunque más discutible es el hecho de que en lugar de utilizar la elipsis o alguna escena-puente, el director prefiere aparcar su innegable talento para hacer avanzar la narración con textos impresionados en pantalla que expliquen lo sucedido y avancen la acción en el tiempo, un remedio facilón que le viene pequeño a un cineasta de tan gran habilidad y que prefiere explicitar lo que la inteligencia media de cualquier espectador normal se habría encargado de subsanar al ver una elipsis bien hecha o una transición visual. Abandonando los detalles, a modo de resumen, cabe decir que Amenábar filma esta película suya con una indolencia propia de las películas "de encargo". Rueda "Ágora" como si estuviera grabando desde el cosmos, dirige como si estuviera mirando por un telescopio o un microscopio, consiguiendo una útil perspectiva general o detallada, pero carente de empaque emocional. De ahí que ni uno solo de los clímax que intentan apuntalar los desarrollos de la trama esté conseguido satisfactoriamente. La única semejanza que se me ocurre es comparar a esta película con las obras literarias de los enciclopedistas franceses: interesantes en lo intelectual, frías en lo humano.
De todos modos, más allá de la apatía que provoca este film (que si no tuviera el reclamo de estar dirigido por Amenábar, aquí lo verían cuatro gatos y un despistado, seguro), lo que sí merece la pena es quedarse con las moralejas que lega "Ágora": la historia de la humanidad es una concatenación de desencuentros con treguas de convivencia; la ciencia, la religión y la filosofía son sólo tan incompatibles como los hombres quieran que sean; en nombre de Dios (sea cual sea) se han cometido sanguinolentas injusticias y aborrecibles salvajadas de las que la Humanidad nunca se recuperará por culpa de los muchos hijos de la gran perra que hacen de la religión la excusa perfecta para dar rienda suelta a las más bajas pasiones que todo ser humano, creyente o no, tiene dentro de sí. En definitiva: las ideas pueden ser perfectas; los hombres, no. Y eso, en todos los sentidos, es "Ágora".